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lunes, 1 de abril de 2013

Carta mariana X : Pedro


Pedro
Dice San Pedro Julián Eymard:
“A Pedro solamente dijo el Salvador: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que que desatares sobre la tierra será desatado en los cielos. (Mat XVI, 18-19). (…) El Papa tiene el depósito de la fe, cuya custodia y sanción infalible le han sido confiadas. El Papa es Jesucristo enseñando, es Jesucristo santificando, es Jesucristo gobernando a su Iglesia.
Sin Papa no hay, por lo tanto, Iglesia, sin el Papa no hay más que cisma y esterilidad; contra el Papa no hay sino herejía y escándalo, que es crimen seguido de todas las venganzas divinas, de todas las desgracias reservadas a los sacrilegios.(…)
De manera que para saber dónde está la Iglesia de Jesucristo me basta saber dónde está el Papa, corazón del catolicismo, centro de unión entre el Cielo y la tierra, entre Jesucristo y el hombre, principio de vida católica sin el cual el árbol evangélico queda sin sabia y las obras sin vida. (…)
El Papa es a la Iglesia lo que el sol en el mundo: Lux mundi, lo que el alma para el cuerpo. De él reciben los obispos y los sacerdotes la doctrina y la dirección para a su vez comunicarlas al pueblo cristiano.
Pero ¿cómo sabré que un obispo y un sacerdote son de veras representantes del Pontífice supremo y depositarios de la autoridad católica? Pues haciéndoles estas sencillas preguntas: ¿Viene V.E. en nombre del Papa? ¿está unido con el Papa? ¿Trabaja V.E. con el Papa? Si es así le obedeceré gustoso.”
Y después de hacer una reflexión análoga para reconocer la fidelidad católica de los sacerdotes, el santo prosigue:
“Pero bien puede un falso pastor decir que es legítimo, ¿Cómo podré conocer la verdad de su misión? Ah ¿Cómo conoce un niño a su madre entre tantas madres? ¿Cómo la distingue entre tinieblas y confusiones? Un niño reconoce a su madre en la voz, en el corazón. El falso pastor no tiene la voz de la Iglesia, ni su caridad y santidad. Se predica a sí mismo, trabaja para sí y de ordinario es orgulloso e impuro. Éstas son las señales con que se puede conocer siempre a un intruso, a un cismático revoltoso. Es el lobo entre las ovejas, de quien hay que huir. (..)
Hay que honrar al Papa como vicario visible de Jesucristo. Es doctor de doctores, padre de padres, maestro de maestros (…) Suprema honra y supremo respeto, por lo tanto, al soberano Pontífice, que es Jesucristo cumpliendo su divino oficio en la tierra.
Amémoslo ¿Quién no amará al Papa, Padre común de los fieles a quien Jesucristo dio un corazón tan grande como el mundo y mayor que todas nuestras necesidades?”
(San Pedro Julián Eymard, Obras Eucarísticas,
IIIa parte, 3ª s. sobre la devoción al Papa)

La Virgen pide que
oremos mucho por el Santo Padre Francisco
La elección del Santo Padre Francisco ha atraído y seguirá atrayendo bendiciones sobre el mundo, y sobre todo en América. En Argentina, un estallido de júbilo sin precedentes y una vuelta notoria a Dios. Pero también ha suscitado una suerte de resquemores, críticas, y rechazo en algunos, que si bien son pocos, turban la obra de la Gracia, ya que difunden falsedades, calumnias, juicios temerarios. Una usina de rumores hace llegar -y alcanzan a buenos católicos- críticas expresadas como si hablaran de un personaje de la política o de cualquier ambiente mundano. Hace unas pocas décadas esto era inadmisible. La desacralización ha llegado a meterse en las mentes de modo que se considera al Papa con “mentalidad democrática”. Algunos hasta pretenden imponerle decisiones de gobierno. No saben, o no recuerdan, que los pedidos se le deben solicitar con una súplica, porque al hacerlo estamos viendo en él al mismo Jesucristo. “Suprema honra y supremo respeto al soberano Pontífice, que es Jesucristo cumpliendo su divino oficio sobre la tierra”, leíamos en las enseñanzas de San Pedro Julián. Los ataques son grandes o pequeños, pero todos contestatarios. “Contra el Papa no hay más que cisma y esterilidad; contra el Papa no hay sino herejía y escándalo que es crimen seguido de todas las venganzas divinas, de todas las desgracias reservadas a los sacrilegios, afirma el mismo santo”. Todos los santos nos han dado ejemplo de la veneración al Sumo Pontífice, y muchos son los que han escrito al respecto.
¡Cuánto hieren, turban, confunden, estas saetas venenosas que lanzan sus enemigos y que alcanzan a hacer eco en personas de buena voluntad -hasta consagrados- seguramente por olvido de cómo deben considerarse las cuestiones referentes a Dios. Es decir por haber sido influenciados por la desacralización.
Hace poco, en el colmo del olvido de las más elementales normas de respeto cristiano, se ha difundido un artículo titulado con la frase característica de nuestro Santo Padre: “Recen por mí”, en tono de mofa. Si burlarse de cualquier prójimo es un pecado contra la caridad, qué será esta ironía -publicada y difundida- nada menos que de la persona más sagrada de la tierra, y hacerlo utilizando una expresión que manifiesta su piedad personal. Esta ofensa clama la ira de Dios.
La Virgen Santísima ha dicho recientemente a un alma de nuestro país:
“Ora mucho por el Santo Padre, mucho, muchísimo, para que pueda hacer todo lo que debe hacer…” “Dirán muchas cosas de Pedro, del Santo Padre, pero tú sólo debes saber que él ha sido elegido por Dios, que debes orar mucho por él y también ofrecer penitencias, por todo lo que sufre y sufrirá” “Él es el Papa de María, el Pastor de los últimos tiempos”.
Es imperioso volver a la deformada o perdida devoción hacia el Papa que tuvo la Iglesia en dos mil años. El Papa no es un personaje del mundo, no es tampoco un gobernante de la tierra, como pretenden los enemigos, de cuyas ideas nos intoxican los medios de difusión. Nosotros, para ser buenos católicos, debemos profesar tierna, fiel y perseverante devoción a los tres grandes amores de la Iglesia, los tres amores blancos, como los llamaba el Cardenal Gomá, Arzobispo de Toledo: La Divina Eucaristía, la Inmaculada, el Papa.
Estos amores son la esencia misma de nuestra fe, el origen de toda devoción, la causa de nuestra alegría y el consuelo de nuestras penas. Son, además una vacuna que nos libra de contaminarnos con las herejías, porque los herejes tienen odio visceral a esos tres tesoros que nos dejó Jesucristo.
Al recibir con lágrimas de gozo la indecible gracia del nuevo Pastor, el Papa argentino, será bueno revivir la devoción a esos tres grandes amores en nuestros corazones, de los que brotará el grito tradicional de siglos, hoy dirigido a él:
¡VIVA EL PAPA!
¡VIVA FRANCISCO, EL PAPA DE MARÍA!
Giorgio Sernani
Pascua 2013