viernes, 23 de junio de 2017

Un gran signo en el cielo.




El 29 de octubre de 2015, Patrick Archbold publicó en The Remnant un fascinante artículo titulado Apocalypse Now? Another Great Sign Rises in the Heavens. Si hago referencia a él a estas alturas de 2017 es porque el artículo se refiere a algo que está sucediendo en estos momentos y que culminará en septiembre de 2017. Se refiere el autor a una extraordinaria conjunción planetaria entre las constelaciones de Virgo y Leo y el paso de Júpiter por Virgo, que comenzó el 20 de noviembre de 2016 y culminará el 23 de septiembre de 2017. Por esta conjunción, dicho 20 de noviembre el planeta Rey (Júpiter) entró en el cuerpo de Virgo, permaneciendo en su seno durante nueve meses y medio debido a su movimiento retrógrado. Tras este tiempo de “gestación”, Júpiter saldrá de Virgo (nacerá) el 23 de septiembre de 2017, y en el momento de su “nacimiento” veremos al sol apareciendo directamente detrás de Virgo, con la luna a sus “pies” y sobre la “cabeza” de esa constelación una corona de doce estrellas, formada por las nueve de la constelación Leo más Mercurio, Venus y Marte.
Tan extraña y única conjunción es asociada por el autor con Apocalipsis 12: “Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento”. Tal asociación supone, evidentemente, la sugerencia de un contenido apocalíptico para el tiempo que vivimos, idea que no es ni mucho menos extraña y ha sido repetidamente manifestada por muchos autores, por lo que no es preciso insistir en ella. La peculiaridad de este caso –y no es poca – es hablar de un hecho concreto, en un momento concreto, como posible confirmación de tal contenido.
Ignoro si la relación sugerida por tal artículo existe, si bien admito que la coincidencia entre las posiciones de los astros y el texto de la profecía es impresionante. Con todo, me adhiero a la idea expresada por John-Henry Westen en el sentido de que, si bien desconocemos la realidad de esa relación, sí es cierto que los hechos pueden situarse en un contexto muy determinado: la celebración del centenario de la aparición de la “mujer vestida de sol” en Fátima, la constatación del cumplimiento de sus advertencias, la expectativa ante las que quedan pendientes de cumplimiento y todos los hechos, generalmente poco conocidos, que caracterizan este momento: la polémica en torno a la publicación del Tercer Secreto de Fátima, que la Iglesia afirma haber dado a conocer en su totalidad, mientras que eminentes personalidades dan una versión muy distinta: el padre Ingo Dollinger, confidente del entonces cardenal Ratzinger, quien afirma que el propio cardenal le confesó que “lo que hemos publicado no es el texto completo”, añadiendo que “nos han mandado hacerlo así”, versión confirmada posteriormente por Gottfried Kiniger, amigo íntimo de Dollinger, por el cardenal Luigi Ciappi, una de las pocas personas que han leído el texto completo, quien, en una carta al profesor Baumgartner, manifestó que “en el Tercer Secreto se predice que la gran apostasía de la Iglesia comenzará por su vértice”, así como por las indagaciones de Alice von Hildebrand. No podemos olvidar la carta de sor Lucía al ahora cardenal Carlo Caffarra cuando fue encargado de crear un nuevo Instituto Pontificio para los estudios sobre el matrimonio y la familia, en la que predice la actual polémica sobre el matrimonio y la califica de “batalla final”. Se une a todo ello la extraña renuncia de Benedicto XVI, conservando, sin embargo, el “munus petrinum”, el ministerio petrino, y, por tanto, la condición de pontífice, así como las múltiples especulaciones sobre sus causas; el “partido de la sal de la tierra” y el “grupo de Sankt Gallen”; también las polémicas sobre el pontificado del papa Bergoglio, los cardenales de las “dubbia”, las declaraciones de Arturo Sosa y tantas otras… En otro terreno, la creciente persecución de la Iglesia, cruenta en muchos lugares o incruenta (todavía) en muchos otros; la promulgación de leyes totalitarias contra la libertad de expresión, condenando severamente a aquellos que manifiesten opiniones contrarias a los dogmas LGTBI o al aborto, por ejemplo. Añádanse a ello las revelaciones a Santa Faustina Kowalska sobre el tiempo de la Misericordia y el tiempo de la Justicia y los llamados “secretos” de Medjugorje. Y, en general, un mundo en el que el hombre ha eliminado a Dios tomando su lugar, declarándose totalmente autónomo y haciendo de su voluntad subjetiva la fuente de toda “verdad” (tantas como voluntades) y fundamento de toda caprichosa “moral”.
Ante todo este cúmulo de elementos interrelacionados, y muchos otros que, de mencionarlos, constituirían todo un libro, confieso que me siento fuertemente tentado a conceder verosimilitud a la relación sugerida en el artículo arriba mencionado, toda vez que la situación de nuestro mundo se parece asombrosamente a lo que los profetas de Israel y los Evangelios describen como los tiempos inmediatamente precedentes a la Parusía.
Y si ello fuera así, ¿deberíamos temer ese tiempo de la Justicia que parece se nos viene encima? Bien, si no creemos en Dios, si pensamos que el hombre es realmente un ser autosuficiente, devenido de la pura materia como conjunto aleatorio de átomos, fruto del azar, sin ningún elemento espiritual en su constitución, entonces, ¿para qué perder el tiempo en tonterías? Pero yo creo en Dios, creo que el hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, dotado, por tanto, de un elemento espiritual que llamamos alma, inmortal en tanto que espiritual, susceptible de una retribución tras la vida en esta tierra en función de su fidelidad o infidelidad a su propia naturaleza de criatura creada a imagen de Dios y creada libre, plenamente responsable de sus actos, que haciendo un mal uso de esa libertad pretendió ocupar el lugar de Dios estableciendo por sí misma y por su propia voluntad el bien y el mal (igual que ahora), que por ello perdió la amistad de Dios e introdujo el mal en la tierra. Creo también que Dios envió a su Hijo unigénito para asumir la naturaleza humana y purificarla con su propia sangre, restableciendo así para el hombre la posibilidad de recuperar la amistad de Dios, siempre dependiendo de su libre voluntad, una amistad que, tras la Redención, no es ya simple amistad sino filiación divina.
Si creo todo eso y considero mi propio comportamiento y el comportamiento del hombre en general con relación a las exigencias de su naturaleza, temo que hayamos contraído una enorme deuda con la Justicia divina, deuda cuyo pago se nos puede exigir. Si Dios nos ha dado un tiempo de Misericordia, tal como nos recuerda santa Faustina Kowalska, para poder mitigar o incluso anular esa deuda en base a su reconocimiento y arrepentimiento, a la humilde petición de perdón y a la correspondiente penitencia y conversión o cambio de vida, pero sucede que no hemos sabido o querido aprovechar esa oportunidad, ahora llega tal vez el momento de pagar esa deuda, y puede ser un pago muy ingrato, tal como sugiere el propio Apocalipsis 12.
Porque tras el anuncio de la mujer encinta vestida de sol, la revelación anuncia la aparición del gran dragón escarlata, que tras intentar infructuosamente devorar al hijo a punto de nacer, es derribado del cielo y arrojado a la tierra junto con sus ángeles: ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo (…) y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella.
Todo ello sugiere un tiempo de mortal enfrentamiento entre el bien y el mal, en el que el mal, con la fuerza de la desesperación (puesto que “sabe que tiene poco tiempo”) parecerá vencer. Muchos (la mayoría) se dejarán seducir por el mal o se doblegarán ante su violencia. Muy pocos permanecerán en el bien. El mismo Apocalipsis se refiere en otro lugar a los que llevarán en la frente la marca del mal y a los pocos que llevarán la de la mujer. Estos últimos serán marginados, perseguidos, encarcelados y asesinados, pero cuando parezca que todo está perdido, el mal y los que lo han seguido serán aplastados.
Eso es lo que parecen indicar tanto el Apocalipsis como los diversos textos evangélicos que se refieren al tiempo de la “gran tribulación”, si es que pensamos que podemos estar en ese tiempo, como sugieren Archbold y muchos más. Mi intención no es afirmar ni negar, sino ofrecer algunos elementos de reflexión para quienes quieran considerarlos y someterlos a su propio y libre juicio.

1 comentario:

  1. Parece ser que Esta no es nuestro hogar verdadero sino de paso para Evolucionar espiritualmente.
    Aferrarse a esta vida,( al poder, al dinero);trabajar, comer, dormir y acumular cosas no tiene demasiado sentido.
    Quizás nos pueda ayudar a entender los mensajes recibidos por Chico Xavier (youtube, Nuestro Hogar).
    Con amor Juan Peña.

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