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martes, 7 de agosto de 2012

EL MENSAJE DEL PADRE


Mensaje de Dios Padre, dado al mundo a través de Sor Eugenia Elisabetta Ravasio
1o Fascículo parte A
1o de Julio de 1932
Fiesta de la Preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
¡He aquí finalmente el día para siempre bendito de la promesa del Padre Celestial!
Hoy terminan los largos días de preparación y me siento cerca, muy cerca de la llegada del Padre mío y Padre de todos los hombres.
¡Algunos minutos de oración y después todas las alegrías espirituales! ¡Tengo sed de oírlo y de verlo!
Mi corazón ardiente de amor se abre con una confianza tan grande que he podido constatar que hasta ahora no había estado tan confiada con nadie.
Pensar en mi Padre me lanzaba en una loca alegría.
¡Finalmente cánticos comienzan a oírse! ¡Algunos ángeles vienen y me anuncian la feliz llegada! Sus cantos son tan bellos que me propuse de transcribirlos apenas posible.
Esta armonía cesó por un instante y he aquí el cortejo de elegidos, de querubines y de serafines, con Dios nuestro Creador Padre nuestro.
Postrada, con el rostro en el suelo, hundida en mi nada, recité el Magníficat. Enseguida el Padre me dijo que me sentara con El para escribir lo que había decidido decirle a los hombres.
Toda la corte que lo había acompañado desapareció. El Padre se quedó solo conmigo y antes de sentarse me dijo:
¡Te lo dije ya y te lo repito: no puedo donar una vez más a mi Hijo predilecto para demostrarles a los hombres mi amor! Ahora es para amarlos y para que conozcan este amor que yo vengo en medio de ellos, tomando el aspecto y semejanza, y la pobreza.
Mira, ¡pongo en el suelo mi corona y toda mi gloria para tomar la actitud de un hombre común!"
Después de haber tomado la actitud de un hombre común poniendo su corona y su gloria a sus pies, puso el globo del mundo sobre su corazón, sosteniéndolo con la mano izquierda, y se sentó junto a mí. ¡Puedo sólo decir algunas palabras, ya sea sobre su llegada y sobre la actitud que se dignó asumir, ya sea sobre su amor! En mi ignorancia no encuentro palabras para expresar lo que El me hizo entender.
"¡Paz y salvación,  dijo, para ésta casa y para el mundo entero! ¡Que mi potencia, mi amor y mi Espíritu Santo toquen los corazones de los hombres, para que toda la humanidad se encamine hacia la salvación y venga hacia su Padre, que la busca para amarla y salvarla!
Que mi Vicario Pío XI comprenda que estos días son días de salvación y de bendición. Que no se deje escapar la oportunidad de llamar la atención de los hijos hacia el Padre, que viene para darles el bien en esta vida y para prepararles la felicidad eterna.
Escogí este día para iniciar mi obra entre los hombres porque es la fiesta de la Sangre Preciosa de mi hijo Jesús. Tengo la intención de bañar con esta sangre la obra que estoy iniciando, para que de grandes frutos para la humanidad entera".
He aquí el verdadero objeto de mi venida:
1) - Vengo para eliminar el temor excesivo que mis criaturas tienen de mí, y para hacerles comprender que mi alegría está en ser conocido y amado por mis hijos, es decir, por toda la humanidad presente y futura.
2) - Vengo para traerles la esperanza a los hombres y a las naciones. ¡Cuántos la han perdido desde hace mucho tiempo! Esta esperanza les hará vivir en paz y con seguridad, trabajando para la salvación.
3) - Vengo para hacerme conocer así como soy. Para que la confianza de los hombres aumente contemporáneamente con el amor hacia mí, el Padre, que tiene una sola preocupación: velar sobre todos los hombres, y amarlos como hijos.
El pintor se deleita contemplando el cuadro que pintó; ¡Así mismo yo me complazco, me alegro, viniendo en medio de los hombres, obra maestra de mi creación!
El tiempo apremia. Quiero que el hombre sepa lo más pronto posible que lo amo y que siento la más grande felicidad estando con el, como un Padre con sus hijos.
Yo soy el Eterno y cuando vivía solo ya había pensado en usar toda mi potencia para crear seres a mi imagen y semejanza. Pero se necesitaba primero la creación material para que estos seres pudieran encontrar su apoyo: entonces fue la creación del mundo. Lo llenaba con todo lo que yo sabia que era necesario para los hombres: el aire, el sol y la lluvia, y muchas otras cosas que yo sabía que eran necesarias para sus vidas.
¡Al final, la creación del hombre! Me complací de mi obra. El hombre comete pecados, pero es entonces cuando, justamente, se manifiesta mi bondad infinita. Para vivir entre los hombres creé y escogí, en el Antiguo Testamento, a los profetas, a quienes comuniqué mis deseos, mis penas y mis alegrías, para que los transmitieran a todos.
Más crecía el mal y más mi bondad me apremiaba a comunicarme con las almas justas para que transmitieran mis órdenes a los que causaban desórdenes. Y así, a veces, tuve que usar la severidad para reprenderlos, no para castigarlos - porque eso habría hecho sólo mal - para alejarlos del vicio y dirigirlos hacia el Padre y Creador, a quien, ingratamente, habían olvidado y desconocido. Más tarde el mal sumergió tanto el corazón de los hombres que me vi obligado a enviar plagas al mundo para que el hombre se purificara por medio del sufrimiento, la destrucción de sus bienes y hasta la pérdida de la vida: fue el diluvio, la destrucción de Sodoma y de Gomorra, las guerras del hombre contra el hombre, etc.
Siempre he querido quedarme en este mundo entre los hombres. Y así, durante el diluvio estaba cerca de Noé, el único justo de ese entonces. También durante las otras plagas encontré siempre un justo con el cual morar y, a través de el, viví en medio de los hombres de aquel tiempo, y así fue siempre.
El mundo a menudo ha sido purificado de su corrupción por mi infinita bondad hacia la humanidad. Y entonces continuaba a escoger algunas almas en las cuales me complacía para que, por medio de ellas, pudiera deleitarme con mis criaturas, los hombres.
Le prometí al mundo el Mesías. ¡Qué no he hecho para preparar su venida, mostrándome en las figuras que lo representaban hasta mil y mil años antes de su venida!
Porque, ¿Quién es este Mesías? ¿De dónde viene? ¿Qué hará en la tierra? ¿Quién viene a representar?
El Mesías es Dios.
- ¿Quién es Dios? Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
- ¿De dónde viene, o mejor dicho, quién le ordenó venir en medio de los hombres? Yo, su Padre, Dios.
- ¿A quién representará en la tierra? A su Padre, Dios.
- ¿Qué hará en la tierra? Hará conocer y amar al Padre, Dios.
- ¿No dijo?:
"¿No sabéis que es necesario que me ocupe de las cosas del Padre mío?" ("¿nesciebatis quia in his quae Patris mei sunt oportet me esse?" S. Lucas, c. 2 v. 49). "He venido sólo para hacer la voluntad del Padre mío" "Todo lo que pediréis al Padre mío en mi nombre os lo concederé" "Le rezaréis así: Padre nuestro que estás en los Cielos..." y más adelante, dado que vino para glorificar el Padre y hacerlo conocer a los hombres, dijo: "Quién me ve, ve a mi Padre" "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí" "Nadie viene al Padre sino es por medio de mí" "Nemo venit ad Patrem nisi per me" - (S. Juan c. 14 v. 6). "Quienquiera esté conmigo está también con el Padre mío", etc., etc. Oh hombres, concluid que por toda la eternidad he tenido solo un deseo, hacerme conocer y amar por los hombres, deseando incesantemente de estar con ellos.
¿Queréis una prueba auténtica de este deseo que tengo y que apenas he explicado?
¿Por qué le ordené a Moisés que construyera el tabernáculo y el Arca de la Alianza si no es porque tenía el deseo ardiente de venir a vivir, como un Padre, un hermano, un amigo de confianza, con mis criaturas, los hombres? Y a pesar de esto me olvidaron, me ofendieron con culpas innumerables. Sin embargo, para que se recordaran de Dios, su Padre, y del único deseo que tiene de salvarlos, le di mis mandamientos a Moisés para que teniéndolos y cumpliéndolos se recordaran del Padre infinitamente bueno, todo absorto en la salvación de ellos, salvación presente y eterna.
Todo esto cayó otra vez en el olvido y los hombres se hundieron en el error y en el temor, considerando que cansaba mucho el cumplir con los mandamientos, así como los había transmitido a Moisés. Hicieron otras leyes, que iban de acuerdo con sus vicios, para poder cumplirlas más fácilmente. Poco a poco, con el temor exagerado que tenían de mí, me olvidaron aún más y me llenaron de ultrajes.
Y sin embargo, mi amor por estos hombres, mis hijos, ni siquiera se ha detenido. Cuando constaté bien que ni los patriarcas, ni los profetas habían podido hacer que los hombres me conocieran y me amaran, decidí venir yo mismo.
Pero, ¿cómo hacer para encontrarme en medio de los hombres? No había otro medio que el de ir yo mismo en la segunda persona de mi divinidad.
¿Me reconocerán los hombres? ¿Me escucharán?
Para mi nada del futuro estaba escondido; a estas dos preguntas respondí yo mismo:
"Ignorarán mi presencia aún estando cerca de mí. En mi Hijo me maltratarán, a pesar de todo el bien que les hará. En mi hijo me calumniarán, me crucificarán para hacerme morir".
¿Me detendré por esto? No, mi amor por mis hijos, los hombres, es demasiado grande.
No me detuve allí: reconoceréis bien que os he amado más que a mi Hijo predilecto, por así decir, o para decirlo todavía mejor, más que a mi mismo.
Lo que os digo es totalmente verdadero, que si hubiese bastado una de mis criaturas para expiar los pecados de los otros hombres, por medio de una vida y una muerte semejante a la de mi Hijo, hubiera titubeado. ¿Por qué? Porque habría traicionado mi amor haciendo sufrir a una criatura que amo, en vez de sufrir yo mismo en mi Hijo. No he querido nunca hacer sufrir a mis hijos.
Este es, en breve, la historia de mi amor hasta mi venida, por medio de mi Hijo, en medio de los hombres.
La mayor parte de los hombres conoce todos estos hechos, pero ignora lo esencial: es decir, ¡que fue el amor el que condujo todo!
Sí, es el amor, es esto lo que quiero hacerles notar. Ahora este amor está olvidado. Quiero recordárselos para que aprendan a conocerme así como soy. Para que no estéis atemorizados como esclavos, con un Padre que os ama hasta este punto.
Mirad, en esta historia estamos sólo al primer día del primer siglo, y quisiera conducirla hasta nuestros días: hasta el siglo XX.
¡Oh, cómo los hombres han olvidado mi amor de Padre! ¡Y sin embargo os amo muy tiernamente! En mi Hijo, es decir en la persona de mi Hijo hecho hombre, ¡qué no he hecho todavía! La divinidad en esta humanidad se veló, quedó pequeña, pobre y humillada. Conduje con mi Hijo una vida de sacrificios y de trabajo. ¡Recibí sus oraciones para que el hombre tuviera un camino trazado y caminara siempre seguro en la justicia, para que llegase hasta mí!
¡Cierto, puedo muy bien comprender la debilidad de mis hijos! Por esto le pedí a mi Hijo que les donara los medios para levantarse después de las caídas. Estos medios los ayudarán a purificarse de los pecados, para que sean todavía los hijos de mi amor. Principalmente son los siete sacramentos y sobre todo el gran medio para salvarse que es el Crucifijo, que es la Sangre de mi Hijo, que en cada instante se derrama sobre vosotros, siempre y cuando lo queráis, ya sea con el sacramento de la penitencia, ya sea con el santo sacrificio de la Misa.
Mis queridos hijos, desde hace veinte siglos os colmo de estos bienes con gracias especiales y ¡el resultado es mísero!
¡Cuántas criaturas mías, que se han vuelto hijas de mi amor por medio de mi Hijo, se han lanzado muy rápidamente en el abismo eterno! En verdad, no han conocido mi infinita bondad, ¡Yo os amo mucho! (expresión preferida por Sor Eugenia y que se repite a menudo).
Por lo menos vosotros, que sabéis que he venido personalmente para hablaros, para haceros conocer mi amor, por piedad de vosotros mismos no os lancéis en el precipicio. ¡Yo soy vuestro Padre!
Es posible que después de haberme llamado Padre y de haberme demostrado vuestro amor, encontréis en mi un corazón tan duro y tan insensible que os deje perecer? ¡No, no, no lo creáis! ¡Yo soy el mejor de los padres! ¡conozco las debilidades de mis criaturas! ¡venid, venid a mí con confianza y amor! Y yo perdonaré después de vuestro arrepentimiento. ¡Aunque vuestros pecados fueran repugnantes como el fango, vuestra confianza y vuestro amor me los harían olvidar, y así no seréis juzgados! Yo soy justo, es verdad, pero ¡el amor paga todo!
Escuchad, hijos míos, hagamos una suposición para que tengáis la seguridad de mi amor. Para mi vuestros pecados son como el hierro y vuestros actos de amor como el oro. ¡Aunque me entregarais mil kilos de hierro no sería tanto cuanto si me donarais diez kilos de oro! Esto significa que con un poco de amor se rescatan enormes iniquidades.
Este es un pequeñísimo aspecto de mi juicio sobre mis hijos, los hombres, todos sin excepción. Por lo tanto hay que llegar hasta mí. ¡Yo estoy tan cerca de vosotros! Entonces, es necesario amarme y glorificarme para que no seáis juzgados, o por lo menos para que seáis juzgados con amor infinitamente misericordioso.
¡No lo dudéis! Si mi corazón no fuera así ¡habría ya exterminado el mundo cada vez que se hubiese cometido el pecado! Mientras que, vosotros, sois testigos, en cada instante se manifiesta mi protección, mediante gracias y beneficios. Podéis concluir que existe un Padre sobre todos los padres, que os ama y que no cesará nunca de amaros, siempre y cuando lo queráis.
Vengo en medio de vosotros por dos caminos: ¡La Cruz y la Eucaristía!
La Cruz es el camino que baja en medio de mis hijos, porque es por medio de ella que os hice redimir por mi Hijo. Y para vosotros, la Cruz es el camino que sube hacia mi Hijo, y desde mi Hijo hacia mí. Sin ella nunca podríais llegar, porque el hombre, con el pecado, ha atraído sobre sí mismo el castigo de la separación de Dios.
En la Eucaristía yo vivo en medio de vosotros como un Padre en su familia. Quise que mi Hijo instituyese la Eucaristía para hacer de cada tabernáculo un depósito de mis gracias, de mis riquezas y de mi amor, para darlos a los hombres, mis hijos.
Es siempre por estos dos caminos que hago descender mi omnipotencia y mi infinita misericordia.
... Ahora que he demostrado que mi Hijo Jesús me representa entre los hombres, y que por medio de él vivo constantemente en medio ellos, quiero demostraros también que vengo entre vosotros por medio de mi Espíritu Santo.
La obra de esta tercera persona de mi divinidad se cumple sin ruido, y a menudo el hombre no se da cuenta. Pero para mi es un medio muy idóneo para vivir, no sólo en el tabernáculo sino también en el alma de todos los que están en estado de gracia, para establecer mi trono y vivir siempre como un verdadero Padre que ama, protege y sostiene a su hijo. Nadie puede comprender la alegría que siento cuando estoy a solas con un alma. Nadie ha comprendido todavía los deseos infinitos de mi corazón de Dios Padre de ser conocido, amado y glorificado por todos los hombres, justos y pecadores. Por lo tanto, son estos tres homenajes que deseo recibir de parte del hombre, para que yo sea siempre misericordioso y bueno, aun con los grandes pecadores.
¡Qué no he hecho por mi pueblo, desde Adán hasta José, padre adoptivo de Jesús, y desde José hasta hoy día, para que el hombre me diese un culto especial, que me es debido, como Padre, Creador y Salvador! Sin embargo, ¡este culto especial, que he deseado tanto, no me ha sido todavía dado!
En el Éxodo podéis leer que hay que ensalzar a Dios con un culto especial. Sobre todo los salmos de David contienen esta enseñanza. En los mandamientos que yo mismo di a Moisés puse en primer lugar "Adorarás y amarás perfectamente a un solo Dios".
Bien, amar y ensalzar a una persona son dos cosas que van juntas. Dado que os he colmado de muchos bienes, ¡tengo, por lo tanto, que ser alabado por vosotros en modo particular!
Dándoos la vida ¡he querido crearos a mi imagen y semejanza! Por lo tanto, ¡vuestro corazón es sensible como el mío, y el mío como el vuestro!
¿Qué no haríais si uno de vuestros vecinos os hiciera un pequeño favor para complaceros? El hombre más insensible conservaría para esa persona un agradecimiento inolvidable. Cualquier hombre buscaría también lo que mayor placer le haría a esa persona, para recompensarla por el servicio recibido. Bien, yo, yo seré mucho más agradecido con vosotros, asegurando la vida eterna, si vosotros me hacéis el pequeño favor de glorificarme como os lo pido.
Reconozco que me alabáis en mi Hijo, y que existen algunos que saben elevar todo hacia mí por medio de mi Hijo, ¡pero son pocos! ¡Sin embargo no penséis que glorificando a mi Hijo no me glorificáis! ¡Claro que si, me glorificáis porque yo vivo en mi Hijo! Por lo tanto, ¡todo lo que es gloria para él lo es también para mí!
Pero yo quisiera ver al hombre glorificar a su Padre y Creador con un culto especial. Mientras más me glorificáis más glorificáis a mi Hijo, dado que, por mi voluntad, el se hizo Verbo encarnado y vino en medio de vosotros para haceros conocer a aquél que lo mandó.
Cuando me conozcas, amaréis, a mí y a mi Hijo predilecto, más de lo que amáis ahora. Mirad cuantas criaturas mías, que se han vuelto mis hijos por medio del misterio de la redención, no están en el prado que he establecido para todos los hombres, mediante mi Hijo. Mirad cuántos otros, y vosotros lo sabéis, ignoran la existencia de estos prados, y cuántas criaturas, que han salido de mis manos, y de las cuales yo conozco la existencia mientras que vosotros la ignoráis. ¡No conocen ni siquiera la mano que las ha creado!
¡Oh, como quisiera hacerles saber que Padre Omnipotente soy para vosotros y como lo sería también para ellos con mis gracias! Quisiera hacerles transcurrir una vida más dulce con mi ley. Quisiera que fuerais a donde ellos en mi nombre y que les hablarais de mí. Sí, decidles que tienen un Padre que, después de haberlos creado, quiere darles los tesoros que posee. Sobre todo decid que pienso en ellos, que los amo y quiero darles la felicidad eterna. ¡Ah! Os lo prometo: los hombres se convertirán más rápidamente.

El Mensaje del Padre
1o Fascículo parte B
Creedme, si hubierais comenzado desde la Iglesia primitiva a glorificarme con un culto especial, después de veinte siglos habrían quedado pocos hombres viviendo en la idolatría, en el paganismo y en tantas falsas y malas sectas, ¡en las cuales el hombre corre con los ojos cerrados para lanzarse en el abismo del fuego eterno! ¡mirad cuánto trabajo queda por hacer!
¡Mi hora ha llegado! Es necesario que sea conocido, amado y glorificado por los hombres, para que, después de haberlos creado, yo pueda ser su Padre, después su Salvador y finalmente el objeto de sus delicias eternas.
Hasta aquí os he hablado de cosas que ya sabéis, y he querido recordarlas para que estéis más convencidos todavía de que soy un Padre buenísimo y no un Padre terrible como vosotros creéis, es más, que soy el Padre de todos los hombres actualmente vivientes, y que todavía los crearé hasta el fin del mundo.
Sabed que quiero ser conocido, amado y sobre todo glorificado. Que todos reconozcan mi bondad infinita para todos y sobre todo para los pecadores, los enfermos, los moribundos y todos los que sufren. Que sepan que no tengo otro deseo que el de amarlos, donarles mis gracias, perdonarlos cuando se arrepienten, y sobre todo no juzgarlos con mi justicia sino con mi misericordia, para que todos se salven y sean incluidos en el número de los elegidos.
Para concluir esta exposición os hago una promesa cuyo efecto será eterno: Llamadme con el nombre de Padre, con confianza y amor, y recibiréis todo de parte de este Padre con amor y misericordia.
Que mi hijo, tu padre espiritual, se ocupe de mi gloria y transcriba, frase tras frase, lo que te he hecho escribir, y también lo que te haré escribir todavía, sin añadir nada, para que los hombres encuentren fácil y placentera la lectura de lo que quiero que sepan.
Cada día, poco a poco, te hablaré de mis deseos en relación con los hombres, de mis alegrías, de mis penas y, sobre todo, mostraré a los hombres mis infinitas bondades y la ternura de mi amor piadoso.
También quisiera que tus superioras te permitieran usar tus momentos de libertad para estar conmigo, y que tú puedas, por media hora al día, consolarme y amarme, y así obtener que los corazones de los hombres, mis hijos, se dispongan a trabajar bien para extender este culto, del cual os he revelado ahora la forma, para que lleguéis a tener una gran confianza en este Padre que quiere ser amado por sus hijos.
Para que ésta obra que quisiera hacer con los hombres pueda extenderse en todas las naciones lo más pronto posible, sin que los que serán encargados de difundirla cometan la mínima imprudencia, te pido que transcurras tus días en gran recogimiento. Te sentirás feliz de hablar poco con las criaturas y, en tu corazón, en secreto hablarás conmigo y me escucharás, aún cuando estarás en medio de los demás.
Por otra parte, esto es lo que quiero que hagas: cuando a veces te hable de ti personalmente, tú escribirás mis confidencias en un pequeño diario especial. Pero aquí pretendo hablar de los hombres: yo vivo con los hombres en una intimidad mayor que la de una madre con sus hijos.
Desde la creación del hombre no he cesado nunca, ni un instante, de vivir junto a él; como Creador y Padre del hombre siento la necesidad de amarlo. No es que yo necesite de él, pero mi amor de Padre y Creador me hace sentir esta necesidad de amar al hombre. Por lo tanto yo vivo cerca del hombre, lo sigo por todas partes, lo ayudo en todo, proveo a todo.
Yo veo sus necesidades, sus trabajos, todos sus deseos, y mi felicidad más grande es la de socorrerlo y salvarlo.
Los hombres creen que yo soy un Dios terrible, y que precipito a toda la humanidad en el infierno. ¡Qué sorpresa cuando, al final de los tiempos, verán muchas almas, que creían perdidas, gozar de la eterna felicidad en medio de los elegidos!
Quisiera que todas mis criaturas se convenzan de que hay un Padre que vela por ellas y que quiere hacerles pregustar, aún aquí abajo, la felicidad eterna.
Una madre no olvida nunca la pequeña criatura que dio a luz. ¿No es aún más hermoso que, de parte mía, me recuerde de todas la criaturas que he puesto en el mundo?
Ahora, si la madre ama a este pequeño ser que yo le he donado, yo lo amo más que ella porque yo lo he creado. Aunque una madre amase menos a su niño por algún defecto que tiene, yo, al contrario, lo amaré todavía más. Ella podría llegar hasta a olvidarlo, o a pensar en él raramente, sobre todo cuando lo han quitado a su vigilancia, pero yo no lo olvidaré nunca. Yo lo amaré siempre, y aún si no se recuerda más de mi su Padre y Creador, yo me recordaré de él y lo amaré todavía.
Antes os dije que quisiera daros, aún aquí abajo, la felicidad eterna, pero vosotros no habéis comprendido todavía esta palabra, y he aquí el significado: Si me amáis y si me llamáis con confianza, con el dulce nombre de Padre, comenzáis ya desde acá abajo con el amor y la confianza que harán vuestra felicidad en la eternidad, que cantaréis en el Cielo en compañía de los elegidos. ¿No es esta una anticipación de la felicidad de los Cielos que durará eternamente?
Por lo tanto deseo que el hombre recuerde a menudo que yo estoy allí donde está él. Que no podría vivir si yo no estuviese con él, viviente como él. A pesar de su incredulidad yo no dejo nunca de estar junto a él.
¡Ah! cómo deseo ver realizado el plan que quiero comunicaros y que es este: hasta hoy el hombre no ha pensado para nada en hacerle a Dios, su Padre, este favor que estoy por decir: Quisiera ver establecerse una gran confianza entre el hombre y su padre de los Cielos, ver al mismo tiempo, un verdadero espíritu de familiaridad y de delicadeza para que no se abuse de mi gran bondad.
Conozco vuestras necesidades, vuestros deseos y todo lo que está en vosotros. Pero cómo estaría agradecido y sería feliz si os viera venir a mí para hacerme las confidencias de vuestras necesidades, como un hijo totalmente confiado en su padre. ¿Si me lo pidieseis, cómo podría rechazar cualquier cosa, por mínima o máxima importancia que fuere? ¿Aunque si no me veis ni me sentís muy cerca de vosotros en los acontecimientos que suceden en vosotros y en vuestro alrededor? ¡Un día, como será meritorio para vosotros el haber creído en mí sin haberme visto!
Aún ahora que estoy aquí, en persona, en medio de todos vosotros, que os hablo repitiendo incesantemente, en todas las formas, que os amo y que quiero ser conocido, amado y glorificado con un culto especial, vosotros no me veis, excepto una sola persona, ¡aquella a la cual he dado este mensaje! ¡una sola en toda la humanidad! Y sin embargo heme aquí que os hablo, y en la que veo y a la cual hablo; os veo a todos y os hablo a todos y a cada uno de vosotros, ¡y os amo como si me vierais!
Por lo tanto, deseo que los hombres me conozcan y que sientan que estoy cerca de ellos. Oh hombres, recordad que quisiera ser la esperanza de la humanidad. ¿No lo soy ya? Si no fuera la esperanza del hombre, el hombre estaría perdido. ¡pero es necesario que yo sea conocido como tal para que la paz, la confianza y el amor entren en el corazón de los hombres y lo pongan en relación con su Padre del Cielo y de la tierra!
¡No penséis que yo sea ese terrible viejo que los hombres representan en sus imágenes y en sus libros! No, no, yo no soy ni más joven ni más viejo que mi Hijo y que mi Santo Espíritu. Por lo tanto quisiera que todos, desde el niño hasta el anciano, me llamen con el nombre familiar de Padre y de amigo, pues yo estoy siempre con vosotros, y me hago semejante a vosotros para haceros semejantes a mí. ¡Cuán grande sería mi alegría al ver que los hombres enseñan a sus niños a llamarme a menudo con el nombre de Padre, como soy realmente! ¡Cómo desearía infundir en esas jóvenes almas una confianza y un amor todo filial por mí! ¿Yo he hecho todo por vosotros; no haríais esto por mí?
Quisiera establecerme en cada familia con mi dominio para que todos puedan decir con seguridad: "tenemos un Padre que es infinitamente bueno, inmensamente rico y muy misericordioso. El piensa en nosotros y esta cerca de nosotros, nos mira, nos sostiene y nos dará todo lo que nos falta, si se lo pedimos. Todas las riquezas son nuestras, nosotros tendremos todo lo que necesitamos". Precisamente estoy allí para que me pidáis lo que os es necesario: "Pedid y recibiréis". Con mi paternal bondad os daré todo, como verdaderamente hago, siempre que todos sepan considerarme como un verdadero Padre viviente en medio de mis hijos.
Deseo también que cada familia exponga a la vista de todos la imagen que más tarde haré conocer a mi "hijita". Deseo que cada familia se ponga bajo mi protección, muy especial, para que puedan glorificarme más fácilmente. Allí, cada día, la familia me hará conocer sus necesidades, sus trabajos, sus penas, sus sufrimientos, sus deseos y también sus alegrías, porque un Padre tiene que saber todo lo que se refiere a sus hijos. Seguramente yo lo sé dado que estoy allí, pero me gusta mucho la simplicidad. Yo sé doblegarme a vuestras condiciones. Me vuelvo pequeño con los pequeños, me vuelvo adulto con los hombres adultos, con los ancianos me vuelvo semejante a ellos, para que todos comprendan lo que quiero decirles de su santificación y de mi gloria.
¿La prueba de lo que os digo no la tenéis ya en mi Hijo que se hizo pequeño y débil como vosotros? ¿No la tenéis también ahora, viéndome aquí que os hablo? ¿Y, para que podáis entender lo que quiero deciros, no he escogido, para hablaros, a una pobre criatura como vosotros? ¿Y ahora, no me hago semejante a vosotros?
Mirad, he puesto mi corona a mis pies y el mundo sobre mi corazón. He dejado mi gloria en el cielo y vine aquí dándome todo para todos, pobre con los pobres y rico con los ricos. Quiero proteger a la juventud como un tierno Padre. ¡hay tanto mal en el mundo! Estas pobres almas inexpertas se dejan seducir por las lisonjas del vicio que, poco a poco, las conducen a la ruina total. Oh, vosotros que necesitáis especialmente a alguien que os cuide en la vida para que podáis evitar el mal, ¡venid a mí! ¡Yo soy el Padre que os ama más de lo que ninguna otra criatura podrá nunca amaros! Refugiaos cerca, cerca de mi, confiadme vuestros pensamientos y deseos. Yo os amaré tiernamente. Os daré gracias para el presente y bendeciré vuestro porvenir. Podéis estar seguros de que no os olvido, ni después de quince, veinticinco o treinta años, ni desde que os he creado. ¡venid! Veo que necesitáis mucho un Padre dulce e infinitamente bueno como yo.
Sin extenderme en muchas cosas que sería oportuno decir aquí, pero que podré decir más tarde, quiero ahora hablar en modo particular a las almas de los que me han escogido, sacerdotes y religiosos: para vosotros, hijos queridos de mi amor, ¡tengo grandes proyectos!
AL PAPA
Antes de dirigirme a todos, me dirijo a ti, hijo mío dilecto, a ti mi Vicario, para poner en tus manos esta obra que debería ser la primera entre todas y que, por el temor que el demonio ha inspirado en los hombres, se cumplirá solo en este tiempo.
¡Ah! quisiera que tú comprendieras la extensión de esta obra, su grandeza, su amplitud, su profundidad, su altura. ¡Quisiera que tú comprendieras los deseos inmensos que tengo en relación con la humanidad presente y futura! ¡Si tú supieras cuánto deseo ser conocido, amado y glorificado por los hombres, con un culto especial! Este deseo lo conservo en mí desde toda la eternidad y desde la creación del primer hombre. Este deseo lo manifesté varias veces a los hombres, sobre todo en el Antiguo Testamento. Pero el hombre no lo ha entendido nunca. Ahora este deseo me hace olvidar todo el pasado, siempre y cuando se realice en el presente, en mis criaturas del mundo entero.
Me rebajo al nivel de la más pobre de mis criaturas para poder, considerando su ignorancia, hablarle y por medio de ella poder hablar a los hombres, ¡sin que ella se dé cuenta de la grandeza de la obra que quisiera hacer con ellos!
No puedo hablar de teología con ella, estoy seguro de que fallaría, de que no entendería. Yo permito que sea así para poder realizar mi obra mediante la simplicidad y la inocencia. Pero ahora te toca a ti poner esta obra en estudio y llevarla muy rápidamente a la ejecución.
Para ser conocido, amado y glorificado con un culto especial no pido nada de extraordinario. Deseo sólo esto:
1) Que un día, o por lo menos un domingo, sea consagrado para glorificarme, en modo muy particular, con el nombre de Padre de toda la humanidad.
Para esta fiesta quisiera una Misa y una celebración apropiada. No es difícil encontrar los textos en la Sagrada Escritura.
Si preferís rendirme este culto especial un domingo, yo escojo el primer domingo de Agosto, si escogéis un día de la semana, prefiero que sea el día 7 de este mismo mes.
2) Que todo el clero se empeñe en el desarrollo de este culto y, sobretodo, que me haga conocer por los hombres así como soy y como seré siempre con ellos, es decir, el Padre más tierno y más amable entre todos los padres.
3) Deseo que me hagan entrar en todas las familias, en los hospitales, también en los laboratorios y en los talleres, en los cuarteles, en las salas de deliberación de los ministros de todas las naciones, y en fin, en cualquier parte en donde se encuentren mis criaturas, ¡aunque hubiera una sola criatura! Que el signo tangible de mi invisible presencia sea una imagen que demuestre que estoy realmente presente allí. Así todos los hombres actuarán bajo la mirada de su Padre, y yo mismo tendré bajo mi mirada a la criatura que he adoptado después de haberla creado, y todos mis hijos estarán bajo la mirada de su tierno Padre.
Indudablemente también ahora estoy en todas partes, ¡pero quisiera estar representado en manera sensible!
4) Que durante el año el clero y Los fieles hagan algunos ejercicios en mi honor, sin perjudicar sus habituales ocupaciones.
Que sin temor mis sacerdotes vayan por todas partes, en todas las naciones, para llevarles a los hombres la llama de mi paternal amor. Entonces las almas se iluminaran ya conquistadas, no sólo entre los fieles sino también entre las sectas que no son de la verdadera Iglesia.
Si, que también estos hombres, que son mis hijos, vean brillar esta llama, que conozcan la verdad, que abracen y practiquen todas las virtudes cristianas.
5) Quisiera ser glorificado en modo particular en los seminarios, en los conventos de novicios, en las escuelas y en los internados. Que todos, desde el más pequeño hasta el más grande, puedan conocerme y amarme como su Padre, su creador y su salvador.
6) Que los sacerdotes se empeñen en buscar en las Sagradas Escrituras lo que dije en otros tiempos, y que hasta ahora ha sido ignorado, en relación con el culto que deseo recibir de parte de los hombres. Que trabajen para que mis deseos y mi voluntad lleguen a todos los fieles y a todos los hombres, especificando lo que diré para todos los hombres en general y, en particular, para los sacerdotes, los religiosos y religiosas. Estas son las almas que escojo para que me rindan grandes homenajes, mas que los otros hombres del mundo.
¡Cierto es que se necesitará tiempo para llegar a una completa realización de lo que deseo de parte de la humanidad y que te he hecho conocer! Pero un día, con las oraciones y los sacrificios de las almas generosas, que se inmolarán por esta obra de mi amor, sí, un día estaré satisfecho. Te bendeciré, hijo mío predilecto, y te daré el céntuplo de todo lo que harás por mi gloria.
AL OBISPO
Quiero decir unas palabras a ti también, hijo mío Alejandro, para que mis deseos se realicen en el mundo.
Es necesario que, con el padre espiritual del "arbusto" de mi hijo Jesús, seáis promotores de esta obra, es decir, de este culto especial que espero de parte de los hombres. A vosotros, hijos míos, confío ésta obra y su futuro tan importante.
Hablad, insistid, haced saber lo que diré para que yo sea conocido, amado y glorificado por todas mis criaturas, y así habréis hecho lo que me espero de vosotros, es decir, mi voluntad, y habréis realizado mis deseos, que desde hace tiempo conservo en el silencio.
Todo lo que haréis por mi gloria yo lo redoblaré para vuestra salvación y vuestra santificación. En fin, será en el cielo, y sólo en el cielo, que veréis la gran recompensa que os daré en modo particular, y también a todos los que trabajarán para esto.
He creado al hombre para mí y es muy justo que yo sea TODO para el hombre. El hombre no saboreará las verdaderas alegrías estando afuera de su Padre y creador, porque su corazón está hecho solo para mí.
Por mi parte, mi amor por mis criaturas es tan grande que no siento otra alegría que la de estar entre los hombres.
Mi gloria en el cielo es infinitamente grande, pero es todavía más grande cuando me encuentro entre mis hijos: los hombres de todo el mundo. Criaturas mías, vuestro cielo está en el Paraíso con mis elegidos, porque es allá arriba, en el cielo, que me contemplaréis en una visión perenne, y gozaréis de una gloria eterna. ¡Mi cielo está en la tierra con todos vosotros, oh hombres! Si, es en la tierra y en vuestras almas que busco mi felicidad y mi alegría. Podéis darme esta alegría, y es para vosotros también un deber hacia vuestro creador y Padre, que de vosotros lo espera y lo desea.
La alegría de estar entre vosotros no es menor de la que probaba cuando estaba con mi hijo Jesús durante su vida mortal. Era yo quién enviaba a mi Hijo. Fue concebido por mi Espíritu Santo, que también soy yo, en pocas palabras, era siempre YO.
Amando a vosotros, mis criaturas, como a mi Hijo que soy yo, digo como a él: sois mis hijos predilectos, en los cuales me complazco; es por esto que gozo con vuestra compañía y que deseo quedarme con vosotros. Mi presencia entre vosotros es como el sol sobre el mundo terrestre. Si estáis bien dispuestos a recibirme vendré muy cerca de vosotros, entraré en vosotros y os iluminaré con mi amor infinito.
En cuanto a vosotros, almas en pecado o que ignoran la verdad religiosa, no podré entrar en vosotros, pero de todos modos estaré cerca, porque no dejo nunca de llamaros, de invitaros a desear los bienes que os traigo para que veáis la luz y os curéis del pecado.
A veces os miro con compasión porque os encontráis en una infeliz condición. A veces os miro con amor para que os sintáis dispuestos a ceder a los encantos de la gracia. A veces paso días, también años, cerca de algunas almas para asegurarles la felicidad eterna. No saben que yo estoy allí, que las espero, que las llamo a cada instante durante el día. Sin embargo, tampoco me canso y siento igualmente alegría estando junto a vosotros, siempre con la esperanza de que un día regresaréis a vuestro Padre y que me haréis un acto de amor, por lo menos antes de morir.
He aquí, por ejemplo, un alma que está muriendo de repente: ésta alma ha sido siempre para mí como el hijo pródigo. * Yo la colmaba de bienes, ella andaba despilfarrando todos estos bienes, todos los dones gratuitos, de su Padre tan amable, y además me ofendía gravemente. Yo la esperaba, la seguía por todas partes, le hacía nuevos favores como la salud y los bienes que hacia producir de sus trabajos, tanto así que tenía hasta lo que era superfluo. A veces mi providencia le daba todavía otros bienes nuevos. Por lo tanto, se encontraba en la abundancia pero no veía otra cosa que el triste resplandor de sus vicios, y toda su vida fue un conjunto de errores, por el pecado mortal habitual. Pero mi amor no se cansó nunca. Persistía a seguirla, la amaba y, sobre todo, a pesar de los rechazos que me oponía, estaba contento de vivir pacientemente cerca de ella, con la esperanza de que, quizás, un día habría escuchado mi amor y habría regresado a mí, su Padre y salvador.
En fin, se acerca su último día: le mando una enfermedad para que pueda estar recogido y pueda regresar a mí, su Padre: pero el tiempo pasa y allí está mi pobre hijo de 74 años en su última hora. Y yo, como siempre, estoy allí todavía: y como nunca antes le hablo con mayor bondad. Insisto, llamo a mis elegidos para que recen por el para que pida el perdón que yo le ofrezco... A este punto, antes de expirar, abre los ojos, reconoce sus errores y lo mucho que se ha alejado del verdadero camino que conduce a mí. Vuelve en si y después, con voz débil que nadie a su alrededor logra escuchar, me dice: "Dios mío, ahora veo cómo vuestro amor por mi ha sido grande, y yo os he ofendido continuamente con una vida muy mala. Nunca he pensado en ti, mi Padre y salvador. Tú que ves todo, por todo el mal que ves en mí, y que reconozco en mi confusión, te pido perdón y te amo, ¡Padre mío y salvador mío! ". Murió en ese mismo instante y aquí está delante de mí. Yo lo juzgo con el amor de un Padre, como él me llamó, y se salvó. Quedará por un tiempo en el lugar de expiación y después será feliz por toda la eternidad. Y yo, después de haberme complacido durante su vida con la esperanza de salvarlo con su arrepentimiento, gozo todavía más con mi corte celestial porque se ha realizado mi deseo y por ser su Padre por toda la eternidad.
En cuanto a las almas que viven en la justicia y en la gracia santificante, siento la felicidad de establecerme en ellas. Me dono a ellas. ¡les transmito el uso de mi POTENCIA, y con MI AMOR encuentran, en MI su Padre y salvador, una anticipación del Paraíso!

El Mensaje del Padre
2o Fascículo parte A
El segundo fascículo comienza el 12 de Agosto de 1932. Un día el demonio se adueñó del mismo y le rasgó la cubierta con las tijeras.
"Acabo de abrir una fuente de agua viva que no se secará nunca, desde hoy hasta el final de los tiempos. Vengo a vosotros, criaturas mías, para abriros mi pecho paternal, apasionado de amor por vosotros, hijos míos. Quiero que seáis testigos de mi amor infinito y misericordioso. No me basta el haberos mostrado mi amor, quiero abriros, además, mi corazón, del cuál brotará una fuente refrigerante en donde los hombres podrán apagar la sed. Entonces saborearán alegrías que no habían conocido hasta ahora por el peso inmenso del temor exagerado que tenían de mí, su tierno Padre.
Desde que prometí a los hombres un salvador hice manar esta fuente *. La hice pasar a través del corazón de mi Hijo para que llegara a vosotros. Pero mi inmenso amor por vosotros me incita a hacer más todavía, abriendo mi pecho, del cual manará esta agua de salvación para mis hijos, a los cuales permito de sacar libremente toda la que les sea necesaria para el tiempo y para la eternidad.
Si queréis probar la potencia de esta fuente de que os hablo, aprended primero a conocerme mejor y a amarme hasta el punto que yo deseo; es decir, no sólo como Padre sino también como vuestro amigo y vuestro confidente.
¿Por qué sorprenderse de lo que digo? ¿No os he creado a mi imagen? Os he hecho a mi imagen para que no encontréis nada de extraño cuando habléis y familiaricéis con vuestro Padre, vuestro creador y vuestro Dios, dado que os habéis vuelto los hijos de mi amor paterno y divino, por medio de mi misericordiosa bondad.
Mi Hijo Jesús está en mí y yo estoy en El, en nuestro mutuo amor que es el Espíritu Santo que nos tiene unidos con este vínculo de caridad que hace que nosotros seamos UNO. El, mi Hijo, es la alberca de esta fuente que está siempre llena de agua de salvación, ¡hasta el punto de desbordarse! para que los hombres puedan sacarla de su corazón. ¡pero es necesario estar seguros de esta fuente que mi Hijo os abre para que vosotros podáis convenceros de que es refrigerante y placentera! Entonces, venid a mí por medio de mi Hijo y, cuando estaréis cerca de mí, confiadme vuestros deseos. Os mostraré esta fuente haciéndome conocer tal como soy. Cuando me conoceréis se apagará vuestra sed, os recobraréis, vuestros males se curarán y vuestros temores desaparecerán; vuestra alegría será grande y vuestro amor encontrará una seguridad que no había encontrado nunca hasta ahora.
¿Pero cómo - me diréis - podemos venir a ti? ¡Ah! venid por la vía de la confianza, llamadme Padre vuestro, amadme en espíritu y verdad y esto será suficiente para que esta agua, refrigerante y potentísima, apague vuestra sed.
Pero si verdaderamente queréis que esa agua os dé todo lo que os falta para conocerme y amarme, y si os sentís fríos e indiferentes, llamadme sólo con el dulce nombre de Padre y yo vendré a vosotros. Mi fuente os donará el amor, la confianza y todo lo que os falta para ser siempre amados por vuestro Padre y creador.
Dado que deseo sobre todo hacerme conocer por todos vosotros para que podáis gozar de mi bondad y de mi ternura, también aquí abajo, volveos apóstoles entre los que no me conocen, que no me conocen todavía, y ¡yo bendeciré vuestras fatigas y vuestros esfuerzos preparando para vosotros una gran gloria cerca de mí, en la eternidad! Yo soy el océano de la caridad, hijos míos, y aquí está otra prueba del amor paterno que tengo por todos vosotros, sin excepción alguna, cualquiera que sea vuestra edad, vuestro estado social, vuestro país. No excluyo ni siquiera las sociedades diversas, las sectas, los fieles, los infieles, los creyentes, los indiferentes, encierro en este amor a todas las criaturas razonables cuyo conjunto forma la humanidad. Aquí está la prueba: yo soy el océano de la caridad. Os he hecho conocer la fuente que mana de mi pecho para apagar vuestra sed y ahora, para que probéis cuanto soy bueno con todos, estoy aquí para mostraros el océano de mi caridad universal, para que vosotros os lancéis con los ojos cerrados; por qué? Porque zambulléndose en este océano las almas, que se habían vuelto gotas amargas con el vicio y los pecados, pierdan el exceso de amargura en este baño de caridad. Saldrán mejores, felices por haber aprendido a ser buenas, y llenas de caridad. Si vosotros mismos, por ignorancia o por debilidad, volvéis a caer en el estado de gota amarga, yo todavía soy un océano de caridad listo para recibir esta gota amarga y cambiarla en caridad, en bondad, y para hacer de vosotros unos santos como lo soy yo, yo vuestro Padre.
¿Hijos míos, aquí abajo queréis pasar la vida en paz y alegría? Venid a lanzaros en este océano inmenso y quedaos allí para siempre, aún utilizando vuestra vida con el trabajo, esa misma vida que será santificada por la caridad.
En cuanto a mis hijos que no están en la verdad quiero, con mayor razón, cubrirlos con mis predilecciones paternas, para que abran los ojos a la luz que en este tiempo resplandece más sensiblemente que nunca.
¡Es el tiempo de las gracias, previsto y esperado por toda la eternidad! Yo estoy allá para hablaros, vengo como el más tierno y amable de los padres. Me rebajo, me olvido de mí mismo para elevaros hasta mí y asegurar a vosotros la salvación. Todos vosotros que vivís hoy y también vosotros que estáis en la nada, pero que viviréis de siglo en siglo hasta el fin del mundo, pensad que no vivís solos sino que un Padre, por encima de todos los padres, vive entre vosotros, y hasta vive en vosotros, que piensa en vosotros y que os ofrece la posibilidad de participar a las incomprensibles prerrogativas de su amor. Acercaos a la fuente que siempre manará de mi pecho paterno. Saboread la dulzura de esta saludable agua y, cuando habréis probado toda su deliciosa potencia, vuestras almas podrán satisfacer todas vuestras necesidades, venid a zambulliros en el océano de mi caridad, para no vivir más que en mí y morir en vosotros mismos, para vivir eternamente en mí.
Nota de Sor Eugenia:
"Nuestro Padre me ha dicho en un coloquio íntimo: La fuente es el símbolo de mi conocimiento y el océano es el de mi caridad y de vuestra confianza. Cuando queréis beber en esta fuente estudiadme para conocerme y cuando me conoceréis zambullíos en el océano de mi caridad confiando en mí con una confianza que os transforme, y a la cual yo no pueda resistir, entonces perdonaré vuestros errores y os colmaré con las mayores gracias”.
Continuación del Mensaje:
Yo estoy entre vosotros. Felices los que creen en esta verdad y aprovechan de este tiempo, del cual las Escrituras han hablado así: "Habrá un tiempo en el cual Dios tiene que ser glorificado y amado por los hombres, así como él desea".
Las Escrituras ponen después la pregunta: ¿Por qué? y ellas mismas responden: " ¡Porque solo él es digno de honor, de amor y de alabanza para siempre!” Yo mismo le di a Moisés, como el primero de los diez mandamientos, esta orden para que la comunicara a los hombres: " ¡Amad y adorad a Dios!” Los hombres que son ya cristianos podrían decirme: "Nosotros te amamos desde cuan do vinimos al mundo o desde nuestra conversión, porque decimos a menudo en la oración dominical: " ¡Padre nuestro que estás en los cielos!” Si, hijos míos, es verdad, vosotros me amáis y me alabáis cuando recitáis la primera invocación del Padre, pero continuad las otras solicitudes y veréis: "¡Santificado sea tu nombre!” ¿Mi nombre es santificado? Continuad: "¡Venga tu reino!" ¿Mi reino ha venido? ¡Es verdad que vosotros alabáis con todo el fervor la majestad de mi hijo Jesús, y en él me alabáis a mí! ¿Pero, negaríais a vuestro Padre la grande gloria de proclamarlo "Rey", o por lo menos, hacerme reinar para que todos los hombres puedan conocerme y amarme?
Deseo que celebréis esta fiesta de la majestad de mi Hijo en reparación de los insultos que él recibió cuando estaba ante Pilatos, y de parte de los soldados que flagelaban su santa e inocente humanidad. No quiero que suspendáis esta fiesta, por el contrario, quiero que la celebréis con entusiasmo y fervor; pero para que todos puedan conocer verdaderamente a este rey es necesario que conozcan también su reino. Ahora, para llegar a este doble conocimiento en modo perfecto es necesario conocer además al Padre de este Rey, al creador de este Reino.
Es verdad, hijos míos, la Iglesia - esta sociedad que he hecho fundar por mi Hijo - completará su obra haciendo alabar a su autor: vuestro Padre y creador.
Hijos míos, algunos de vosotros podrían decirme: "La lglesia ha crecido incesantemente, los cristianos son siempre más numerosos; ¡esta es una prueba suficiente de que nuestra Iglesia es completa!" Tenéis que saber, hijos míos, que vuestro Padre ha velado siempre sobre la lglesia desde su nacimiento, y que, de acuerdo con mi Hijo y con el Espíritu Santo, he querido que fuese infalible por medio de mi vicario el Santo Padre. Sin embargo, ¿no es verdad que si los cristianos me conocieran como soy, es decir como el Padre tierno y misericordioso, bueno y liberal, practicarían con mayor fuerza y sinceridad esta religión santa?
Hijos míos, ¿quizás que no es verdad que, si supierais que tenéis un Padre que piensa en vosotros y que os ama con un amor infinito, os esforzaríais, por reciprocidad, en ser más fieles a vuestros deberes cristianos y también de ciudadanos, para ser justos y para rendir justicia a Dios y a los hombres?
¿No es verdad que si conocierais a este Padre que ama a todos sin distinciones y que, sin distinciones, os llama a todos con el hermoso nombre de hijos, me amaríais como hijos afectuosos, y el amor que me daríais no se volvería, con mi impulso, un amor activo que se extendería al resto de la humanidad que no conoce todavía esta sociedad de cristianos, y menos todavía a quién los ha creado y que es su Padre?
Si alguien fuera para hablarles a todas estas almas abandonadas en sus supersticiones, o a tantas otras que llaman a Dios porque saben que existo sin saber que estoy cerca de ellos, si dijera a ellos que su creador es también su Padre que piensa en ellos y que se ocupa de ellos, que los rodea con un afecto íntimo en medio de tantos sufrimientos y descorazonamientos, obtendría la conversión, aun de los más obstinados, y estas conversiones serían más numerosas y también más sólidas, es decir más perseverantes.
Algunos, examinando la obra de amor que estoy haciendo en medio de los hombres encontrarán algo que criticar, y dirán así: - Pero los misioneros, desde que llegaron a esos países lejanos, no le hablan a los infieles de otra cosa que de Dios, de su bondad, de su misericordia; qué podrían decir más de Dios si hablan siempre de él?
Los misioneros han hablado y hablan todavía de Dios según como me conocen ellos mismos, pero os aseguro que no me conocéis como soy, por esto vengo para proclamarme Padre de todos y el más tierno de los padres, y para corregir el amor que me dais y que está falseado por el temor.
Vengo para volverme semejante a mis criaturas, para corregir la idea de que tenéis un Dios terriblemente justo, pues veo a todos los hombres transcurrir su vida sin confiarse en su único Padre, que quisiera hacerles conocer su único deseo, que es el de facilitarles el pasaje de la vida terrena para darles después el cielo, la completa vida divina.
Esta es una prueba de que las almas no me conocen más de lo que me conocéis, sin sobrepasar la medida de la idea que tenéis de mí. Pero ahora que os doy esta luz, quedaos en la luz y llevad la luz a todos, y será un medio potente para obtener conversiones y también para cerrar, en lo posible, la puerta del infierno, pues yo renuevo aquí mi promesa, que no podrá nunca faltar, y que es esta:
"TODOS LOS QUE ME LLAMARAN CON EL NOMBRE DE PADRE, AUNQUE FUERA UNA SOLA VEZ, NO PERECERÁN SINO QUE ESTARÁN SEGUROS DE SU VIDA ETERNA EN COMPAÑÍA DE LOS ELEGIDOS".
Y a los que trabajarán por mi gloria, a vosotros que aquí os empeñaréis a hacerme conocer, amar y glorificar, a vosotros os aseguro que vuestra recompensa será grande, pues contaré todo, aún el mínimo esfuerzo que haréis, y os devolveré todo centuplicado en la eternidad.
Ya lo he dicho, es necesario completar el culto en la Santa Iglesia, glorificando en modo particular al autor de esta sociedad, a aquel que vino a fundarla, a aquel que es el alma, Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Mientras que las tres Personas no serán glorificadas con un culto particularmente especial en la Iglesia y en la humanidad entera, algo le faltará a esta sociedad. Ya he hecho sentir esta falta a algunas almas, pero la mayor parte de ellas, demasiado tímidas, no han respondido a mi llamada. Otras han tenido el valor de hablar a quién corresponde, pero ante sus fracasos no han insistido.
Ahora llegó mi hora. Yo mismo vengo para hacer conocer a los hombres, mis hijos, lo que hasta hoy no habían entendido completamente. Yo mismo vengo para traer el fuego ardiente de la ley del amor para que, con este medio, se pueda fundir y destruir la enorme capa de hielo que rodea la humanidad.
Oh, querida humanidad, oh hombres que sois mis hijos, liberaos, dejad las ataduras con las cuales el demonio os ha encadenado hasta hoy, ¡con el miedo de un Padre que no es otra cosa que amor! Venid, acercaos, tenéis todo el derecho de acercaros a vuestro Padre, dilatad vuestros corazones, rogad a mi Hijo para que os haga conocer siempre más mis bondades con vosotros.
Oh, vosotros que sois prisioneros de las supersticiones y de las leyes diabólicas, liberaos de esta tiránica esclavitud y venid a la verdad de las verdades. Reconoced a aquel que os ha creado y que es vuestro Padre. No pretendáis usar vuestros derechos adorando y rindiendo homenajes a los que os han obligado a conducir hasta aquí una vida inútil, venid a mí, os espero a todos porque todos vosotros sois mis hijos.
Y vosotros que estáis en la verdadera luz, decidles ¡cómo es dulce vivir en la verdad! Decid a esos cristianos, a esas queridas criaturas mías, mis hijos, cómo es dulce pensar que hay un Padre que ve todo, que sabe todo, que provee para todo, que es infinitamente bueno, que sabe perdonar fácilmente, que castiga de mala gana y lentamente. En fin, decidles que no quiero abandonarlos en las desgracias de la vida, solos y sin méritos, que vengan a mí: yo los ayudaré, aligeraré sus fardeles, endulzaré sus vidas tan duras y los embriagaré con mi amor paterno, para que sean felices en el tiempo y en la eternidad.
Y vosotros, hijos míos, que habiendo perdido la fe vives en las tinieblas, levantad los ojos y veréis los rayos luminosos que vienen para iluminaros. Yo soy el sol que ilumina, que enciende y que calienta, mirad y reconoceréis que soy vuestro Creador, vuestro Padre y vuestro solo y único Dios. Porque os amo vengo para hacerme amar y para que seáis todos salvados. Me dirijo a todos los hombres del mundo entero haciendo resonar esta llamada de mi paterno amor; este amor infinito, que quiero que conozcáis, es una realidad permanente. Amad, amad, amad siempre, pero dejad amar también a este Padre para que desde hoy yo pueda mostrarme a todos como el Padre más apasionado de amor por vosotros.
Y vosotros, mis hijos predilectos, sacerdotes y religiosos, os exhorto a hacer conocer este amor paterno que nutro por los hombres y por vosotros en particular. Estáis obligados a trabajar para que mi voluntad se realice en los hombres y en vosotros.
Bien, esta voluntad es que yo sea conocido, glorificado y amado. ¡No dejéis inactivo por tanto tiempo mi amor, porque estoy sediento por el deseo de ser amado!
Entre todos los siglos este es el siglo privilegiado, ¡no dejéis pasar este privilegio por el temor de que os fuera quitado! Las almas necesitan ciertos toques divinos y el tiempo apremia; no tengáis temor de nada, yo soy vuestro Padre; os ayudaré en vuestros esfuerzos y trabajos. Os sostendré siempre y os haré saborear, ya acá abajo, la paz y la alegría del alma, haciendo que produzcan frutos vuestro ministerio y a vuestras obras realizadas con celo; don inestimable porque el alma que está en paz y en alegría pregusta ya el cielo, esperando la recompense eterna.
A mi Vicario, el Sumo Pontífice, mi representante en la tierra, ya le he transmitido un atractivo mensaje particular para el apostolado de las misiones en los países lejanos, y sobre todo, un celo grandísimo para hacer mundial la devoción al Sagrado Corazón de mi hijo Jesús. Ahora le confío la obra que el mismo Jesús vino a cumplir en la tierra; glorificarme, haciéndome conocer como soy, así como estoy diciéndole a todos los hombres, mis hijos y mis criaturas.
Si los hombres supieran penetrar en el corazón de Jesús y ver todos sus deseos y su gloria verían que su deseo más ardiente es el de glorificar al Padre, a aquel que lo envió, y sobre todo no dejarle una gloria disminuida, como se ha hecho hasta hoy, sino una gloria total, que el hombre puede y tiene que darme como Padre y Creador, y aún más, ¡como autor de su redención!
Yo pido lo que él puede darme: su confianza, su amor y su agradecimiento. No es porque yo necesite de mi criatura o que por sus adoraciones yo quiera ser conocido, glorificado y amado; es sólo para salvarla y hacerla partícipe de mi gloria que yo me rebajo hasta ella. Y también porque mi bondad y mi amor se dan cuenta de que los seres que saqué de la nada y adopté como verdaderos hijos están cayendo numerosos en la infelicidad eterna con los demonios, faltando de este modo a la finalidad de su creación, ¡y perdiendo el tiempo y la eternidad!

El Mensaje del Padre
2o Fascículo parte B
Si algo deseo, sobre todo en el momento actual, es simplemente un mayor fervor de parte de los justos, una gran facilidad en la conversión de los pecadores, una conversión sincera y perseverante, el regreso de los hijos pródigos a la casa paterna, en particular el regreso de los judíos y de todos los otros, que son también mis criaturas y mis hijos, como los cismáticos, los heréticos, los masones, los Pobres infieles, los sacrílegos y las diversas sectas secretas; que todo el mundo sepa que hay un Dios y un Creador, que lo quieran o no. Este Dios, que hablará repetidamente a su ignorancia, es desconocido; no saben que yo soy el Padre de ellos.
Creedme, vosotros que escucháis leyendo estas palabras: si todos los hombres que están lejos de nuestra Iglesia Católica oyeran hablar de este Padre que los ama, que es su Creador y su Dios, de este Padre que desea darles la vida eterna, gran parte de los hombres, aun los más obstinados, vendrían a este Padre del que habréis hablado.
Si no podéis ir directamente a hablar con ellos, buscad los medios: hay miles maneras directas é indirectas, ponedlas en acto con un verdadero espíritu de discípulos y con gran fervor; os prometo que vuestros esfuerzos serán, por una gracia, pronto coronados con grandes éxitos. Volveos apóstoles de mi bondad paterna, y por el celo que yo daré a todos vosotros seréis fuertes y potentes con las almas.
Estaré siempre junto a vosotros y en vosotros: si son dos los que hablan yo estaré entre los dos; si sois más numerosos yo estaré en medio de vosotros; así diréis lo que yo os inspiraré y daré a vuestros oyentes las disposiciones deseadas; de este modo los hombres serán conquistados por el amor y salvados para toda la eternidad.
En cuanto a los medios para glorificarme como yo deseo no os pido otra cosa que una gran confianza. No creáis que me espero de vosotros austeridad y mortificaciones, que deseo haceros caminar descalzos o que tengáis que postrar el rostro en el polvo, o que deseo que os cubráis de cenizas, etc... ¡No, no! ¡quiero y me agrada que tengáis conmigo una actitud de hijos, con la simplicidad y la confianza en mí!
Con vosotros me volveré todo para todos como el Padre más tierno y amoroso. Familiarizaré con todos vosotros, donándome a todos, volviéndome pequeño para hacer que seáis grandes en la eternidad.
La mayor parte de los incrédulos, de los impíos y de las diversas comunidades, se quedan en su maldad y en su incredulidad porque creen que yo les pido lo imposible; creen que tienen que someterse a mis órdenes como los esclavos bajo un patrón tirano, que se queda envuelto en su potencia y se queda, en su orgullo, distante de sus súbditos, para obligarlos al respeto y a la devoción. ¡No, no, hijos míos! Yo sé volverme pequeño mil veces más de lo que vosotros suponéis.
Sin embargo, lo que yo exijo es el cumplimiento fiel de los mandamientos que he dado a mi Iglesia, para que seáis criaturas razonables y no seáis semejantes a los animales con vuestra indisciplina y vuestras malas tendencias, y para que al final podáis conservar este tesoro que es vuestra alma ¡que os he donado con la plena belleza divina con la que os he revestido!
Después haced - como yo deseo - lo que ya os he indicado para glorificarme con un culto especial. Que esto os haga comprender mi voluntad de daros mucho y de haceros participar ampliamente a mi potencia y a mi gloria, únicamente para que seáis felices y para salvaros, para manifestar a vosotros mi único deseo de amaros y de ser, en cambio, amado por vosotros.
Si me amaréis con un amor filial y confiado tendréis también un respeto lleno de amor y de sumisión para mi Iglesia y para mis representantes. No un respeto como el que tenéis ahora y que os mantiene lejos de mi porque tenéis miedo de mí; este falso respeto que tenéis ahora es una injusticia que le hacéis a la Justicia, es una herida a la parte más sensible de mi corazón, es un olvido, un desprecio a mi amor paterno por vosotros.
Lo que, de mi pueblo de Israel, más me ha afligido, y que todavía me aflige de toda la actual humanidad, es este respeto por mí mal concebido. El enemigo de los hombres se ha servido efectivamente de esto para hacerlos caer en la idolatría y en los cismas. Para alejaros de la verdad, de mi Iglesia y de mí se servirá todavía de esto y lo usará siempre contra vosotros. Ah, no os dejéis arrastrar más por el enemigo, creed en la verdad que se está revelando a vosotros, y caminad en la luz de la verdad.
También vosotros que no conocéis otra religión que esa con la cuál habéis nacido, una religión no verdadera, abrid los ojos: aquí está vuestro Padre, aquél que os ha creado y que quiere salvaros. Vengo hasta vosotros para traeros la verdad, y con ella la salvación. Veo que me ignoráis y que no sabéis que de vosotros, deseo sólo que me conozcáis como Padre y creador, y también como salvador. Es por ignorancia que no podéis amarme; sabed, por tanto, que no estoy tan lejos como creéis.
¿Cómo podría dejaros solos después de haberos creado y adoptado con mi amor? Os sigo por todas partes, os protejo en todo para que todo sea una constatación de mi gran liberalidad hacia vosotros, a pesar de que habéis olvidado a menudo mi infinita bondad, olvidos que os hacen decir: "Es la naturaleza la que nos da todo, la que nos hace vivir y nos hace morir". ¡este es el tiempo de gracia y de luz! ¡por tanto, reconoced que yo soy el único verdadero Dios!
Para poder daros la verdadera felicidad en esta vida y en la otra quiero que hagáis lo que os propongo en esta luz. El tiempo es propicio, no dejéis huir al amor que se ofrece a vuestro corazón en modo tan tangible.
A todos os pido escuchar la Santa Misa según la liturgia: ¡esto me agrada mucho! Después, con el tiempo, os enseñaré otras pequeñas oraciones, ¡pero no quiero sobrecargaros! Lo esencial será glorificarme como he dicho, estableciendo una fiesta en mi honor y sirviéndome con la simplicidad de los verdaderos hijos de vuestro Dios, Padre, creador y salvador del género humano.
He aquí otro testimonio de mi amor paterno por los hombres: hijos míos, no os hablaré de toda la grandeza de mi amor infinito porque basta abrir los libros santos, mirar el Crucifijo, el Tabernáculo y el Santísimo Sacramento para que podáis comprender ¡hasta que punto os he amado!
Sin embargo, para haceros conocer hasta que punto necesitáis satisfacer mi voluntad en vosotros, y para que yo sea más conocido y más amado ya, quiero, antes de terminar estas pocas palabras, que no son otra cosa que la base de mi obra de amor entre los hombres, indicaros algunas de las ¡innumerables pruebas de mi amor por vosotros!
Mientras que el hombre no se encuentre en la verdad, no podrá probar ni siquiera la verdadera libertad: creéis que estáis en la alegría, en la paz, vosotros, mis hijos, que estáis afuera de la verdadera ley para cuya obediencia os he creado, pero en el fondo de vuestro corazón sentís que ¡en vosotros no hay ni la verdadera paz, ni la verdadera alegría, y que no estáis en la verdadera libertad de quién os ha creado y que es vuestro Dios, vuestro Padre!
Pero a vosotros que estáis en la ley, o mejor dicho, que habéis prometido seguir esta ley que os he dado para asegurar vuestra salvación, habéis sido conducidos hacia el mal por el vicio. Os habéis alejado con vuestra conducta malvada. ¿Creéis que sois felices? No. Sentís que vuestro corazón no está tranquilo. ¿Quizás pensáis que buscando el placer y las otras alegrías humanas vuestro corazón se sentirá al final satisfecho? No. Dejad que os diga ¡que no os encontraréis nunca en la verdadera libertad, ni en la verdadera felicidad mientras que no me reconozcáis como Padre, y mientras que no os sometáis a mi yugo, para ser verdaderos hijos de Dios, vuestro Padre! ¿Por qué? Porque os he creado con un solo fin que es el de conocerme, amarme y servirme, ¡así como el niño simple y confiado sirve a su Padre!
Un tiempo, en el Antiguo Testamento, los hombres se comportaban como animales, no conservaban ninguna señal que indicara en ellos su dignidad de hijos de Dios, su Padre. Y así, para hacerles saber que quería elevarlos a la gran dignidad de hijos de Dios tuve que demostrar una severidad a veces espantosa. Más tarde, cuando vi que algunos eran bastante razonables y que podían entender finalmente que había que establecer algunas diferencias entre ellos y los animales, comencé entonces a colmarlos de beneficios y a concederles la victoria sobre los que todavía no reconocían y conservaban la dignidad de ellos. Y como el número de ellos aumentaba les mandé a mi Hijo, adornado con todas las perfecciones divinas, dado que era el Hijo de un Dios perfecto. Fue él el que les trazó el camino de la perfección, por él os he adoptado, con mi amor infinito, como verdaderos hijos, y después no os he llamado más con el simple nombre de criaturas sino con el nombre de "hijos".
Os he revestido con el verdadero espíritu de la nueva ley, que os distingue, no sólo de los animales como a los hombres de la antigua ley, sino que os eleva por encima de aquellos hombres del Antiguo Testamento. A todos os he elevado a la dignidad de hijos de Dios, sí, vosotros sois mis hijos y tenéis que decirme que soy vuestro Padre; pero tened confianza en mí como hijos porque sin esta confianza no obtendréis nunca la verdadera libertad.
Os digo todo esto para que reconozcáis que he venido para esta obra de amor, para ayudaros potentemente a sacudir la tiránica servidumbre que aprisiona vuestra alma y para haceros saborear la verdadera libertad, de la cuál proviene la verdadera felicidad, que en comparación con ella todas las alegrías de la tierra no son nada. Elevaos todos hacia esta dignidad de hijos de Dios y respetad vuestra grandeza, y yo seré más que nunca vuestro Padre, el más amable y el más misericordioso. He venido para traer la paz con esta obra de amor, si alguien me glorifica y se confía en mí, haré descender sobre él un rayo de paz en todas sus adversidades, en todas sus turbaciones, en sus sufrimientos y en sus aflicciones, de cualquier tipo, sobre todo si me invoca y me ama como su Padre. Si las familias me glorifican y me aman como su Padre, yo les daré mi paz y con ella mi providencia. Si los trabajadores, los industriales y los diversos otros artesanos me invocan y me glorifican, yo daré mi paz, me mostraré como Padre amorosísimo y con mi potencia aseguraré la salvación eterna de las almas.
Si toda la humanidad me invoca y me glorifica haré descender sobre ella el espíritu de paz, como un rocío bienhechor.
Si todas las naciones, como tales, me invocan y me glorifican, no tendrán más nunca discordias ni guerras, porque yo soy el Dios de la paz y allá en donde yo estoy no habrá guerra.
¿Queréis obtener la victoria sobre vuestro enemigo? Invocadme y triunfaréis victoriosamente sobre el mismo.
En fin, vosotros sabéis que con mi potencia todo lo puedo. Bien, esta potencia se la ofrezco a todos para que os sirva en el tiempo y en la eternidad. Me mostraré siempre como Padre vuestro, siempre que vosotros os mostréis como hijos míos.
¿Qué deseo con esta obra de amor? Encontrar corazones que puedan entenderme.
Yo soy la santidad, de la cual poseo la perfección y la plenitud, y os dono esta santidad - de la cual soy el autor - a través de mi Espíritu Santo, y la instauro en vuestras almas con los méritos de mi Hijo.
Es por mi Hijo y por el Espíritu Santo que yo vengo hacia vosotros y en vosotros, y en vosotros busco mi reposo.
Para algunas almas estas palabras: "Vengo en vosotros", les parecerán un misterio, pero ¡no hay ningún misterio! porque después de que le ordené a mi Hijo de instituir la santa Eucaristía ¡me propuse de venir entre vosotros cada vez que recibís la santa Hostia! Claro que nada me impedía de venir también hacia vosotros antes de la Eucaristía ¡porque nada me es imposible! pero recibir este sacramento es una acción fácil de entender y que os explica ¡cómo es que yo vengo en vosotros!
Cuando estoy en vosotros os doy con mayor comodidad lo que poseo, siempre y cuando me lo pidáis. Con este sacramento os unís conmigo íntimamente, y es en esta intimidad que la efusión de mi amor riega en vuestras almas la santidad que poseo.
Os inundo con mi amor, y entonces no tenéis que hacer otra cosa que pedirme las virtudes y la perfección que necesitáis, y podéis estar seguros de que, en esos momentos de reposo de Dios en el corazón de su criatura, nada os será negado.
¿Desde el momento en que habéis comprendido cuál es el lugar de mi reposo, no quisierais dármelo? Soy vuestro Padre y vuestro Dios, ¿osaréis negarme esto? Ah, no me hagáis sufrir con vuestra crueldad con un Padre que os pide sólo esta gracia para él. Antes de terminar este mensaje quiero expresar un deseo a un cierto número de almas consagradas a mi servicio. Estas almas sois vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas. Estáis a mi servicio, ya sea en la contemplación, ya sea en las obras de caridad y de apostolado.
De parte mía es un privilegio de mi bondad, de parte vuestra es la fidelidad a la vocación con vuestra buena voluntad. He aquí mi deseo: vosotros que comprendéis más fácilmente lo que me espero de la humanidad, rezadme para que yo pueda hacer la obra de mi amor en todas las almas. ¡vosotros conocéis todas las dificultades que hay que vencer para conquistar las almas! Bien, he aquí el medio eficaz con el cual ganar para mí con facilidad una gran multitud de almas: precisamente este medio es el hacerme conocer, amar y glorificar por los hombres.
Antes que nada deseo que seáis vosotros los primeros en comenzar. ¡Qué alegría para mi entrar antes que todo en las casas de los sacerdotes, los religiosos y las religiosas!
¡Qué alegría encontrarme, como Padre, entre los hijos de mi amor! ¡Con vosotros, mis íntimos, conversaré como amigos! ¡seré para vosotros el más discreto de los confidentes! ¡Seré vuestro todo, que os bastará para todo! Seré sobre todo el Padre que acoge vuestros deseos, colmándoos con su amor, con sus beneficios, con su ternura universal.
¡No me neguéis esta dicha que quiero gozar entre vosotros! Os la devolveré cien veces más y, porque vosotros me glorificáis, ¡también os honraré preparándoos una gran gloria en mi reino!
Yo soy la luz de las luces: allá en donde esa penetrará habrá vida, pan y felicidad. Esta luz iluminará al peregrino, al escéptico, al ignorante y os iluminará a todos, oh hombres que vivís en este mundo lleno de tinieblas y de vicios; ¡si no tuvierais mi luz caeríais en el abismo de la muerte eterna!
En fin, esta luz iluminará las calles que conducen a la verdadera Iglesia católica, a sus pobres hijos que todavía son victimas de las supersticiones. Me mostraré como Padre de los que más sufren en la tierra, los pobres leprosos.
Me mostraré como el Padre de todos aquellos hombres que están abandonados, excluidos de cualquier sociedad humana. Me mostraré como Padre de los afligidos, Padre de los enfermos, sobre todo de los agonizantes. Me mostraré como el Padre de todas las familias, de los huérfanos, de las viudas, de los prisioneros, de los obreros y de la juventud. Me mostraré como Padre en todas las necesidades. En fin, me mostraré como el Padre de los reyes y de sus naciones. ¡Y todos sentiréis mis bondades, todos vosotros sentiréis mi protección y todos vosotros veréis mi potencia!

 
"¡Mi paterna y divina bendición para todos, Amén!
¡Particularmente para mi hijo y representante, Amén!
¡Particularmente para mi hijo el Obispo, Amén!
¡Particularmente para mi hijo tu padre espiritual, Amén!
¡Particularmente para mis hijas, tus madres, Amén!
¡Para toda la congregación de mi amor, Amén!
¡Para toda la Iglesia y para todo el clero, Amén!
¡Bendición muy especial para la Iglesia del Purgatorio, Amén!
¡Amén!".