Pedro
Dice
San Pedro Julián Eymard:
“A Pedro solamente dijo el Salvador: Tú eres
Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Todo lo
que atares en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que que desatares
sobre la tierra será desatado en los cielos. (Mat XVI, 18-19). (…) El Papa tiene
el depósito de la fe, cuya custodia y sanción infalible le han sido confiadas.
El Papa es Jesucristo enseñando, es Jesucristo santificando, es Jesucristo
gobernando a su Iglesia.
Sin
Papa no hay, por lo tanto, Iglesia, sin el Papa no hay más que cisma y
esterilidad; contra el Papa no hay sino herejía y escándalo, que es crimen
seguido de todas las venganzas divinas, de todas las desgracias reservadas a los
sacrilegios.(…)
De
manera que para saber dónde está la Iglesia de Jesucristo me basta saber dónde
está el Papa, corazón del catolicismo, centro de unión entre el Cielo y la
tierra, entre Jesucristo y el hombre, principio de vida católica sin el cual el
árbol evangélico queda sin sabia y las obras sin vida. (…)
El
Papa es a la Iglesia lo que el sol en el mundo: Lux mundi, lo que el alma para
el cuerpo. De él reciben los obispos y los sacerdotes la doctrina y la dirección
para a su vez comunicarlas al pueblo cristiano.
Pero ¿cómo sabré que un obispo y un sacerdote son
de veras representantes del Pontífice
supremo y depositarios de la autoridad católica? Pues haciéndoles estas
sencillas preguntas: ¿Viene V.E. en nombre del Papa? ¿está unido con el Papa?
¿Trabaja V.E. con el Papa? Si es así le obedeceré gustoso.”
Y
después de hacer una reflexión análoga para reconocer la fidelidad católica de
los sacerdotes, el santo prosigue:
“Pero
bien puede un falso pastor decir que es legítimo, ¿Cómo podré conocer la verdad
de su misión? Ah ¿Cómo conoce un niño a
su madre entre tantas madres? ¿Cómo la distingue entre tinieblas y confusiones?
Un niño reconoce a su madre en la voz, en el corazón. El falso pastor no tiene
la voz de la Iglesia, ni su caridad y santidad. Se predica a sí mismo, trabaja
para sí y de ordinario es orgulloso e impuro. Éstas son las señales con que se
puede conocer siempre a un intruso, a un cismático revoltoso. Es el lobo entre
las ovejas, de quien hay que huir. (..)
Hay
que honrar al Papa como vicario visible de Jesucristo. Es doctor de doctores,
padre de padres, maestro de maestros (…)
Suprema honra y supremo respeto, por lo tanto, al soberano Pontífice, que es
Jesucristo cumpliendo su divino oficio en la tierra.
Amémoslo ¿Quién no amará al Papa, Padre común de los
fieles a quien Jesucristo dio un corazón tan grande como el mundo y mayor que
todas nuestras necesidades?”
(San Pedro Julián Eymard, Obras Eucarísticas,
IIIa
parte, 3ª s. sobre la devoción al Papa)
La
Virgen pide que
oremos
mucho por el Santo Padre Francisco
La
elección del Santo Padre Francisco ha atraído y seguirá atrayendo bendiciones
sobre el mundo, y sobre todo en América. En Argentina, un estallido de júbilo
sin precedentes y una vuelta notoria a Dios. Pero también ha suscitado una
suerte de resquemores, críticas, y rechazo en algunos, que si bien son pocos,
turban la obra de la Gracia, ya que difunden falsedades, calumnias, juicios temerarios. Una usina de rumores hace
llegar -y alcanzan a buenos católicos- críticas expresadas como si hablaran de
un personaje de la política o de cualquier ambiente mundano. Hace unas pocas
décadas esto era inadmisible. La desacralización ha llegado a meterse en las
mentes de modo que se considera al Papa con “mentalidad democrática”. Algunos
hasta pretenden imponerle decisiones de gobierno. No saben, o no recuerdan, que
los pedidos se le deben solicitar con una súplica, porque al hacerlo estamos
viendo en él al mismo Jesucristo. “Suprema honra y supremo respeto al soberano
Pontífice, que es Jesucristo cumpliendo
su divino oficio sobre la tierra”, leíamos en las enseñanzas de San Pedro
Julián. Los ataques son grandes o pequeños, pero todos contestatarios. “Contra el Papa no hay más que cisma y
esterilidad; contra el Papa no hay sino herejía y escándalo que es crimen
seguido de todas las venganzas divinas, de todas las desgracias reservadas a los
sacrilegios, afirma el mismo santo”.
Todos los santos nos han dado ejemplo de la veneración al Sumo Pontífice, y
muchos son los que han escrito al respecto.
¡Cuánto
hieren, turban, confunden, estas saetas venenosas que lanzan sus enemigos y que
alcanzan a hacer eco en personas de buena voluntad -hasta consagrados-
seguramente por olvido de cómo deben considerarse las cuestiones referentes a
Dios. Es decir por haber sido influenciados por la desacralización.
Hace
poco, en el colmo del olvido de las más elementales normas de respeto cristiano,
se ha difundido un artículo titulado con la frase característica de nuestro
Santo Padre: “Recen por mí”, en tono
de mofa. Si burlarse de cualquier prójimo es un pecado contra la caridad, qué
será esta ironía -publicada y difundida- nada menos que de la persona más
sagrada de la tierra, y hacerlo utilizando una expresión que manifiesta su
piedad personal. Esta ofensa clama la ira de Dios.
La
Virgen Santísima ha dicho recientemente a un alma de nuestro país:
“Ora
mucho por el Santo Padre, mucho, muchísimo, para que pueda hacer todo lo que
debe hacer…” “Dirán muchas cosas de
Pedro, del Santo Padre, pero tú sólo debes saber que él ha sido elegido por
Dios, que debes orar mucho por él y también ofrecer penitencias, por todo lo que
sufre y sufrirá” “Él es el Papa de
María, el Pastor de los últimos tiempos”.
Es
imperioso volver a la deformada o perdida devoción hacia el Papa que tuvo la
Iglesia en dos mil años. El Papa no es un personaje del mundo, no es tampoco un
gobernante de la tierra, como pretenden los enemigos, de cuyas ideas nos
intoxican los medios de difusión. Nosotros, para ser buenos católicos, debemos
profesar tierna, fiel y perseverante devoción a los tres grandes amores de la
Iglesia, los tres amores blancos, como los llamaba el Cardenal Gomá, Arzobispo
de Toledo: La Divina Eucaristía, la Inmaculada, el Papa.
Estos
amores son la esencia misma de nuestra fe, el origen de toda devoción, la causa
de nuestra alegría y el consuelo de nuestras penas. Son, además una vacuna que
nos libra de contaminarnos con las herejías, porque los herejes tienen odio
visceral a esos tres tesoros que nos dejó Jesucristo.
Al
recibir con lágrimas de gozo la indecible gracia del nuevo Pastor, el Papa
argentino, será bueno revivir la devoción a esos tres grandes amores en nuestros
corazones, de los que brotará el grito tradicional de siglos, hoy dirigido a él:
¡VIVA
EL PAPA!
¡VIVA
FRANCISCO, EL PAPA DE MARÍA!
Giorgio
Sernani
Pascua
2013