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martes, 10 de mayo de 2011

SIERVOS REPARADORES, PORCIÓN AMADA DE MI DIVINO CORAZÓN (Agustín del Divino Corazón - Manizales, Colombia)



SIERVOS REPARADORES, PORCIÓN AMADA

DE MI DIVINO CORAZÓN

Escuchad mis palabras

Noviembre 2/10 (6:10 a. m.)

Locución del Señor Jesús:

Hijos amados: abrid vuestros oídos, escuchad mis palabras. Palabras que van dirigidas para vosotros, siervos reparadores, porción amada de mi Divino corazón.

Siervos que se esforzarán en el cumplimiento de mi Divina Voluntad. Siervos que se encontrarán conmigo diariamente en mi Tabernáculo de Amor Divino. Siervos que en el silencio me percibirán, escucharán mis mensajes de Amor. Siervos que repararán con sus vidas, los pecados de una humanidad indolente, ingrata, alejada de mis caminos. Siervos que morirán a sí mismos. Siervos que por donde pasen dejarán huella, impregnarán con el aroma de mi nardo purísimo los ambientes más putrefactos, más nauseabundos. Siervos que llevarán escritas, con la tinta indeleble de mi Sangre preciosa: mis palabras, mis mensajes. Siervos que serán palabra encarnada, Evangelio vivo.

Llegad a Mí, como buenos discípulos. Discípulos que quieren crecer en Sabiduría Divina. Discípulos que se deleitan conmigo, porque mis mensajes son coloquios espirituales de amor. Discípulos que practican mis virtudes; virtudes que, si son vividas, les elevarán a un alto grado de santidad. Discípulos que meditarán en mis lecciones de Amor Divino; lecciones que les cuestionará a un cambio, a una radicalidad de vida, a una conversión perfecta y transformante.

Vosotros, hijos amados: que decidisteis dejar vuestras

familias, vuestros países, ciudades y pueblos de origen; vosotros que decidisteis apartaros del mundo: dejad a un lado vuestras posesiones materiales; dejad a un lado vuestros trabajos, vuestros quehaceres cotidianos, porque un día escuchasteis mi llamado; llamado que hizo eco en la profundidad de vuestro corazón, llamado que insistentemente retumbaba en la profundidad de vuestro ser y no descansasteis, no recobrasteis la paz, hasta el momento que decidisteis subir conmigo a la barca y remar mar adentro; y llegasteis a este oasis de paz, a este manantial de aguas vivas, aguas reposadas.

Vosotros que estáis viviendo la virtud del desprendimiento (porque lentamente vais muriendo a vuestros gustos, a vuestras apetencias, a vuestros deseos, me entregáis todo vuestro ser) para que yo obre en vosotros de acuerdo a mi Divina Voluntad, para que yo os vaya dando forma, os vaya tallando, puliendo, para que Yo os tome como greda blanda entre mis manos y haga de vosotros vasijas de barro consistentes; para que Yo trace en vuestras vidas nuevos planes, nuevos proyectos; vosotros que decidisteis caminar tras mis huellas imborrables de amor, vosotros que decidisteis saliros de vuestro seno familiar, vosotros que os apartasteis del mundo: recibiréis recompensa; recibiréis el ciento por uno: por vuestros sacrificios, por vuestras renuncias, por vuestras luchas interiores, por vuestras batallas.

Vosotros que caminasteis tras mi perfume, perfume embriagador, perfume seductor, perfume que os llevó al lugar donde vivo: alivianaré un poco vuestras cargas; haré que sintáis dicha, al cargar con una parte del peso de mi cruz; haré que sintáis anhelos de limpiar mi Divino Rostro: maltratado, abofeteado por los pecados de los

hombres.

Vosotros que habéis tomado la decisión de ser mis discípulos: entregaré en vuestras manos mis remos, mis redes, para que juntos, en tiempo de subienda (abundancia de peces) pesquemos almas para el Cielo.

Vosotros que empezasteis a sentir tedio por las cosas del mundo, vosotros que empezasteis a buscar lo eterno, lo trascendental, lo que verdaderamente sí es valioso ante mis ojos: quitaré vuestros viejos harapos, os vestiré con túnicas blancas resplandecientes, para que seáis como ángeles en la tierra; vosotros que tenéis como primacía la santidad, os daré: fuerzas, tenacidad, temple para que no os dejéis derrumbar, amilanar, derribar, frente a las tentaciones y hostigamientos del enemigo.

Vosotros que os deleitáis ante mi presencia Eucarística: haré que mis palabras caigan en vuestro corazón, como susurros de brisa suave; haré que mis palabras sean dulce miel para vuestros labios, néctar exquisito que os sumerja en un éxtasis de amor, que os sumerge en la más profunda y genuina contemplación, os haré sentir mi amor desbordante, despertaré celo por vuestra salvación.

Vosotros, mis siervos reparadores: sed dóciles a la acción del Espíritu Santo, escribid junto conmigo un nuevo capítulo en vuestras vidas, enterrad a los pies de mi cruz vuestro pasado que os sanaré. Entregadme vuestros recuerdos tristes; entregadme vuestras heridas abiertas y aún purulentas, que con mi óleo bendito, os sanaré, os limpiaré.

Entregadme vuestras flaquezas, que os fortaleceré. Entregadme vuestras ataduras que os daré libertad para que emprendáis vuelo en esta nueva experiencia de amor, en esta aventura maravillosa en la cual os recrearéis, os regocijaréis, os sentiréis plenos; porque entre millares y millares de personas,

fijé mi mirada en cada uno de vosotros, pronuncié vuestros nombres. No fuisteis vosotros, los que llegasteis a esta mi pequeña porción del cielo en la tierra. Fui yo, quien os seduje. Fui yo, quien os até al cordel que sostiene mi túnica. Y llegasteis a Mí, caminasteis tras mis huellas de sandalias desgastadas y os encontrasteis conmigo.

Vosotros, mis siervos reparadores: sed dóciles, maleables; respondedme con presteza, con ligereza, porque sois almas privilegiadas, almas que habrán de gozarse ante mis palabras, ante mis mensajes, ante mis insinuaciones de amor; almas que deberán esforzarse por cumplir una a una mis peticiones, mis mandatos, mis leyes divinas.

Vosotros, siervos reparadores: presentaos ante los ojos de mi Padre Eterno como ofrendas vivas de amor; consumíos como se consume un cirio, en el Santísimo.

Vosotros, siervos reparadores: embriagaos de amor en el silencio; en el silencio os hablaré, en el silencio os daré perfección de vida, en el silencio acrecentaré las virtudes; en el silencio os aleccionaré, os amonestaré, os mostraré: vuestras debilidades, vuestras imperfecciones; en el silencio podréis escuchar mi voz.

¿Cómo pretendéis escucharme, si os sumergís en el ruido mundanal? ¿Cómo pretendéis encontraros conmigo, si aún sois distraídos, si aún sois vacilantes? El silencio es más elocuente que mi palabra y mi palabra, calará en la profundidad de vuestros corazones. Mi palabra, os hará suspirar de amor por Mí. Mi palabra, os llevará a una postración, a una reverencia total a mi verdadera y real presencia en mi Sagrada Eucaristía.

Vosotros, siervos reparadores, que sentís la necesidad de

conversión, que sentís la necesidad de dejar vuestros pecados: habéis comprendido que con vuestros actos de desamor, fueron muchas las lanzas que traspasaron mi Corazón agonizante; habéis comprendido que algunas veces, abusasteis de mi misericordia; habéis comprendido que muchas veces despreciasteis mi amor, por dar gusto a vuestras apetencias, a vuestros bajos instintos; instintos que os llevaban a caminar por caminos densos, oscuros; caminos ausentes de Mí, caminos que os abrían puertas al abismo, a la condenación, a la destrucción de vuestras vidas.

Vosotros entendisteis, que estabais jugando con lo más sagrado, que estabais poniendo en alto riesgo vuestra salvación. Por eso, os acercasteis a Mí. Escuché vuestra voz de auxilio, de ruego, de súplica y me compadecí de cada uno de vosotros.

Reconoced, que no tenéis méritos. Reconoced: que, aún, sois pequeños; aún, os falta crecimiento en la fe; aún, os falta mucho qué darme, qué entregarme.

Pero en, ésta, mi escuela: aprenderéis, creceréis, naceréis de nuevo, porque soy vuestro Maestro, soy vuestro guía, soy vuestra brújula; brújula que os guiará, y os llevará a andar por caminos pedregosos y estrechos, pero caminos seguros de entrada al Cielo.

Vosotros, mis siervos reparadores: tatuaré en vuestros corazones el Fiat, el Sí, para que ya no seáis vosotros sino Yo, en vosotros.


EJÉRCITO VICTORIOSO DE LOS CORAZONES TRIUNFANTES

Llamado urgente al hombre de hoy, a una conversión perfecta, que lo conduzca a una vida de santidad, mediante lecciones del Amor Santo y Divino, sobre las verdades existentes en la doctrina de la Iglesia Católica que se encuentran en las Sagradas Escrituras, Catecísmo, Tradición y Magisterio de nuestra Iglesia.


Autobiografía de Agustín del Divino Corazón. (Vidente)

Nací en Neira, Caldas, Colombia el 31 de Agosto de 1967.

Trabajé como docente en varios Colegios de la ciudad de Manizales.

Hubo una época de mi vida que la pasé alejado de los caminos del Señor Dios porque naufragaba en el pecado. Fueron tantos los vacíos de mi corazón que sentí de nuevo el deseo de buscar a Dios.

Un Jueves Santo le pedí al Señor, mientras oraba, que me concediera la gracia de saber qué podría hacer por Él al día siguiente, Viernes Santo. Meditaba en los sufrimientos y dolores de su Sagrada Pasión; meditaba en el dolor que sintió Jesús cuando fue coronado de espinas y vestido con trajes de burla, en el cansancio al tener que cargar sobre sus delicados hombros en el tremendo peso de la cruz, los indecibles dolores cuando traspasaron sus Sagradas Manos y Pies con grandes clavos. También medité en el sufrimiento de su Sacratísimo Corazón porque todo un pueblo le atacaba, muy pocos se compadecían de Él, se unían a su aflicción.

Esta meditación fue interrumpida por una voz que me invitaba a coger en mis manos lapicero y papel. Esta voz calaba en la profundidad de mi corazón y lo inflamaba de su Amor Divino porque era una voz muy dulce, masculina, inconfundible. Sentí que era Jesús que me hablaba. Me llamaba a hacer de cada viernes un Viernes Santo, a convertirme de corazón, a llevar una vida de santidad, a dejar las cosas del mundo para seguirle sólo a Él. De súbito, me encontré en una calle angosta y sentí algo indescriptible, que no alcanzo a describir con palabras lo que viví: Vi a Jesús que venía hacia mí con su túnica ensangrentada, enlodada; cargaba en sus hombros una pesada y rústica cruz. Me miró con sus ojos llorosos y me dijo que si le ayudaba a cargar con su cruz pero voluntariamente, no en forma impuesta como a Simón de Cirene. Me dio libertad de decirle sí o no. Me dijo que si me decidía ser su cirineo, dibujaría en mi corazón su Rostro sufriente; Rostro que imprimió también en el velo de la Verónica como pago a su gesto heroico.

Me sentí de nuevo en el lugar donde me hallaba orando y Jesús continuó hablándome en mi corazón.

Esta experiencia cambió mi vida; ya no volví a ser el mismo; algo especial estaba ocurriendo dentro de mí; me enfrentaba a algo desconocido, insólito.

El día que trajeron las reliquias de Santa Margarita María de Alacoque, sentí un fuerte deseo de consagrar mi vida por entero al Señor. Me arrodillé para venerar a esta gran Santa a la que le pedí que así como Jesús le regaló una chispita de amor de su Sagrado Corazón, intercediera por mí para que Él hiciera también lo mismo conmigo y al instante empecé a sentir un fuego que ardía y consumía mi corazón. Sentí tanta dicha que llegué a pensar que me moriría de amor; deseaba fundir mi corazón al Corazón de Jesús para nunca más separarme de Él, para ser abrasado permanentemente con la llama de su Amor Divino.

A los días siguientes empezó Jesús a manifestarse, a darme unos mensajes por medio de locuciones, a escribir para su libro: “En las Fuentes de mi Divino Corazón”.

Al principio fueron muchos los obstáculos que le puse al Señor Jesús. Era renuente a lo que estaba viviendo, me resultaba imposible creer que Él hubiera puesto sus ojos en mí.

Cierto día me dirigí al Sagrario para decirle a Jesús, realmente presente en la Eucaristía:

me siento impotente, temeroso para cumplir con la misión que has puesto en mis manos, no entiendo porque me has elegido siendo tan pecador. De repente salió su Voz desde el Sagrario y me dijo: precisamente por esto te he llamado, porque en tu corazón sólo hallo miseria; quiero demostrarle al mundo entero que Yo elijo al que menos cuenta para el mundo, al menos capacitado, pero que yo mismo le formo, le instruyo; son los enfermos los que necesitan del Médico Divino para ser sanados de sus enfermedades y ser curados de sus dolencias.

Le pedí perdón y me puse en sus sagradas manos para que hiciera en mi su Divina Voluntad, para que me moldee como barro dócil, para que tome control de mi vida; porque a Él sólo quiero pertenecer. Para que me conduzca por los caminos angostos, caminos difíciles de andar pero seguros para entrar al Cielo.