Habla Dios Padre
Habla el Padre Santísimo:
“Os parece dura la palabra que expresa la verdad. Querríais solamente palabras misericordiosas. ¿Podéis reconocer que merecéis misericordia? ¿Acaso no es misericordia también la Voz severa que os habla de castigo y os incita a arrepentiros? ¿Acaso os arrepentís?
Este deseo de oír solamente promesas de bondad, esta manía de recibir de Dios solo caricias, es la desviación de la Religión. Habéis convertido en epicureismo también este principio sublime que es la Religión referida al Dios verdadero. Pretendéis deleite de ella pero no queréis dedicarle esfuerzo. Queréis descansar en la cómoda transacción entre lo que os ordena la Religión y lo que os place. Y pretendéis que Dios se avenga a esta adaptación. En otras épocas, este vicio espiritual se llamaba “quietismo” y aún lo llaman así los doctores del espíritu. Yo soy más severo y lo llamo epicureismo del espíritu.
Querríais recibir de la Religión, de Dios, de su Palabra, sólo lo que acaricia los sentidos, porque os habéis rebajado tanto que habéis convertido en sensual hasta el espíritu. Por eso queréis ofrecerle sensaciones y estremecimientos completamente humanos. Parecéis los enajenados de otras religiones que, con oportunas ceremonias, provocan un estado psíquico anormal para gozar de los falsos éxtasis de sus paraísos.
Ya no comprendéis la grande, la mayor misericordia de Dios. Y llamáis dureza, espanto, amenaza, lo que es amor, consejo, invitación al arrepentimiento para obtener gracias. Queréis palabras misericordiosas. ¿Decís que las queréis para que os den las fuerzas para resurgir? No mintáis. Os gustarían porque son dulces. Pero igualmente, para los labios de Dios, vuestro sabor sería amargo como el veneno.
¿De qué sirven las palabras misericordiosas, las visiones plenas de amor que se os brindan desde hace un año como última prueba de elevación hacia Dios de vuestras almas paganizantes? A muchos les sirve para deleite, a algunos para su ruina y a un pequeño número tremendamente exiguo para la santificación. De este modo, continúa el destino de Cristo: el de ser un signo de contradicción para muchos.
Hoy hablo Yo ¡Oh culpables más culpables que los sodomitas! (Gén 19, 24-25), hablo para demostrar que mi misericordia aún es infinita, visto que no os sepulta bajo una granizada de fuego.
Se ha dicho: “Castigas a los descarriados poco por vez, les reprendes por sus faltas y les atormentas para que se aparten de la perfidia y crean en Ti” (Sb 12, 1-2) ¿No han ido aumentando poco a poco estos periodos tremendos? ¿Os he dejado azotar de un modo infernal en una sola vez? No es así. Hace decenas y decenas de años que el castigo va aumentando en cuanto al modo y la duración, dándoos de tanto en tanto una milagrosa ayuda que os liberaba de él y que usabais para preparar por vuestra misma voluntad, un flagelo aún más cruel.
No mejorasteis nunca. ¡Oh, vosotros que escarnecéis a Dios!, siempre ha aumentado vuestra maldad y vuestra falta de fe. ¿Y ahora qué he de hacer? Si no supiera cómo os he creado, ahora me preguntaría si tenéis un alma, porque vuestras obras son peores que las de seres bestiales. ¿Os disgusta oíroslo decir? ¡Pues no obréis de modo tal de merecer estas palabras!
En el Libro de la Sabiduría se leen estas palabras dirigidas a los Cananeos: “Aborrecías a los antiguos habitantes de tu tierra santa porque sus obras, cumplidas con prácticas mágicas y ritos sacrílegos, eran abominables ante Ti. Mataban sin piedad a sus pequeños, comían las entrañas de los hombres y bebían la sangre en tu sacra tierra. Quisiste destruir a estos padres, verdugos de almas indefensas...” (Sb 12, 3-7).
¡Oh generación de hombres de esta época! ¿no os reconocéis en estos antepasados vuestros? Yo sí que os reconozco. Respecto a ellos, vuestra perfidia ha aumentado, se ha hecho más satánica. Pero seguís perteneciendo a esa ralea que detesto. El satanismo se ha difundido tanto hasta convertirse casi en religión de los estados. Ya sea entre los grandes o entre los modestos, entre los cultos o entre los ignorantes, y hasta en la casa de los ministros de Dios, se quiere conocer y se cree conocer a través de magias que tienen un sello inconfundible: el sello de Satanás.
¿No realizáis los sacrificios de los cananeos? ¡Los hacéis aún peores! No inmoláis las carnes sino vuestras almas y la de vuestros semejantes, conculcando el derecho de Dios y la libertad del hombre. En efecto, habéis llegado hasta tal punto que, con la burla o con la fuerza, quebrantáis las conciencias que aún saben mantenérseme fieles, las arrojáis del trono de su fe, que las eleva a Mí, y las corrompéis con doctrinas malditas o las matáis, porque haciéndolo creéis despojarlas de la fe. No; por el contrario, de este modo las ataviáis con una fe incorruptible. Mas, que la maldición recaiga sobre vosotros porque sembráis la corrupción para arrebatar fieles a Dios.
¿Y no os reconocéis en esos antepasados vosotras, generaciones de padres que sin piedad matáis moralmente a vuestros hijos al comunicar a esos inocentes vuestra incredulidad, vuestra sensualidad, toda la cohorte de racionalismo y de bestialidad de que estáis saturados y que ahora, ahora, ahora que estos hijos ya no están sostenidos por ninguna columna espiritual, termináis de matarle en lo que les queda, es decir, en la carne, pues permitís que de esa carne hagan mercancía como bestias lujuriosas, y es más, aprobáis satisfechos porque ese mercado os permite satisfaceros y gozar con el sacrificio de vuestros hijos?
¡No, no exagera el Libro de la Sabiduría cuando os llama verdugos de almas indefensas! Cuidáis más a la bestia que criáis para venderla y a la planta que cultiváis para obtener los frutos, que a vuestros hijos. Ellos son débiles mas no los fortificáis, pues no les dais ni la religión de Dios ni, al menos, la de la honestidad cívica y del amor familiar.
Padres, ya no sois los tutores de los menores. Madres, para vuestras criaturas no sois ángeles, sois ídolos. No cumplís el fin al que os he destinado. Abdicáis de vuestros deberes y de vuestros derechos. Me causáis horror. Sois ídolos idólatras: sois ídolos, porque carecéis de espíritu. Sois idólatras, porque adoráis lo que es todo menos espíritu. Habéis adorado al hombre; habéis permitido que se llegara al culto del cuerpo, que se volviera al culto del cuerpo, tal como lo practicaban los paganos cuando Cristo les encontró, o los neo paganos, que son culpables de paganismo doblemente, porque lo eran y porque siguieron siéndolo aún después de haber recibido la verdadera religión.
Y además, en los lutos, en las alegrías, ¿qué hacéis? Practicáis la idolatría. Veneráis, adoráis lo que es perecedero. No pensáis en el espíritu y en El que lo creó. Y eso “es un engaño para la vida humana, pues los hombres, secundando la afición o la tiranía, dan a la piedra o al leño o a la tela pintada el Nombre incomunicable”. (Sb 14, 21). Yo, sólo Yo, soy Dios.
¿Os parece que os fustigo? Y entonces oíd: “Ni les bastó haber errado en el conocimiento de Dios sino que, viviendo en la dura guerra de la ignorancia, llaman paz a tan graves males. Ya inmolan a los hijos, ya hacen misteriosos sacrificios, ya transcurren las noches en orgías infames. No conservan puros ni la vida ni los matrimonios. Por el contrario, uno mata al otro por envidia o le humilla con adulterios. Todo es un caos de sangre, homicidios, robos, fraudes, corrupción, deslealtad, desorden, perjurio, vejación de los buenos, olvido de Dios, contaminación de las almas, inversión de los sexos, inconstancia en los matrimonios, adulterios, libertinaje, porque al abominable culto a los ídolos es causa, principio y fin de todos los males. O se dan a frenéticas juergas o vaticinan falsedades o viven en la injusticia y perjuran sin vacilar pues, dado que confían en ídolos inanimados, no temen que el jurar en falso pueda perjudicarles” (Sb 14, 22-29).
Mas, ¿se trata de la Sabiduría dictada un siglo antes de Cristo o de algo dictado en los momentos actuales? ¿Y aún pretendéis palabras de misericordia?
¿No habéis visto nunca a un pueblo que huye bajo una colosal granizada? Huye veloz pero igualmente el granizo le azota porque los gruesos granos les persiguen por doquier. Si tuviera que hablar según lo merecéis y os hablara como quien soy, como Dios Padre, seríais como esas gentes azotadas por una colosal granizada.
Habla la Bondad y no entendéis. Habla la Justicia y la consideráis injusta. Tenéis miedo y no os corregís. ¿Sois tontos o criminales? ¿Sois locos o endemoniados? Que cada uno se examine. ¿Y por gentes como éstas se mandó a morir al Hijo del Padre?
En verdad, si fuera posible encontrar un error en Dios, se diría que ese Sacrificio fue un error, porque su infinito valor es nulo para demasiada gente. Sí, digo que fue un error. Un error que es testimonio de mi Naturaleza. Sí, ¡oh, hombres que, a pesar de ser tan culpables, juzgáis que Yo no os trato con misericordia!, porque si Yo no fuera Amor, no os habría concedido la Redención. Sí, porque si en verdad hubiera tenido que obrar como vosotros, que pretendéis el 100 por 100 y hasta el 1000 por 100 cuando hacéis aun el mínimo bien, Yo no habría tenido que concederos la gracia jamás. Porque desatendéis, burláis, convertís en desgracias, todas las formas de gracia, empezando por la de la Sangre derramada por vosotros.
Hoy Jesús no habla y el pequeño Juan no ve. Hoy hablo Yo para deciros que hoy, como hace dos años, mi Pensamiento es el mismo; para deciros que si callo es porque sé que hablar es inútil; para deciros que la palabra es amor, que el silencio es amor, que la severidad es amor. Sólo vosotros sois desamor, en medio del amor soberano que conforma todo lo que proviene de Dios. Y ésta es vuestra condena”.
(“Los Cuadernos 1945-1950” – 20 de marzo de 1945 - María Valtorta)
“Os parece dura la palabra que expresa la verdad. Querríais solamente palabras misericordiosas. ¿Podéis reconocer que merecéis misericordia? ¿Acaso no es misericordia también la Voz severa que os habla de castigo y os incita a arrepentiros? ¿Acaso os arrepentís?
Este deseo de oír solamente promesas de bondad, esta manía de recibir de Dios solo caricias, es la desviación de la Religión. Habéis convertido en epicureismo también este principio sublime que es la Religión referida al Dios verdadero. Pretendéis deleite de ella pero no queréis dedicarle esfuerzo. Queréis descansar en la cómoda transacción entre lo que os ordena la Religión y lo que os place. Y pretendéis que Dios se avenga a esta adaptación. En otras épocas, este vicio espiritual se llamaba “quietismo” y aún lo llaman así los doctores del espíritu. Yo soy más severo y lo llamo epicureismo del espíritu.
Querríais recibir de la Religión, de Dios, de su Palabra, sólo lo que acaricia los sentidos, porque os habéis rebajado tanto que habéis convertido en sensual hasta el espíritu. Por eso queréis ofrecerle sensaciones y estremecimientos completamente humanos. Parecéis los enajenados de otras religiones que, con oportunas ceremonias, provocan un estado psíquico anormal para gozar de los falsos éxtasis de sus paraísos.
Ya no comprendéis la grande, la mayor misericordia de Dios. Y llamáis dureza, espanto, amenaza, lo que es amor, consejo, invitación al arrepentimiento para obtener gracias. Queréis palabras misericordiosas. ¿Decís que las queréis para que os den las fuerzas para resurgir? No mintáis. Os gustarían porque son dulces. Pero igualmente, para los labios de Dios, vuestro sabor sería amargo como el veneno.
¿De qué sirven las palabras misericordiosas, las visiones plenas de amor que se os brindan desde hace un año como última prueba de elevación hacia Dios de vuestras almas paganizantes? A muchos les sirve para deleite, a algunos para su ruina y a un pequeño número tremendamente exiguo para la santificación. De este modo, continúa el destino de Cristo: el de ser un signo de contradicción para muchos.
Hoy hablo Yo ¡Oh culpables más culpables que los sodomitas! (Gén 19, 24-25), hablo para demostrar que mi misericordia aún es infinita, visto que no os sepulta bajo una granizada de fuego.
Se ha dicho: “Castigas a los descarriados poco por vez, les reprendes por sus faltas y les atormentas para que se aparten de la perfidia y crean en Ti” (Sb 12, 1-2) ¿No han ido aumentando poco a poco estos periodos tremendos? ¿Os he dejado azotar de un modo infernal en una sola vez? No es así. Hace decenas y decenas de años que el castigo va aumentando en cuanto al modo y la duración, dándoos de tanto en tanto una milagrosa ayuda que os liberaba de él y que usabais para preparar por vuestra misma voluntad, un flagelo aún más cruel.
No mejorasteis nunca. ¡Oh, vosotros que escarnecéis a Dios!, siempre ha aumentado vuestra maldad y vuestra falta de fe. ¿Y ahora qué he de hacer? Si no supiera cómo os he creado, ahora me preguntaría si tenéis un alma, porque vuestras obras son peores que las de seres bestiales. ¿Os disgusta oíroslo decir? ¡Pues no obréis de modo tal de merecer estas palabras!
En el Libro de la Sabiduría se leen estas palabras dirigidas a los Cananeos: “Aborrecías a los antiguos habitantes de tu tierra santa porque sus obras, cumplidas con prácticas mágicas y ritos sacrílegos, eran abominables ante Ti. Mataban sin piedad a sus pequeños, comían las entrañas de los hombres y bebían la sangre en tu sacra tierra. Quisiste destruir a estos padres, verdugos de almas indefensas...” (Sb 12, 3-7).
¡Oh generación de hombres de esta época! ¿no os reconocéis en estos antepasados vuestros? Yo sí que os reconozco. Respecto a ellos, vuestra perfidia ha aumentado, se ha hecho más satánica. Pero seguís perteneciendo a esa ralea que detesto. El satanismo se ha difundido tanto hasta convertirse casi en religión de los estados. Ya sea entre los grandes o entre los modestos, entre los cultos o entre los ignorantes, y hasta en la casa de los ministros de Dios, se quiere conocer y se cree conocer a través de magias que tienen un sello inconfundible: el sello de Satanás.
¿No realizáis los sacrificios de los cananeos? ¡Los hacéis aún peores! No inmoláis las carnes sino vuestras almas y la de vuestros semejantes, conculcando el derecho de Dios y la libertad del hombre. En efecto, habéis llegado hasta tal punto que, con la burla o con la fuerza, quebrantáis las conciencias que aún saben mantenérseme fieles, las arrojáis del trono de su fe, que las eleva a Mí, y las corrompéis con doctrinas malditas o las matáis, porque haciéndolo creéis despojarlas de la fe. No; por el contrario, de este modo las ataviáis con una fe incorruptible. Mas, que la maldición recaiga sobre vosotros porque sembráis la corrupción para arrebatar fieles a Dios.
¿Y no os reconocéis en esos antepasados vosotras, generaciones de padres que sin piedad matáis moralmente a vuestros hijos al comunicar a esos inocentes vuestra incredulidad, vuestra sensualidad, toda la cohorte de racionalismo y de bestialidad de que estáis saturados y que ahora, ahora, ahora que estos hijos ya no están sostenidos por ninguna columna espiritual, termináis de matarle en lo que les queda, es decir, en la carne, pues permitís que de esa carne hagan mercancía como bestias lujuriosas, y es más, aprobáis satisfechos porque ese mercado os permite satisfaceros y gozar con el sacrificio de vuestros hijos?
¡No, no exagera el Libro de la Sabiduría cuando os llama verdugos de almas indefensas! Cuidáis más a la bestia que criáis para venderla y a la planta que cultiváis para obtener los frutos, que a vuestros hijos. Ellos son débiles mas no los fortificáis, pues no les dais ni la religión de Dios ni, al menos, la de la honestidad cívica y del amor familiar.
Padres, ya no sois los tutores de los menores. Madres, para vuestras criaturas no sois ángeles, sois ídolos. No cumplís el fin al que os he destinado. Abdicáis de vuestros deberes y de vuestros derechos. Me causáis horror. Sois ídolos idólatras: sois ídolos, porque carecéis de espíritu. Sois idólatras, porque adoráis lo que es todo menos espíritu. Habéis adorado al hombre; habéis permitido que se llegara al culto del cuerpo, que se volviera al culto del cuerpo, tal como lo practicaban los paganos cuando Cristo les encontró, o los neo paganos, que son culpables de paganismo doblemente, porque lo eran y porque siguieron siéndolo aún después de haber recibido la verdadera religión.
Y además, en los lutos, en las alegrías, ¿qué hacéis? Practicáis la idolatría. Veneráis, adoráis lo que es perecedero. No pensáis en el espíritu y en El que lo creó. Y eso “es un engaño para la vida humana, pues los hombres, secundando la afición o la tiranía, dan a la piedra o al leño o a la tela pintada el Nombre incomunicable”. (Sb 14, 21). Yo, sólo Yo, soy Dios.
¿Os parece que os fustigo? Y entonces oíd: “Ni les bastó haber errado en el conocimiento de Dios sino que, viviendo en la dura guerra de la ignorancia, llaman paz a tan graves males. Ya inmolan a los hijos, ya hacen misteriosos sacrificios, ya transcurren las noches en orgías infames. No conservan puros ni la vida ni los matrimonios. Por el contrario, uno mata al otro por envidia o le humilla con adulterios. Todo es un caos de sangre, homicidios, robos, fraudes, corrupción, deslealtad, desorden, perjurio, vejación de los buenos, olvido de Dios, contaminación de las almas, inversión de los sexos, inconstancia en los matrimonios, adulterios, libertinaje, porque al abominable culto a los ídolos es causa, principio y fin de todos los males. O se dan a frenéticas juergas o vaticinan falsedades o viven en la injusticia y perjuran sin vacilar pues, dado que confían en ídolos inanimados, no temen que el jurar en falso pueda perjudicarles” (Sb 14, 22-29).
Mas, ¿se trata de la Sabiduría dictada un siglo antes de Cristo o de algo dictado en los momentos actuales? ¿Y aún pretendéis palabras de misericordia?
¿No habéis visto nunca a un pueblo que huye bajo una colosal granizada? Huye veloz pero igualmente el granizo le azota porque los gruesos granos les persiguen por doquier. Si tuviera que hablar según lo merecéis y os hablara como quien soy, como Dios Padre, seríais como esas gentes azotadas por una colosal granizada.
Habla la Bondad y no entendéis. Habla la Justicia y la consideráis injusta. Tenéis miedo y no os corregís. ¿Sois tontos o criminales? ¿Sois locos o endemoniados? Que cada uno se examine. ¿Y por gentes como éstas se mandó a morir al Hijo del Padre?
En verdad, si fuera posible encontrar un error en Dios, se diría que ese Sacrificio fue un error, porque su infinito valor es nulo para demasiada gente. Sí, digo que fue un error. Un error que es testimonio de mi Naturaleza. Sí, ¡oh, hombres que, a pesar de ser tan culpables, juzgáis que Yo no os trato con misericordia!, porque si Yo no fuera Amor, no os habría concedido la Redención. Sí, porque si en verdad hubiera tenido que obrar como vosotros, que pretendéis el 100 por 100 y hasta el 1000 por 100 cuando hacéis aun el mínimo bien, Yo no habría tenido que concederos la gracia jamás. Porque desatendéis, burláis, convertís en desgracias, todas las formas de gracia, empezando por la de la Sangre derramada por vosotros.
Hoy Jesús no habla y el pequeño Juan no ve. Hoy hablo Yo para deciros que hoy, como hace dos años, mi Pensamiento es el mismo; para deciros que si callo es porque sé que hablar es inútil; para deciros que la palabra es amor, que el silencio es amor, que la severidad es amor. Sólo vosotros sois desamor, en medio del amor soberano que conforma todo lo que proviene de Dios. Y ésta es vuestra condena”.
(“Los Cuadernos 1945-1950” – 20 de marzo de 1945 - María Valtorta)
perdona Señor Padre Ceslestial por causarte tan tristeza, perdonanos Señor.
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