San Juan Bosco, famoso por su sueños y profecías, amó a
la Virgen en todas sus advocaciones. Vistió con gran devoción el escapulario
del Carmen y aún hoy se conserva incorrupto el que llevaba al morir Pero Don
Bosco será siempre el celoso apóstol y enamorado devoto de la Santísima Virgen
bajo la advocación de “María Auxiliadora”. Él dejará como herencia esta
advocación a sus hijos los salesianos.
Publicaremos los Sueños de Don Bosco
referidos a la Virgen María… Ver también mas Profecías de Don Bosco en Sueños
de San Juan Bosco
QUIEN FUE SAN JUAN BOSCO San Juan Bosco
advirtió al Papa Pío IX (siglo XIX) de que llegará un día en que una luz
brillante resplandecerá en el cielo, en pleno fragor de una batalla. En ese
instante, el Papa y sus servidores abandonarán el Vaticano pasando por una
plaza cubierta de muertos y heridos. Todo el paìs sufrirá una gran perdida de
población y la tierra se agitará como arrasada por un huracán y caerá un fuerte
pedrisco. Durante doscientos amaneceres, el Papa y su séquito vagarán por
tierras extranjeras.
San Juan Bosco nació de una familia humilde el 16
de Agosto de 1815 en un pueblito de Italia llamado I Becchi, en Castelnuovo
d'Asti (ahora Castelnuovo Don Bosco). Su santa madre, Margarita" fue
educándolo a la fe protegiéndolo de la prepotencia de su hermano mayor Antonio,
que no quería que él estudiara. Antonio tuvo que hacerse cargo de la familia
luego de quedar él, Juan y José(los tres hermanos) huérfanos, al morir su padre
Francisco, a los 33 años de edad. La convicción de ser sacerdote
comienza a nacer a los nueve años de edad cuando tiene un sueño que será una
premonición del futuro. La Virgen Auxiliadora fue acompañándolo en la
adolescencia hasta entrar al seminario de Chieri, hasta el sacerdocio (año
1840).
Junto a Don Bosco nacieron grandes vocaciones y santos; esto deja
en evidencia la obra que hoy perdura y el bien que hizo a la Iglesia Católica:
personas como Domingo Savio (santo con solo 15 años) y Miguel Rúa (beato hoy en
día) fueron la expresión máxima de la incansable tarea de Juan Bosco. Fue
dotado de grandes dones naturales y sobrenaturales, como los grandes santos.
Tuvo el don de profecía, el don de milagros. Se adelantó 100 años al Concilio
Vaticano II y eso por su espíritu evangélico.
LA VIRGEN MARÍA
INTERVIENE EN SU VOCACIÓN SACERDOTAL Sueño de los nueve añosCuando
yo tenía unos nueve años, tuve un sueño que me quedó profundamente grabado en
la mente para toda la vida. En el sueño me pareció estar junto a mi casa, en un
paraje bastante espacioso, donde había reunida una muchedumbre de chiquillos en
pleno juego. Unos reían, otros jugaban, muchos blasfemaban. Al oír
aquellas blasfemias, me metí en medio de ellos para hacerlos callar a puñetazos
e insultos. En aquel momento apareció un hombre muy respetable, de varonil
aspecto, noblemente vestido. Un blanco manto le cubría de arriba a abajo, pero
su rostro era luminoso, tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó
por mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos muchachos, añadiendo
estas palabras: No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad,
deberás ganarte a estos amigos. Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles la
fealdad del pecado y la hermosura de la virtud. Aturdido y espantado, dije
que yo era un pobre muchacho ignorante, incapaz de hablar de religión a
aquellos jovencitos. En aquel momento, los muchachos cesaron en sus riñas,
alborotos y blasfemias y rodearon al que hablaba. Sin saber casi lo que me
decía, añadí: ¿Quién sois para mandarme estos imposibles? Precisamente
porque esto te parece imposible, deberás convertirlo en posible por la
obediencia y la adquisición de la ciencia. ¿En dónde? ¿Cómo podré adquirir
la ciencia? Yo te daré la Maestra, bajo cuya disciplina podrás llegar a
ser sabio y, sin la cual, toda sabiduría se convierte en necedad. Pero,
¿quién sois vos que me habláis de este modo? Yo soy el Hijo de Aquella a
quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al día. Mi madre me dice que
no me junte con los que no conozco sin su permiso; decidme, por tanto vuestro
nombre. Mi nombre pregúntaselo a mi Madre. En aquel momento vi junto a él
una Señora de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por
todas partes, como si cada uno de sus puntos fuera una estrella refulgente. La
cual, viéndome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, me
indicó que me acercase a ella, y tomándome bondadosamente de la mano, me dijo: Mira. Al
mirar me di cuenta de que aquellos muchachos habían escapado, y vi en su lugar
una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y varios otros animales. He
aquí tu campo, he aquí en donde debes trabajar. Hazte humilde, fuerte y
robusto, y lo que veas que ocurre en estos momentos con estos animales, lo
deberás tú hacer con mis hijos. Volví entonces la mirada y, en vez de los
animales feroces, aparecieron otros tantos mansos corderillos que, haciendo
fiestas al Hombre y a la Señora, seguían saltando y bailando a su alrededor. En
aquel momento, siempre en sueños, me eché a llorar. Pedí que se me hablase de modo
que pudiera comprender, pues no alcanzaba a entender que quería representar
todo aquello. Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza y me dijo: A
su debido tiempo, todo lo comprenderás. Dicho esto, un ruido me
despertó y desapareció la visión. Quedé muy aturdido. Me parecía que tenía
deshechas las manos por los puñetazos que había dado y que me dolía la cara por
las bofetadas recibidas; y después, aquel personaje y aquella señora de tal modo
llenaron mi mente, por lo dicho y oído, que ya no pude reanudar el sueño
aquella noche. Por la mañana conté en seguida aquel sueño; primero a mis
hermanos, que se echaron a reír, y luego a mi madre y a la abuela. Cada uno lo
interpretaba a su manera. Mi hermano José decía: Tú serás pastor de cabras,
ovejas y otros animales. Mi madre: ¡Quién sabe si un día serás sacerdote!
Antonio, con dureza: Tal vez, capitán de bandoleros. Pero la abuela, analfabeta
del todo, con ribetes de teólogo, dio la sentencia definitiva: No hay que hacer
caso de los sueños. Yo era de la opinión de mi abuela, pero nunca pude echar en
olvido aquel sueño. Lo que expondré a continuación dará explicación de ello. Yo
no hablé más de esto, y mis parientes no le dieron la menor importancia. Pero cuando
en el año 1858 fui a Roma para tratar con el Papa sobre la Congregación
salesiana, él me hizo exponerlo con todo detalle todas las cosas que tuvieran
alguna apariencia de sobrenatural. Entonces conté, por primera vez, el sueño
que tuve de los nueve a los diez años. El Papa mandó que lo escribiera literal
y detalladamente y lo dejara para alentar a los hijos de la Congregación; ésta
era precisamente la finalidad de aquel viaje a Roma.
EL FAMOSO
SUEÑO DE SAN JUAN BOSCO SOBRE LAS DOS COLUMNAS — AÑO DE 1862 El 26 de
mayo de 1862 Don Bosco había prometido a sus jóvenes que les narraría algo muy
agradable en los últimos días del mes. El 30 de mayo, pues, por la noche les
contó una parábola o semejanza según él quiso denominarla. He aquí sus palabras:
«Os
quiero contar un sueño. Es cierto que el que sueña no razona; con todo, yo que
Os contaría a Vosotros hasta mis pecados si no temiera que salieran huyendo
asustados, o que se cayera la casa, les lo voy a contar para su bien
espiritual. Este sueño lo tuve hace algunos días. Figúrense que están conmigo a
la orilla del mar, o mejor, sobre un escrollo aislado, desde el cual no ven más
tierra que la que tienen debajo de los pies. En toda aquella superficie líquida
se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas
proas terminan en un afilado espolón de hierro a modo de lanza que hiere y
traspasa todo aquello contra lo cual llega a chocar. Dichas naves están armadas
de cañones, cargadas de fusiles y de armas de diferentes clases; de material
incendiario y también de libros (televisión, radio, internet, cine, teatro,
prensa), y se dirigen contra otra embarcación mucho más grande y más alta,
intentando clavarle el espolón, incendiarla o al menos Hacerle el mayor daño
posible. A esta majestuosa nave, provista de todo, hacen escolta numerosas
navecillas que de ella reciben las órdenes, realizando las oportunas maniobras
para defenderse de la flota enemiga. El viento le es adverso y la agitación del
mar favorece a los enemigos. En medio de la inmensidad del mar se levantan,
sobre las olas, dos robustas columnas, muy altas, poco distante la una de la
otra. Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos
pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilium Christianorum. Sobre
la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño
proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras:
Salus credentium. El comandante supremo de la nave mayor, que es el Romano
Pontífice, al apreciar el furor de los enemigos y la situación apurada en que
se encuentran sus leales, piensa en convocar a su alrededor a los pilotos de
las naves subalternas para celebrar consejo y decidir la conducta a seguir.
Todos los pilotos suben a la nave capitaneada y se congregan alrededor del
Papa. Celebran consejo; pero al comprobar que el viento arrecia cada vez más y
que la tempestad es cada vez más violenta, son enviados a tomar nuevamente el
mando de sus naves respectivas. Restablecida por un momento la calma, el Papa
reúne por segunda vez a los pilotos, mientras la nave capitana continúa su
curso; pero la borrasca se torna nuevamente espantosa. El Pontífice empuña el
timón y todos sus esfuerzos van encaminados a dirigir la nave hacia el espacio
existente entre aquellas dos columnas, de cuya parte superior todo en redondo
penden numerosas áncoras y gruesas argollas unidas a robustas cadenas. Las
naves enemigas dispónense todas a asaltarla, haciendo lo posible por detener su
marcha y por hundirla. Unas con los escritos, otras con los libros, con
materiales incendiarios de los que cuentan gran abundancia, materiales que
intentan arrojar a bordo; otras con los cañones, con los fusiles, con los
espolones: el combate se toma cada vez más encarnizado. Las proas enemigas
chocan contra ella violentamente, pero sus esfuerzos y su ímpetu resultan
inútiles. En vano reanudan el ataque y gastan energías y municiones: la
gigantesca nave prosigue segura y serena su camino. A veces sucede que por
efecto de las acometidas de que se le hace objeto, muestra en sus flancos una
larga y profunda hendidura; pero apenas producido el daño, sopla un viento
suave de las dos columnas y las vías de agua se cierran y las brechas
desaparecen. Disparan entretanto los cañones de los asaltantes, y al hacerlo
revientan, se rompen los fusiles, lo mismo que las demás armas y espolones.
Muchas naves se abren y se hunden en el mar. Entonces, los enemigos, encendidos
de furor comienzan a luchar empleando el arma corta, las manos, los puños, las
injurias, las blasfemias, maldiciones, y así continúa el combate. Cuando he
aquí que el Papa cae herido gravemente. Inmediatamente los que le acompañan
acuden a ayudarle y le levantan. El Pontífice es herido una segunda vez, cae
nuevamente y muere. Un grito de victoria y de alegría resuena entre los
enemigos; sobre las cubiertas de sus naves reina un júbilo indecible. Pero
apenas muerto el Pontífice, otro ocupa el puesto vacante. Los pilotos reunidos
lo han elegido inmediatamente; de suerte que la noticia de la muerte del Papa
llega con la de la elección de su sucesor. Los enemigos comienzan a
desanimarse. El nuevo Pontífice, venciendo y superando todos los obstáculos,
guía la nave hacia las dos columnas, y al llegar al espacio comprendido entre
ambas, la amarra con una cadena que pende de la proa a un áncora de la columna
que ostenta la Hostia; y con otra cadena que pende de la popa la sujeta de la
parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a la
Virgen Inmaculada. Entonces se produce una gran confusión. Todas las naves que
hasta aquel omento habían luchado contra la embarcación capitaneada por el
Papa, se dan a la huida, se dispersan, chocan entre sí y se destruyen
mutuamente. Unas al hundirse procuran hundir a las demás. Otras navecillas que
han combatido valerosamente a las órdenes del Papa, son las primeras en llegar
a las columnas donde quedan amarradas. Otras naves, que por miedo al combate se
habían retirado y que se encuentran muy distantes, continúan observando
prudentemente los acontecimientos, hasta que, al desaparecer en los abismos del
mar los restos de las naves destruidas, bogan aceleradamente hacia las dos
columnas, llegando a las cuales se aseguran a los garfios pendientes de las
mismas y allí permanecen tranquilas y seguras, en compañía de la nave capitana
ocupada por el Papa. En el mar reina una calma absoluta.
Al llegar a este
punto del relato, San Juan Bosco preguntó a Beato Miguel Rúa: —¿Qué piensas de
esta narración? Beato Miguel Rúa contestó: —Me parece que la nave del Papa
es la Iglesia de la que es Cabeza: las otras naves representan a los hombres y
el mar al mundo. Los que defienden a la embarcación del Pontífice son los
leales a la Santa Sede; los otros, sus enemigos, que con toda suerte de armas
intentan aniquilarla. Las dos columnas salvadoras me parece que son la devoción
a María Santísima y al Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
Beato Miguel
Rúa no hizo referencia al Papa caído y muerto y San Juan Bosco nada dijo
tampoco sobre este particular. Solamente añadió: —Has dicho bien.
Solamente habría que corregir una expresión. Las naves de los enemigos son las
persecuciones. Se preparan días difíciles para la Iglesia. Lo que hasta ahora
ha sucedido es casi nada en comparación a lo que tiene que suceder. Los enemigos
de la Iglesia están representados por las naves que intentan hundir la nave
principal y aniquilarla si pudiesen.
¡Sólo quedan dos medios para salvarse en
medio de tanto desconcierto! Devoción a María Santísima. Frecuencia de
Sacramentos: Comunión frecuente, empleando todos los recursos para practicarlos
nosotros y para hacerlos practicar a los demás siempre y en todo momento.
¡Buenas noches!
(Memorias Biográficas de San Juan Bosco)