¡El bendito regalo de Dios!
Durante 69 años tuvo que usar guantes para ocultar las profundas heridas
que tenía en sus manos, "como las de Cristo crucificado" y a las
que él llamó:
Antonio Ruffini nació, creció y toda su existencia la vivió en
Roma, pero pasó a la historia como un hombre estigmatizado, que a partir de los
23 años y hasta su muerte usó un par de guantes de lana color negro para
esconder los agujeros en sus manos, iguales a los de Cristo crucificado. De
igual forma le surgieron otras heridas en los pies y los costados, pero sólo en
forma transitoria, ya que así como aparecían, desaparecían. Antonio siempre se
negó a hablar sobre estos "regalos de Dios", como los llamaba, y
rechazó cualquier forma de exhibicionismo.
He aquí la historia de este viejito italiano y de cómo
aparecieron las marcas en su cuerpo, a las cuales en su momento se les llamó
"las heridas de Cristo". Antonio Ruffini nació en Roma el 8 de
diciembre de 1907, día de la Inmaculada Concepción y de esta manera, en alguna
ocasión, narró la historia de su vida.
"A los 23 años, después de realizar mi servicio militar, me
casé y tuve dos hijos -cuenta Ruffini-. Para mantener a mi familia salía en mi pequeño
Fiat 500 a vender papel de envoltura. El 12 de agosto de 1951, después de ir a
misa, como lo hago todas las mañanas, me dirigía a Nápoles para vender mis
productos. Ese día no vendí nada, así que decidí regresar a casa, que está en
las afueras de Roma. Mientras conducía por la Vía Appia, me entró de repente
una enorme sed. Esto me pareció extraño porque no había comido nada, y trataba
de pensar cómo saciarla, casualmente encontré una fuente y me detuve."
"A corta distancia de la fuente había una mujer vestida de
negro, con un chal del mismo color, que le cubría los hombros. Me di cuenta de
que no llevaba zapatos. Pensé que era una mujer campesina del área y le
pregunté: ‘Señora, ¿sabe usted si esta agua es buena para beber?’ A lo que ella
respondió: ‘Sí, es buena. Bébela, te hará bien.’ Así que puse mis manos bajo el
chorro del agua y la llevé hacia mi boca. Sin embargo, de manera extraña, la
sed había desaparecido antes de tomar el agua. Pero quedé asombrado al ver que
el agua de mis manos estaba teñida de rojo sangre. ‘¿Qué pasó, por qué están
sangrando mis manos?’, pregunté a la mujer. Quizá me las había cortado al bajar
del auto. Pero cuando las vi bien me percaté de que las heridas se habían
transformado en hoyos. Y mientras los observaba, estupefacto, escuché otra vez
la voz de la mujer. Me habló de Jesús y los apóstoles y sus palabras tenían un
hermoso sonido musical, como el de un arpa".
"Al dirigir mi vista hacia ella, me di cuenta de que se
había elevado del suelo unos quince centímetros, y parecía como si estuviera
flotando sobre una nube. Lentamente volvió a bajar al piso, y luego se elevó de
nuevo. Después de haber realizado este movimiento varias veces, le pregunté,
temblando de emoción: ‘¿Es usted Nuestra Señora?’ ‘Sí, soy Nuestra Señora del
Perdón’, replicó ella. Caí de rodillas mientras la virgen empezaba a elevarse
de nuevo, mientras yo caía desmayado”.
"Cuando recuperé el sentido, saqué un pañuelo de mi bolsillo
para detener la hemorragia. Mientras conducía, mis manos seguían sangrando
profusamente y la sangre escurría por el volante hasta el suelo del auto. Tuve
que detenerme en el pueblo de Cistema a comprar algunas vendas y taparme así
las manos. Cuando llegué a casa no quise explicarle a mi esposa lo que me había
ocurrido, pero en los días siguientes las heridas seguían sangrando, así que me
vi obligado a decirles a mi familia y amigos la experiencia que había tenido.
Una noche, mientras estaba en la cama, escuché un tronido muy fuerte, como si
fuera a desatarse una tormenta. Me levanté para asegurarme de que las ventanas
de la recámara estuvieran cerradas, y cuando regresé a la cama, mientras aún
tenía los pies en el piso, sentí un dolor muy fuerte, y entonces advertí que me
habían aparecido heridas en los pies. Al poco tiempo también apareció una
herida en las costillas, en un costado. "Ahora las heridas de los pies han
desaparecido, porque Dios sabe que necesito ser capaz de caminar".
Respecto de la herida en su costado, Ruffini se rehúsa a
discutirla, sosteniendo que él mismo la ha visto una sola vez. Los médicos han
mostrado interés en él y lo examinaron en la clínica dermatológica de Roma, y
luego en la policlínica
de la Universidad de Roma. Después de muchos exámenes, e inclusive rayos
X, concluyeron que las heridas eran inexplicables. El padre Giuseppe Tomaselli,
de la orden salesiana, autor de casi 200 artículos sobre temas religiosos y
místicos, da su veredicto en el caso de Antonio Ruffini. "Es en verdad un
místico a quien le gusta la paz y la tranquilidad. Lo conozco desde 1975, y me
lo he encontrado en muchas ocasiones, tanto en entrevistas privadas como en la
iglesia de San Francesco Aripa, donde cada domingo, desde hace 36 años, asiste
a la santa misa". "Cuando vi sus heridas por primera vez, me sentí
hondamente conmovido. Son hoyos grandes y profundos, visibles en ambos lados de
la mano".
Gracias a las contribuciones de sus fieles, se ha construido una pequeña
capilla en la Vía Appia para conmemorar la extraordinaria experiencia de
Ruffini. Las autoridades eclesiásticas le dijeron que no se presentara ahí con
mucha frecuencia, para no atraer demasiada publicidad. El observó dichos
consejos, pero la restricción fue levantada por el Papa Paulo VI, quien recibió
a Ruffini y lo bendijo, diciéndole: "Yo voy a orar por ti, y tú rezarás
por mí".
Antonio Ruffini falleció a los 92 años, y aún en su lecho de
muerte, con vehemencia afirmaba que las heridas de sus manos, similares a las
que a Cristo debieron dejarle los clavos durante la crucifixión, eran
"Regalos de Dios", que sin duda pasarán a la historia como uno de los
Enigmas y Misterios sin resolver!
¿Un papa bajo el control de satán?
Malachi Martin, en su última entrevista en el Art Bell Show, habló de un anti-Papa. Hubo un televidente que llamó desde Australia y dijo que un jesuita le había revelado que en el Tercer Secreto está profetizado que habrá un papa que estará totalmente bajo control del diablo. Malachi contestó, “eso suena como el texto literal del Secreto”.
El Papa San Pío X dijo que tuvo una visión en la que vio a uno de sus sucesores huyendo sobre los cadáveres de sus hermanos, y que ese Papa debería partir al exilio. El debería ocultarse, él debería usar un disfraz para ocultar su identidad. El viviría en retiro, pero luego sería descubierto y sufriría una muerte cruel.
Pienso que nosotros podemos concluir con seguridad que estas profecías podrían ser cumplidas en este Pontificado de Benedicto XVI. Una razón por la cual creo esto, es porque conocí personalmente al estigmatista romano Antonio Ruffini. Lo conocí por casi 20 años. El recibió estigmas visibles en 1955, y fue tan altamente estimado por el Papa Pío XII, que él autorizó la construcción de una capilla en el sitio donde Ruffini había recibido los estigmas.
Pregunté a Ruffini a quemarropa, “¿Qué habrá sobre la Consagración de Rusia? ¿Será el Papa Juan Pablo II quien consagre Rusia?” Y Ruffini contestó, “No, no será Juan Pablo II. No será el Papa inmediatamente posterior a él. Sino el que le siga a ese; ese será quien consagre Rusia.
Eso cae entre Juan Pablo II y su segundo sucesor, solo un pontificado entre medio. El será el Papa del Castigo, el que vio el Papa San Pío X en su visión. Como dijo Nuestra Señora en una de sus apariciones, “Roma sufrirá una gran revolución”. Eso será cuando ocurra la matanza, la masacre en el Vaticano. Y el Papa huirá de Roma disfrazado.
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