Queridos hijos, como Madre les imploro: perseveren como mis
apóstoles En este mensaje hay un
llamado concreto con un nombre también concreto: ser apóstoles y perseverar como
tales. Sentir que formamos parte de aquellos
hijos que escuchan a la Madre no necesariamente equivale a afirmar que se la
sigue y se cumple con lo que Ella nos pide. El seguimiento va más allá del
sentimiento de amor que digamos profesarle. El seguimiento es la acción concreta
en el amor. Seguirla significa ir a los demás y no encerrarse en un reducto, es
convertirse en enviado de Ella, ya que apóstol significa eso: enviado. Ser
apóstol no es una cuestión de exhibir un título sino de ejercerlo. Y el
apostolado, lo dice, es el de dar testimonio del amor de Dios revelado en su
Hijo, Jesucristo. Ruego a mi Hijo para que les dé sabiduría y la fuerza
divina Nuestra Madre no deja
de orar por nosotros para que seamos sus auténticos enviados, para que
perseveremos en la misión que se nos encomienda y para que el Señor nos dé
sabiduría y fortaleza, que son dones del Espíritu Santo. Sabiduría para tener la
luz del discernimiento en la gran confusión actual y en la aún mayor confusión
que se cierne sobre el mundo: la gran apostasía, la impostura de la mentira que
niega a Dios, niega su salvación –incluso bajo la diabólica trampa que siendo
Dios bueno no puede condenar a nadie y que todos finalmente se salvan-, y niega
a Jesucristo como único Salvador de los hombres.
La
persecución, por parte del poder en sus distintas manifestaciones, que ha
comenzado y que cada vez será mayor, más evidente y feroz, requerirá tesón y
heroísmo para poder dar testimonio, y por ello, debemos ser revestidos de
fortaleza. Fortaleza para el combate espiritual y para, en medio de ese combate,
dar testimonio de la fe verdadera en el amor de Dios. Ese mismo amor que envía a
la Virgen Santísima para guiarnos y revelarnos el tiempo que estamos viviendo.
Por eso mismo, una de las estrategias del Enemigo –para sembrar más confusión,
que es lo suyo propio, y para desviar del verdadero camino a los fieles y a toda
persona que intenta acercarse a Dios- es la de disfrazarse del Señor o de la
Virgen con falsos videntes, con mensajes que remedan a los de Medjugorje y a
través de estos inocular el veneno. Para ello se vale de muchas debilidades
nuestras y una, no menor, la de la curiosidad.
La
curiosidad, a veces asociada a la morbosidad de conocer calamidades que se dice
van a acontecer, lleva a muchos a hurgar en la red para saber qué dice en tal o
en cual parte la supuesta Virgen, qué apariciones nuevas hay, y por añadidura a
volverse, por falta de discernimiento, en propagadores de esas mentiras que de
inocentes no tienen nada. Pues, la exhortación es a abandonar todas esas cosas y
a dedicarse a vivir los mensajes. A rezar y ayunar. Poniendo siempre el corazón
en el ayuno y en la oración, para que sean verdaderamente del corazón. A
confesarse asiduamente, no por rutina sino para purificar el corazón,
convencidos del mal que anida en nosotros, acusando los propios pecados (¡no lo
de los demás!) con ánimo contrito y por ese medio de la reconciliación acercarse
cada vez más a Dios. A vivir la Eucaristía que se celebra y a adorarla, que es
adorar a Dios mismo. A leer y orar la Palabra de Dios, sobre todo los
Evangelios. Y siempre a vivir en la caridad, en el amor, amando y
perdonando.
Ruego para que puedan discernir todo lo que los rodea según la
verdad de Dios y se opongan fuertemente a todo lo que desea alejarlos de mi
Hijo. Ruego para que puedan testimoniar el amor del Padre Celestial según mi
Hijo Discernir lo bueno de
lo malo; y no sólo eso sino también discernir lo mejor, lo perfecto, lo que más
agrada a Dios de lo que en sí es bueno, todo eso supone actuar luego acorde a lo
discernido, a lo que hemos pasado por el tamiz de la verdad y el amor, y, por
tanto, a escoger y vivir lo verdadero, lo puro, lo auténticamente bello para
caminar en la santidad.
Santidad es
unión con Cristo, santidad es avanzar en el amor y oponerse con todas las
fuerzas al engaño, a la mentira, a la seducción del mal en todas sus
formas. Oponerse fuertemente a
todo lo que desea alejarnos de Cristo, como lo pide nuestra Santísima Madre,
significa tolerancia cero para con el mal, por más que venga disfrazado de bien
para uno mismo o para los demás.
Nuestra
oposición al mal es combatida por la falsa tolerancia que nos acusa a nosotros
de intolerantes. La falsa tolerancia es tolerancia al mal, a la ofensa a Dios e
intolerancia a todo lo bueno y santo. La falsa tolerancia se reviste del ropaje
del falso lenguaje, aquel que llama a las cosas por lo que no son, y lo hace
para confundir a las almas desprevenidas y débiles en la fe y en la moral. Por
eso, se debe pedir constantemente a Dios la luz del discernimiento.
No puede
haber tolerancia alguna con el pecado, con lo que aleja de Dios. La única
tolerancia debida es la de la caridad hacia el pecador. La revelación de Dios no
es materia opinable. El orden moral no es relativo; la ley de Dios es explícita,
clara, inequívoca. El mal o el bien no son productos de culturas, no están en
función del momento histórico en que se vive, no pueden ser intercambiables de
acuerdo a las épocas. La Verdad es para todo tiempo y lugar. No es cuestión de
ver cuándo se puede matar o cuándo no, cuando es lícito el adulterio y cuándo
no. No matarás es para siempre y en toda circunstancia. Una unión ilegítima
aunque para los hombres sea lícita porque la ley que han hecho lo admita, sigue
siendo ilegítima. El pecado contra natura es pecado contra natura y no hay
más. No se puede dialogar
con la mentira, no se puede aceptar que para unos lo que está mal para otros
está bien y que no creerlo así es ser intolerante. El mal penetra en la vida de
las personas a fuerza de costumbre, de ver lo anormal como si fuera “normal”. No
hay que permitir que nos invada y nos volvamos complacientes con él.
El mal seduce
y no debemos dejar que nos seduzca. Y toda vez que se caiga –de hecho, de
pensamiento, de palabra o por omisión de obrar el bien que podríamos haber
brindado- hay que acudir rápidamente al Salvador para que Él nos vuelva a
levantar, nos transmita la gracia y haga que recuperemos la perdida dignidad de
hijos de Dios. Dicho lo mismo con otras palabras: hay que confesarse ante un
sacerdote confesor.
Dar
testimonio de Dios no es posible hacerlo por la sola voluntad. Nuestra voluntad
es débil y por sí misma no puede lograr el bien al que estamos llamados. Sólo la
gracia de Dios permitirá repeler las tentaciones que constantemente padecemos,
sólo la gracia nos fortalecerá para el rudo combate, sólo la gracia nos enviará
al mundo a dar testimonio de Dios que ama y que salva. Por medio del ayuno y la oración ustedes me abren el
camino a que yo ruegue a mi Hijo, para que Él esté junto a ustedes y para que a
través de ustedes su Nombre sea santificado La oración y el ayuno
no sólo son nuestras armas para el combate contra satanás, sino también la vía,
que abrimos con nuestra participación, para que nuestro Señor atienda los ruegos
de su Madre y venga a nuestro lado.
Vale decir,
tenemos que hacer nuestra parte. No puedo quedarme con que, por ejemplo, soy
sacerdote, o soy consagrado a la Virgen, o que porque difundo o comento los
mensajes considerarme su apóstol si en los hechos no vivo lo que me está
pidiendo, si no oro ni hago y ofrezco mis sacrificios para que Dios me convierta
en portador de su amor. Hijos míos, grandes gracias les han sido dadas para ser
testimonios del amor de Dios. No tomen a la ligera la responsabilidad que les es
dada. No aflijan a mi Corazón maternal. Como Madre deseo fiarme de mis hijos, de
mis apóstoles
El momento es
muy serio, la misión muy importante como para tomarla a la ligera. Los dones que
nos dan no son para esconderlos. No caigamos en una falsa humildad, que en esto
nada tiene que ver cuánto conocidos eres o qué posición tienes en la vida,
porque sólo Dios y la Virgen saben la importancia de cada uno en este drama de
la salvación. No puedo ni debo decirme, por ejemplo, no soy nada, no cuento para
nada, quién me va a escuchar, porque eso lleva al desaliento y al quietismo. Por
supuesto, que soy nada y que todo lo debo al amor de Dios y a su gracia, pero
esta nada que soy es amada por Dios, por la Virgen, y esta nada está ahora
llamada a la misión de ser enviado a este mundo como testigo del amor de Dios,
de que ese amor suyo, que pasa por mí, va dirigidos a todos, para que el mundo
se salve. Entonces sí, orando, ayunando, viviendo los mensajes de la Virgen que
son los de la Iglesia (aunque ya no se hable de ayunar y poco de orar) podremos
ser los apóstoles, enviados de la Madre de Dios para estos tiempos, dando –con
la fuerza que viene del Espíritu Santo- testimonio del amor de Dios Padre, en
Cristo, con Cristo y por Cristo.
Oren por los pastores, porque nada de todo esto sería posible sin
ellos Por la importancia que
reviste, nuestra Madre no deja de repetir en cada mensaje su pedido de rezar por
los sacerdotes. El triunfo de su Corazón Inmaculado vendrá junto a sus
sacerdotes. Puesto que ¿cómo sería posible purificar el corazón y obtener el
perdón de Dios sin el sacerdote que te confiesa? ¿Dónde te alimentarías
espiritualmente y tendrías las fuerzas para el camino y para el duro combate sin
la Eucaristía? ¿Dónde encontrarías guía espiritual y consejos en momentos de
confusión? Rezar por los sacerdotes es rezar para que sean santos y puedan ser
verdaderos, luminosos, valientes pastores de estos tiempos turbulentos.
P. Justo Antonio Lofeudo www.mensajerosdelareinadelapaz.org
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