María Concepción o “Conchita” fue criada en una ambiente casi laico, pues la piedad estaba párvula en su madre y era nula en su padre, que ocupaba un alto puesto en el gobierno revolucionario cuya posición le calificaba como enemigo de la Iglesia.
Cuando Conchita pudo darse cuenta de que su papá disentía en la familia por la fe, era apenas una niña. Desde ese momento se interesó por alcanzar del cielo la gracia de su conversión. Desde su preparación al acto sublime de su Primera Comunión le hizo entrega total de su persona, pidiéndole que le concediera ser quien pagara por esa falta de fe de su padre: que la hiciera sufrir mucho, en todos los sentidos y toda la vida, pero que quería ver a su padre volver a la fe.
Era por entonces un tiempo de persecución religiosa en México. Hagían cesado los cultos en los templos, por lo cual Conchita ignoraba que existieran comunidades religiosas. Sin embargo, la clausura de cultos la enfervorizó más aún y fue cuando decidió entregarse toda a Dios. Pero el padre de Conchita era inflexible y nunca consentiría en que su hija entrara en la vida religiosa. Sin embargo, Dios la proveyó con un santo confesor el Rev. Padre Salvador Morán que la guió con prudencia y a quien Conchita comunicó primero todo sobre la divina encomienda que había recibido. El pensó en buscarle un claustro capuchino en donde ella pudiese ingresar, y le consiguió una entrevista secreta con el Delegado Apostólico, el Sr. Arzobispo D. Maximino Ruiz y Flores en una casa privada y a quien pudo confiar toda su alma. Asegurole él a Conchita y a la Comunidad donde ella ingresaría después, que su vocación era toda de Dios. Se decidió entonces que saldría de su casa sin permiso.
Nuestra Madre Conchita en aquella época |
El día 2 de febrero de 1930, los padres de Conchita la dejaron sola en casa con su hermana y sin que ésta lo advirtiera, salió rápidamente sin ser vista y se dirigió a la casa de su vecina donde se postró a los pies de la imagen de la Virgen del Carmen entregándose por entero a Ella. Como nadie tenía que darse cuenta de su estadía en esa casa, fue preciso que se escondiese en un ropero, donde permaneció oculta por trece días sin poder hacer ruido alguno, a pesar del martirio corporal que le causó el arrancarse una soga que había llevado en la cintura por tres años como penitencia, prometiendo quitársela hasta verse en camino de realizar su vocación religiosa. Sólo por las noches el ama de la casa, ya avanzada la hora, llevaba a Conchita a una pieza a dormir, para luego encerrarla de nuevo en el ropero a hora temprana, y así evitar ser encontrada por los detectives que su padre había mandado en su busca.
Al fin llegó el día marcado por Dios, y Conchita fue trasladada a la Ciudad de México, donde fue encomendada a las religiosas del Buen Pastor hasta mayo del año de 1930 cuando fue recibida al Postulantado de las RR. MM. Capuchinas Sacramentarias de Tlalpan.
El padre director de la Comunidad, era el R. P. Félix de Jesús Rougier, fundador de los Misioneros del Espíritu Santo. Después de examinarla, asignó para ser su director espiritual al R. P. José Quijada, conocido por su especial don de discernir espíritus. Y fue por medio de su dirección que Dios comenzó a revelar al mundo, por medio de la joven postulante, la cosa más urgente y crucial que la Santa Madre Iglesia necesitaba para los años venideros: “La Obra del Desagravio” una Orden de víctimas a la Divina Justicia, apoyada por una legión de almas víctimas.
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Esos mismos Superiores llevaron a Conchita a conocer al R. P. Carlos Mayer, Superior de la Compañía de Jesús para la provincia de México. Desde el momento que la conoció el R. P. Mayer, la adoptó como hija espiritual y permaneció como su director inmediato hasta el día de su muerte ocurrido 28 años más tarde en 1959.
Por medio de él Conchita fue a presentarse ante el Excmo. y Revdmo. Sr. Arzobispo Metropolitano: Mons. D. Pascual Díaz Barreto. Él dispuso que examinasen su espíritu y fue delegado para ello el Excmo. y Revdmo. Sr. Obispo D. Luis Benítez y Cabañas, visitador de Religiosas en México y Obispo de Tulancingo. Cuando terminó de hacerle el examen espiritual, le aseguró en nombre de Dios, que la Obra que ella iniciaba, sí era toda de Dios.
Nuestra Reverenda Madre Conchita de postulante con las Capuchinas
(la primera a la derecha)
Conchita estaba sin permiso de sus padres en el claustro, y así un día, inesperadamente, su señor padre vino a México y al Excmo. Sr. Arzobispo ¡le amenazó de cárcel si no le entregaba a su hija en 24 horas! Con permiso de su señor padre, antes de volver al hogar, Conchita hizo unos ejercicios espirituales. Fue entonces en que, por permisión superior, inició la redacción de las Constituciones de la Obra del Desagravio.
Familia Zúñiga López
Cuando volvió a la casa paterna los sufrimientos y dolores, las nostalgias y sacrificios que Nuestro Señor le pidió duraron casi doce años, entre los cuales fue burlada y humillada por su familia. Sufrió una enfermedad en las encías que le ocasionó dolores indecibles por largos años y la extracción de toda su dentadura, lo que ofreció como desagravio a la Divina Justicia. Con todo, ahí estaba el momento de merecer que ella reconocía ¡era su cruz!, y tenía que clavarse en ella si quería ser fiel a su Amado, crucificado también.
Conchita de vuelta a la casa paterna
La conversión del alma de su padre fue para ella el mejor fruto de aquel cautiverio. Un día inesperadamente su padre sintió el toque de la gracia y quiso recordar la doctrina católica, y volviendo a la Fe, se humilló profundamente, se confesó y practicó la religión como buen católico y a los dos años de su conversión, ¡murió santamente!
Nuestra Madre a los 27 años de edad
Él había dejado expreso mandato de que su familia no detuviese más a su hija para servir a Dios que la llamaba irresistiblemente, a fundar su Obra del Desagravio. Pero Conchita tuvo que esperar, desde la muerte de su papá que fue en abril de 1940 hasta enero de 1942, en que por consejo del Excmo. Sr. D. Manuel Fulcheri y Pietrasanta de la diócesis de Zamora, Michoacán, ingresó en el colegio de las RR. MM. del Sagrado Corazón. El objeto era que radicara en la misma ciudad que el Prelado, para conferenciar personalmente con él acerca del proyecto de la Obra que le proponía.
Durante su postulantado en el Convento de las Capuchinas, Conchita redactó las Constituciones de la Orden, todas las cuales escribió de rodillas. El Sr. Fulcheri estuvo tres meses estudiando las peticiones de Nuestro Señor para la Obra, Constituciones y todo lo concerniente, tratando con la solicitante ya de 27 años de edad. Sucedió entonces que en menos de seis meses, tanto su madre como su hermana, los únicos miembros de la familia que le quedaban, habían muerto, dejándola heredera de los bienes materiales de la familia, que no eran cortos. Con ellos se compró la casa para el Desagravio, se construyó y se proveyó a todas las necesidades del culto divino, todo para la gloria de Dios.
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