Febrero 4, 1900
1.
El mal del desaliento y de la
desconfianza.
Encontrándome en un estado lleno de desaliento, especialmente por
la privación de mi sumo Bien, esta mañana apenas dejándose ver me ha dicho:
“El
desaliento es un humor infeccioso que infecta las más bellas flores y los más
agradables frutos y penetra hasta el fondo de la raíz, de modo que aquel humor
infeccioso, invadiendo todo el árbol lo marchita, lo vuelve escuálido y si no
se le pone remedio regándolo con el humor contrario, como aquel humor malo se
ha introducido hasta la raíz, seca la raíz y hace caer por tierra al árbol. Así
le sucede al alma que se embebe de este humor infeccioso del desaliento”.
A pesar de todo esto yo me sentía todavía desalentada, toda
encogida en mí misma y me veía tan mala que no me atrevía a arrojarme hacia mi
dulce Jesús, mi mente estaba ocupada pensando en que para mí era inútil esperar
como antes las continuas visitas de Él, sus gracias, sus carismas; todo para mí
había terminado.
Y Él, casi reprendiéndome ha agregado:
“¿Qué
haces? ¿Qué haces?
¿No
sabes tú que la desconfianza deja moribunda al alma?
Y
ésta, pensando en que debe morir no piensa más en nada, ni en adquirir, ni en
comerciar, ni en embellecerse más, ni en poner remedio a sus males, no piensa
otra cosa sino que para ella todo ha terminado. Y no sólo vuelve al alma
moribunda, sino que la desconfianza pone a todas las virtudes en peligro de
expirar”.
¡Ah Señor! Me imagino ver a este espectro de la desconfianza,
triste, mustio, medroso y todo tembloroso y toda su maestría, no con otra
astucia sino sólo con el temor conduce las almas a la tumba.
Pero lo que es peor es que este espectro no se muestra como
enemigo, porque entonces el alma podría burlarse de su miedo, sino que se
muestra como amigo y se infiltra tan dulcemente en el alma, que si el alma no
está atenta, pareciéndole que es un amigo fiel que agoniza junto y llega a
morir junto con ella, difícilmente se sabrá liberar de su artificiosa maestría.
Jesús,
Jesús, Jesús