En
1924, ante una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre María Inés recibió
gracias especiales de Dios que la llevaron a una decisión de entrega total y
radical al Señor: “Ante la
Imagen de la Virgen de Guadalupe se obró en mi alma esa transformación radical,
entera, súbita; entró en ella la luz a torrentes; comprendí toda la enormidad de
mi ingratitud, la multitud de mis pecados… lo que entonces se pasó entre Madre e
hija, no es para escribirse. Fue amor mariano guadalupano, porque fue la
Morenita, la Virgen mexicana la que obró en mi esa transformación. Su amor tenía
reminiscencias de Juan Diego, el aroma divino que exhalaban sus vestidos, era de
rosas… su ternura se traslucía en estas arrobadoras palabras: Hija mía a quien
amo tiernamente como a pequeñita y delicada ¿no estás en mi regazo y corres por
mi cuenta? ¿tienes necesidad de otra cosa? Por eso, la Reina del Cielo, María de
Guadalupe, es mi Madre”.
Ella la acompañó siempre y estando como
Clarisa de clausura en el Convento del Ave María, la misma Virgen de Guadalupe
le hizo una promesa (1930), que más tarde la lanzaría a la gran empresa
misionera…
He aquí el texto de la promesa: “Si entra en los designios de
Dios servirse de ti para las obras de apostolado, me comprometo a acompañarte en
todos tus pasos, poniendo en tus labios la palabra persuasiva que ablande los
corazones y en éstos la gracia que necesiten. Me comprometo además, por los
méritos de mi Hijo, a dar a todos aquellos con quienes tuvieres alguna relación
y aunque sea tan sólo en espíritu, la gracia santificante y la perseverancia
final…”
Al escuchar esta promesa, la Madre María Inés a su vez le
ofrece hacerla amar del mundo entero.
En una carta de 1943 a su confesor así
escribe: “La Virgen
Morenita, vestida de Guadalupana, se ha revelado a mi alma, allá, en mi primera
juventud (1924); Ella me llevó a Dios, Ella me dio la vocación religiosa y me
atrajo a Sí con tal ternura y amor, que yo no pude menos de rendirme y
enamorarme de Ella; desde ese momento desapareció para mí todo del mundo con sus
halagos y promesas; hubiera querido que todas las almas se enamoraran de Ella,
que la conocieran y la amaran no solo los mexicanos sino también los habitantes
del mundo entero”.
…”Al verla me ha parecido que
Ella me dice: ‘no temas hija, Yo iré contigo a todas partes, Yo seré quien
convierta a los que no conocen a mi Hijo, Yo alcanzaré para ellos la gracia
necesaria para su conversión; ten solamente en Mi una fe inmensa y verás hasta
donde llega el poder de mi amor. Así como en mi predilecto México, al venir a
mis Xocoyotles, llena de amor y ternura, obré en ellos prodigios inmensos,
estupendas conversiones; lo mismo haré con los de las otras naciones, porque
también son mis pequeñitos, si tú, depositando por entero tu confianza en mí, te
lanzas en pos de sus almas que son el precio de la sangre de mi divino
Hijo’”.
[En esta obra misionera] consagraremos a la Virgen
mexicana, todas las naciones, depositando a sus pies, como un trofeo que será de
sus conquistas maternales, cada una de las banderas de esas naciones que aún no
le conocen, pero que, más tarde, la amarán con ternura. Sí, estoy enteramente
segura” [Hoy se experimenta palpable este anhelo de la Beata María Inés].
“Porque, reinando Ella,
reinará el Hijo, y con su Hijo toda la Augusta Trinidad. Cuando ella haya
preparado el camino, entonces podrá su Divino Hijo con toda confianza,
establecer su trono de amor, reinar desde su custodia, para difundir desde ahí
los rayos de su amor sobre los corazones de todos los no creyentes; con Jesús
Eucaristía y María de Guadalupe, se convertirán millones de almas a su verdadero
y único Dios”.
“Contando contigo Madre mía,
unidas a ti, dirigiendo tú nuestras almas, viviendo en ellas, siendo tu su luz,
su calor,… ¿no estaremos plenamente seguros de cantar victoria? ¿No se
convertirán las almas…, aquellas con las que tuviéramos alguna relación, y
aunque sea tan sólo en espíritu, cuando es promesa tuya, salida de tus labios
purísimos, y te llamamos con razón: Omnipotencia
suplicante”?