A continuación se encuentra la
transcripción de la plática dada por el Padre John Abberton, en el Retiro de la
VVeD, en Rodas, en septiembre de 2012.
NUESTRA MEJOR DEFENSA CONTRA SATANÁS Y LOS ESPÍRITUS MALIGNOS:
LA VIDA
VIRTUOSA
Algunas personas querrán argumentar sobre el título de esta charla.
Dirán, “Sin duda, la mayor defensa contra el mal es la oración”. Otras querrán
potenciar la oración con el ayuno, y otras dirán que nuestra mayor defensa es la
obediencia y cumplir la Voluntad de Dios. Quizás habrá quienes quieran mencionar
el Rosario y la intercesión de la Madre de Dios. Por supuesto no debemos
olvidarnos de San Miguel Arcángel. Sin embargo, está claro por las vidas de los
santos, por los mensajes de la Verdadera Vida en Dios y por los Evangelios que
nuestra mejor defensa es vivir en unión con Cristo. A esto me refiero al hablar
de “vida virtuosa”, y cuando se la entiende de ese modo, podemos ver que todas
esas otras cosas están incluidas.
Cuando la Virgen María se apareció a las niñas de Garabandal, pidió la
devoción al Santísimo Sacramento, el Rosario y la penitencia. “Pero”, les dijo
“antes tenéis que ser buenas”. ¿Qué quería decir? ¿Qué es “ser bueno”, llevar
una “vida buena”?
He sido exorcista durante once años. En ese tiempo he aprendido
muchísimo. He llegado a comprender que la liberación del demonio no consiste
sólo en rezar con la gente. Algunas personas afectadas no son liberadas hasta que
no han empezado a cambiar sus vidas. Otras, que son liberadas, pueden sufrir
serias recaídas porque no han cambiado. Nuestro Señor Jesucristo advirtió que,
cuando un espíritu maligno es expulsado de una persona, puede volver y traer
consigo a otros, si ve que el lugar que le hicieron abandonar está deshabitado.
No es suficiente expulsar a los demonios; el lugar que ha sido desocupado debe
convertirse en morada del Espíritu Santo. Los que están seriamente afectados por
espíritus malignos, deben estar preparados a cambiar. Hablo de conversión. Esto
es tan importante que creo que la liberación puede ocurrir durante una sincera
confesión de los pecados. Si el penitente quiere realmente librarse del mal – si
él o ella quiere realmente cambiar – si él o ella quiere realmente ser sanado,
la liberación puede tener lugar a través de la confesión y la absolución. Los
sacramentos son muy poderosos cuando nos abrimos verdaderamente a la gracia de
Dios.
Tuve que viajar más de una hora para ver a una mujer que estaba
gravemente afectada. Fui a verla unas cinco veces. La habían abusado sexualmente
dos veces: una vez, de niña, y otra más tarde, de joven. Su madre había estado
involucrada en espiritismo. Esa mujer era soltera, aunque tenía un hijo que
estaba viviendo en ese momento con su abuela; pero lo que tenía en su casa y
alrededor de su persona era un espíritu maligno que parecía comportarse como si
fuera su marido. La mujer no había sido bautizada, pero se estaba preparando
para el bautismo. Quería ser católica. Le dije, cada vez que la vi, que todo
iría bien cuando se bautizara. Supe que se iba a bautizar alrededor de Pascua,
el año pasado. No la había vuelto a ver desde hacía cierto tiempo, cuando un día
me encontré que había dejado un mensaje en el contestador. Me decía que se había
bautizado y que estaba bien. Estaba muy agradecida por mi ayuda, pero ahora todo
iba bien. Alabado sea Dios.
Tratar de vivir un auténtica vida espiritual – un vida de virtud - , no
significa que no vayamos a ser tentados o atacados por el diablo. S. Juan María
Vianney oía fuertes golpes en la puerta y, a menudo, escuchaba al diablo
burlándose de él – en una ocasión su cama prendió fuego. El Padre Pío era
físicamente golpeado por el diablo. La mayoría de los exorcistas han sufrido
algún tipo de ataque físico, ya sea a través de otra persona o a través de
alguna clase de extraña enfermedad, o de alguna aflicción temporal cualquiera.
Aunque puedan ocurrir ataques físicos, seguimos estando protegidos de ataques
morales o espirituales serios, siempre que estemos tratando de vivir en unión
con Cristo. Todo el mundo es tentado y, a medida que nos acercamos más a Dios,
la gravedad de esos ataques puede aumentar. Esto puede servir para nuestro
beneficio espiritual, porque el Espíritu Santo nos invita a combatir contra
nuestras debilidades. La tentación es permitida porque, resistiendo-la, nos
hacemos más fuertes espiritualmente y más capaces de ayudar a otros en sus
luchas. Recordad, del evangelio de San Lucas, las palabras que Nuestro Señor
Jesucristo dirigió a S. Pedro:
“Simón, Simón. Mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como el
trigo. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando te
conviertas, confirma a tus hermanos.” (Lc 22,
31-32)
Jesús dice: “Por vuestra perseverancia ganaréis vuestras vidas” (Lc
21,19)
Jesús también nos dice que no tengamos miedo. En el evangelio de S. Juan
dice lo siguiente a Sus discípulos:
“En el mundo tendréis tribulación. Pero, ¡ánimo!: Yo he vencido al
mundo”. (Jn 16, 33).
Y Sn. Juan, en su primera epístola, pregunta: “¿Y quién es el que vence
al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” Y puntualiza: “Y ésta
es la victoria que ha vencido al mundo – nuestra fe”(1Jn 5,5;
5,4).
En el mensaje de La Verdadera Vida en Dios del
17 de abril de
1992, Jesús dice a Vassula: “Sé lo frágil que eres y lo mucho que Satanás
desea verte aniquilada de la faz de la tierra, pero Yo estoy a tu lado. Por lo
tanto, no te quejes jamás, sino acepta todas tus pruebas con benevolencia, con
amor y gran humildad. El diablo se verá desarmado y huirá ante esas virtudes.
Nunca des pie al diablo.”
Sabemos que el amor y la humildad son las llaves de la unidad. Aquí nos
recuerdan que son dos virtudes, por lo tanto estamos llamados a vivir una vida
virtuosa. Hay otras virtudes que debemos tener como seguidores de Cristo. En el
Cántico del Espíritu Santo del 22 de junio de
1998, leemos acerca de la virtud de la fortaleza. Dios dice a
Vassula:
“Te he dado la virtud de la fortaleza para que fuera en ti el principio
de todas tus otras virtudes, ya que estaba preparando tu alma para esta batalla
de vuestros tiempos, en los que el bien se deforma en
mal…”
Para ayudar a Vassula a aguantar y perseverar contra las fuerzas del
mal, le fue otorgada la virtud de la confianza en la Santísima Trinidad, junto a
la virtud de la fortaleza. Estas virtudes están enraizadas en La Trinidad,
“Fuente del Amor Divino”. El amor da origen a todas las demás virtudes.
Parafraseando a Sn. Pablo, sin amor, todo lo que hacemos no tiene valor. Se nos
dice que “vivamos santamente”, y esto significa vivir con humildad y amor, y
aprender a practicar todas las virtudes necesarias para la vida
cristiana.
Las tres Virtudes Teologales de fe, esperanza y caridad se
infunden en nosotros a través del Espíritu Santo, y son virtudes que se
desarrollan a medida que cooperamos con la gracia de Dios. Para crecer en el
amor y en todas las demás virtudes debemos responder a Dios y debemos aprender a
morir a nosotros mismos. Las llamadas Virtudes Cardinales son las
bisagras de las que dependen todas las virtudes morales. Hablamos de virtudes
“morales” porque mediante ellas, con la gracia de Dios, gobernamos nuestras
pasiones y somos capaces de comportarnos de acuerdo con la fe y la razón. Estas
virtudes se consiguen a través del esfuerzo humano, ayudado por la gracia, y por
lo tanto nuestro esfuerzo personal es esencial. La lucha para desarrollar y
vivir las virtudes es parte de nuestra vocación en Cristo: debemos cargar con la
Cruz cada día. Las cuatro Virtudes Cardinales son prudencia,justicia,fortaleza
y templanza. Por lo tanto, las llamadas siete Virtudes Capitales son lo
opuesto a los siete Pecados capitales. Se considera que todas las virtudes que
nos esforzamos en practicar fluyen de éstas: Humildad, generosidad, amor
fraterno, mansedumbre, castidad, templanza y diligencia.
Los vicios opuestos a las virtudes capitales son: Soberbia,
avaricia, envidia, ira, lujuria, gula y
pereza.
Tratar de seguir a Cristo, llevando la Cruz, tratar de morir a sí mismo,
buscar la Voluntad de Dios y cooperar con la gracia, nos capacita para gozar y
compartir los frutos del Espíritu Santo. Estos maravillosos signos de la
Verdadera Vida deberían reflejarse en nuestras vidas: caridad, gozo, paz,
paciencia, amabilidad, bondad, confianza, benignidad y control de sí
mismo.
¿Cómo debería proclamarse la victoria sobre el mal, el pecado y la
muerte? No sólo con nuestras palabras, por muy maravillosas e inspiradoras que
puedan ser – sino con nuestra vida. La oración ha de salir del corazón. La
oración de labios afuera no sirve. No podemos orar y evangelizar con eficacia si
vivimos en pecado y nos negamos a cooperar con el Espíritu Santo. Mostramos lo
que somos y demostramos la verdad de nuestro mensaje por la manera de
comportarnos unos con otros.. Como dice S.
Juan:
“Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso,
pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien nunca
ha visto” (1 Jn 4, 20).
Hay más de una razón por la que la unidad es importante, pero he aquí
una que hace falta reconocer y proclamar: Satanás no lo puede soportar. ¿Por
qué? Ésta es la razón: la unidad de la Iglesia, y luego la unidad de toda la
humanidad, permitirá que se vea la imagen de la Santísima Trinidad en el mundo.
Hermanos y hermanas viviendo en unidad, orando en unidad, proclamando el mismo
Evangelio y alabando al mismo Dios, santificará la tierra y a la humanidad
entera. El poder de la gracia de Dios forzará a Satanás y a los espíritus
malignos a darse a la fugay estarán listos para ser arrojados al abismo. Estamos
hechos a imagen y semejanza de Dios, y hemos de “convertirnos en dioses por
participación”. Esto no puede ocurrir en la tierra sin unidad, y por eso el
demonio la aborrece y hará todo lo que pueda por
destruirla.
El difunto Metropolita de Sourozh, Antoine
Bloom [1], dijo que la Iglesia debería ser un icono de la Trinidad. La Iglesia,
decía, debería estar formada de tal modo que pudiera expresar la relación dentro
de la Santísima Trinidad: relación de amor, libertad y santidad. Nos resulta
evidente que esto no puede ocurrir de acuerdo con el plan de Dios, sin unidad.
Cuanto más nos dediquemos a esta causa, y cuanto más ordenemos nuestras vidas
con este fin, mayor será nuestra protección contra el mal. Como ya he dicho,
seguiremos siendo atacados, pero estaremos protegidos. Aunque algunos de estos
ataques puedan ser graves, estarán bajo el control de Cristo. Al enemigo sólo se
le permite llegar hasta cierto punto, pero no seremos
destruidos.
A veces descubriremos nuestra victoria y nuestra sanación al trabajar
juntos, ayudándonos unos a otros y orando juntos. Después de un encuentro con un
espíritu maligno, empecé a sentir dolor en la cadera. Una mujer de mucha oración
me recordó que había estado luchando con un ángel – un ángel caído – y,
como Jacob, había recibido un golpe en el nervio ciático. Pedí a algunas
personas que oraran conmigo – se trataba de un grupo de oración carismático – y
después de eso, inesperadamente, otra señora de mucha oración y muy carismática
me llamó y me pidió que fuera a verla. Hacía tiempo que no había visto a esa
mujer. Ocurrió que su hermana, que era una monja de Irlanda, estaba allí de
visita. Esta monja tenía el don de sanación a través de la oración. Ambas
señoras oraron conmigo, y al cabo de poco tiempo, el dolor cesó
completamente.
Qué importante es que crezcamos en amor y comprensión mutuos. En la
santidad de vida, que crece gracias al amor y en la que se practican todas las
virtudes, es donde hallamos nuestra fuerza contra el enemigo. S. Juan María
Vianney, el Cura de Ars, no era un exorcista oficial. Un día, cuando una persona
poseída vino a ver al santo sacerdote, no fue necesario que el Cura recitara
muchas oraciones, porque sólo hallarse cerca del santo fue suficiente para
expulsar al demonio. Por supuesto, oremos y empleemos todas las armas de que
disponemos, pero si realmente queremos defendernos y defender a otros, y si
realmente queremos tener el valor de enfrentarnos al maligno y no inmutarnos,
tenemos que “vivir santamente”.
Hay diferencias entre el exorcismo formal, que es un Rito de la Iglesia,
y la liberación. Es un error creer que todo el que necesita liberación ha de ver
a un exorcista. No obstante, es también un error– un grave error – creer que
cualquiera puede resolver problemas serios, como la obsesión espiritual. No es
mi propósito hablar de esas diferencias en esta charla, pero sí puntualizar que
la liberación de espíritus malignos no requiere siempre un exorcista, pero sí
requiere fe, oración y madurez espiritual. Los laicos no deberían intentar
enfrentarse solos a espíritus malignos. Hay grupos de oración carismáticos que
tienen experiencia en esto, pero cuentan con carismas otorgados por el Espíritu
Santo, carismas como el discernimiento de espíritus y las palabras de
conocimiento. Nadie debe asumir que tiene la vocación de orar con aquellos que
necesitan liberación. Muchos tienen esa capacidad, aunque no lo sepan, pero
tales cosas han de ser examinadas y hay que tener mucho cuidado de evitar
errores graves e incluso tragedias. Un buen exorcista experimentado podrá ayudar
a los que se crean llamados a desempeñar esa labor. Al mismo tiempo, todos
podemos orar por una liberación – y debemos hacerlo – empleando los ejercicios
espirituales normales de la vida espiritual: la oración y el ayuno, el Rosario,
los Sacramentos y, especialmente, la celebración de la Sagrada Eucaristía. La
oración de intercesión puede a menudo influir en la liberación. No siempre
necesitamos estar con la persona afectada, o incluso decirle que estamos orando
por su liberación. Recuerdo un caso muy serio de posesión que duró años. Vi
varias veces a esa mujer. En una ocasión había pedido a mucha gente, incluidos
dos conventos,que rezaran por ella. Un día, cuando llegué a su casa, me dijo:
“Usted ha tenido a gente rezando por mí”. No se trataba sólo de una vaga
percepción de oraciones ofrecidas por ella; la señora había sentido realmente la
fuerza de esas oraciones. Si hoy existen muchos casos graves, en los que la
liberación resulta muy difícil, puede ser porque la Iglesia entera no está
orando o ayunado lo suficiente, o porque dentro de la Iglesia misma hay muchos
pecados graves sin confesar. Tales cosas debilitan a la Iglesia y la hacen
vulnerable. Sobre todo, la falta de unidad es una debilidad de gran magnitud y,
al terminar esta charla,quiero insistir de nuevo en la necesidad de unidad para
nuestra lucha contra el mal.
Padre John Abberton
[1] Nacido en
1914,en Lausanne, y fallecido el 4 de agosto de 2003, Antoine Bloom fue el
metropolita ortodoxo de Souroge, encargado de la diócesis ortodoxa de Gran
Bretaña, incardinada al patriarcado de Moscú.
Entérate en: www.tlig.org/sp
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