Este mensaje no
conoce precedentes. En todos los años, desde que comenzó la Virgen a dar los
mensajes los días 25 (1) de cada mes, nunca dejó Ella de hablarnos. Alguna vez
nos dijo muy lacónicamente “oren, oren, oren”. Pero, nunca faltó a su empeño de
hablarnos en esas fechas. Tampoco nunca, desde hace 31 años y medio o sea desde
el comienzo de las apariciones, hubo un solo mensaje de nuestro Señor (2). Pues,
ahora no sólo la Virgen no habla sino que quien lo hace es su Hijo. Todo esto puede
hacernos pensar que estamos ante el cierre de una etapa o que nos encontremos
quizás hasta ya próximos al mismo final de los mensajes. No es de
descartar que tal impresión pueda estar condicionada porque, según se había
dicho, pronto Roma dirá algo y, es de suponer también, que hará algo con
respecto a Medjugorje. Es decir que el Vaticano podría disponer que se haga algo
distinto de lo que estamos acostumbrados a ver y vivir. Este mensaje, en
su modalidad y contenido, nos daría razones para pensar en un cambio radical a
partir de ahora y el primer indicio sería justamente este cambio en la modalidad
de quién da el mensaje.
Al menos dos son
las conjeturas que avalarían el pensar que estamos ante el fin de un tiempo en
Medjugorje. Ambas surgen del análisis del mensaje mismo. La primera es
por cierta simetría entre el primer mensaje de la Reina de la Paz, del 26 de
junio de 1981 y este último. Es como si se tratara del abrir y el cerrar un
tiempo especial, que el Cielo nos ha concedido. En efecto, la
primera vez que la Santísima Virgen habló en Medjugorje fue para decirnos: “Paz, paz y sólo paz. Debe reinar la paz
entre el hombre y Dios y entre los hombres”. Y luego se dio a conocer como Reina de
la Paz, venida -como Enviada de su Hijo- a traernos la paz que es el camino de
la reconciliación con Dios y entre nosotros. Sin duda alguna
estos casi 32 años han sido, para quienes acogieron los mensajes y los vivieron
y viven, una escuela de conversión diaria a Dios, de consecuente crecimiento
espiritual personal y de propagación de la fe renovada; totalmente acorde con
las enseñanzas del Magisterio y la tradición de la Iglesia, como lo atestiguan
los muchísimos grupos de Medjugorje en tantísimas parroquias y diócesis del
mundo que han reavivado la oración y la adoración al Santísimo. La Virgen vino a
hablarnos de lo esencial y a repetirlo, porque muchas veces no nos damos por
enterados y porque su intención es resaltar la importancia de lo que nos pide
hacer. Ahora, es el
Hijo quien recapitula todo lo dicho por su Madre en este mensaje suyo. Está
diciéndonos “esa paz a la que mi
Madre los llamaba soy Yo. Esa paz viene de hacer lo que Yo les mando vivir”.
“Ella les ha dicho lo que tenía que decir y, porque es vuestra Madre, lo dijo no
una sino muchísimas veces y además permaneciendo todo este largo tiempo con
ustedes”. Tantas veces ha repetido
los mensajes que muchos, confundiendo las cosas, han despreciado esta gracia
sobreabundante del cielo porque juzgaban que la Virgen no puede hablar tanto, ni
repetirse tanto, ni decir cosas tan sabidas e incluso –se ha llegado hasta
decir- banales. Quienes así opinaban y opinan no comprenden la gravedad de los
tiempos que estamos viviendo y, por tanto, porqué la Virgen ha venido y ha
estado y está tanto tiempo con nosotros y nos ha conducido por la mano mes tras
mes.
La otra razón,
por la que daría la impresión de una despedida o al menos de un próximo final,
está en la resonancia de las palabras del Niño Jesús: “Yo soy vuestra paz, vivan mis
mandamientos”. El Señor, al
despedirse de sus discípulos también menciona la paz, su paz, y los mandamientos
como legados que les deja. Lo encontramos en los capítulos 13 y 14 del Evangelio
de san Juan, cuando les dice: “Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar
con vosotros… Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros.
Que como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los
otros” (Cf. Jn 13:33-34). Y luego
cuando agrega: “Os dejo la paz, mi
paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No dejéis que vuestro corazón se
turbe ni tengáis miedo” (Jn
14:27). No parece casual
tal paralelismo. Si las palabras son las mismas es de conjeturar que la
circunstancia sea la misma.
Esta aparición
presenta otro rasgo muy importante y que debemos considerar: quien da el mensaje
es Jesús pero Niño, en brazos de su Madre. Es el mismo Dios que viene en el
Niño, el pequeño Hijo de María, para no asustarnos y darnos confianza, permitir
acercarnos y para que podamos también acogerlo. No viene como Juez severo mas
sus palabras están llenas de autoridad, de la autoridad de Dios. Y como Dios,
Dios cercano, nos dice:
"Yo soy vuestra paz” Nadie que no sea
Dios, puede darnos la paz porque la paz es un don que viene de Jesucristo.
Nosotros no podemos generárnosla ni la paz es la simple consecuencia de
circunstancias favorables. La llamada paz
del mundo es una suerte de tregua, jamás plena, siempre condicionada, frágil y
en la superficie del acontecer, y de la que se sabe que seguirá luego la
hostilidad que la romperá. La paz que da el
mundo no es la paz del corazón sino cierta tranquilidad que no posee raíces que
ahonden en el corazón. Para el mundo tener paz es no ser agredido, no verse
amenazado por ningún tipo de hostilidad, gozar de salud, de bienestar material.
Esto, cuando y si se da, se presenta en un marco de bonanza general,
precisamente cuando la gente más se olvida de Dios, y además es por naturaleza
efímero. El hecho que las circunstancias sean todas favorables no quita el
horizonte de la enfermedad y de la muerte propia y de personas allegadas y
queridas que, ante la falta de Dios, provoca angustia. La paz de Cristo
es totalmente diferente, porque Él mismo es la paz. Porque es nuestro Salvador,
quien nos rescata de nuestras angustias y soledades, quien da respuesta a
nuestra vida, por haber dado la respuesta definitiva a la muerte venciéndola con
su Resurrección. Por eso, nos redime de nuestras pequeñas y grandes muertes –que
son nuestros pecados- y por eso la muerte no tiene el poder de cancelar la vida
que se vive en Cristo. “Oh Muerte,
¿dónde está tu victoria? ¿Dónde tu aguijón?” (1 Cor 15:55). Tengo paz en la
medida en que estoy unido a Cristo, anclado en Cristo, en que Él es el Señor de
mi vida. Tengo paz en la medida en que no me aparto de sus mandamientos.
“Vivan mis mandamientos” Algunos de sus
contemporáneos lo acusaban que su enseñanza iba contra la Ley que les había dado
Dios por Moisés. Él les respondía:“No penséis que he venido a abolir la Ley
y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento” (Mt 5:17). Y luego, para que se
entienda bien que ni una tilde de la Ley dejaría de cumplirse, después de
presentar a cada mandamiento con “Habéis oído que se dijo a los
antepasados…”, replicaba
afirmando “Pues yo os digo…” (Cf. Mt 5:21 ss). Con ello manifestaba
un mayor rigor, una justicia superior derivada de la exigencia del amor. Es
decir, el Señor no vino a edulcorar la Ley o a rebajarla sino a exigirla en su
totalidad. Ahora mismo (es importante recordarlo) Él no hace descuentos a sus
mandamientos como piden y exigen algunos grupos dentro de la Iglesia que se
rebelan al Magisterio, alegando la necesidad de adaptación a la época. El Señor,
en cambio, nos pide soportar el yugo de la Ley, que resume en los mandamientos
del amor a Dios, sobre todas las cosas, y al otro como a uno mismo. Es el yugo
suave del amor, es la carga que Jesucristo nos aligera. Lo esencial es
el amor y de la respuesta de amor viene la paz que Cristo nos da. Es inútil
buscar paz y felicidad si nos apartamos de Él, si rechazamos su amor. Vivir los
mandamientos es vivir el amor hacia el otro, tal vez hoy distante de Dios y de
nosotros, para hacerlo próximo atrayéndolo con nuestra intercesión y testimonio.
Es dar a conocer el amor, dar a conocer a Cristo a quien no lo conoce, a quien
no conoce el amor de Dios.
No termina hoy
el mensaje con las gracias que siempre nos da nuestra Madre por haber respondido
a su llamado. Hoy, la respuesta nuestra debe ser la de vivir los mandamientos
para recibir la paz del Señor. En lugar del agradecimiento recibimos la
bendición de la Madre y del Niño. De ese Niño que
es la Buena Noticia que atraviesa los tiempos y los espacios. De ese Niño, “Hijo
del Eterno Padre y hombre verdadero, nacido de María que, siendo Madre no pierde
la virginidad. Llamado Mesías y Cristo, Salvador que los hombres esperaban. Él,
que es el Camino, la Verdad y la Vida, ha acampado entre nosotros”. “Gloria a Dios
en el cielo y paz en la tierra a los hombres que Dios ama. Venid adoremos al
Salvador” (3) en esta Santa Navidad.
P. Justo Antonio
Lofeudo
www.mensajerosdelareinadelapaz.org
PS: Ahora esperemos el mensaje del 2
de enero que recibirá Mirjana.
---------------------------------------------- (1)
Muy al comienzo daba los mensajes todos los días, luego lo hizo los jueves hasta
el 8 de enero de 1987 y a partir de entonces todos los días 25 de cada mes. (2) La Virgen apareció una vez mostrando
a Jesús en su Pasión y en todas las Navidades trayendo al Niño, como lo hizo la
vez primera, aquel 24 de Junio de 1981. Sin embargo, mensajes de Jesucristo no
hubo hasta ahora. (3) De la Calenda
(Pregón) de Navidad de la Misa del gallo.
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