viernes, 26 de diciembre de 2014

NACIMIENTO DE JESÚS - MARÍA VALTORTA

El viaje a Belén

(Escrito el 5 de junio de 1944 - Maria Valtorta)



Veo un camino principal. Viene por él mucha gente. Borriquillos cargados de utensilios y de personas. Borriquillos que regresan. La gente los espolea. Quien va a pie, va aprisa porque hace frío.
El aire es limpio y seco. El cielo está sereno, pero tiene ese frío cortante de los días invernales. La campiña sin hojas parece más extensa, y los pastizales apenas si tienen hierba un poco crecida, quemada con los vientos invernales; en los pastizales las ovejas buscan algo de comer y buscan el sol que poco a poco se levanta; se estrechan una a la otra, porque también ellas tienen frío y balan levantando su trompa hacia el sol como si le dijesen: “ Baja pronto, ¡que hace frío! “. El terreno tiene ondulaciones que cada vez son más claras. Es en realidad un terreno de colinas. Hay concavidades con hierba lo mismo que valles pequeños. El camino pasa por en medio de ellos y se dirige hacia el sureste.
María viene montada en un borriquillo gris. Envuelta en un manto pesado. Delante de la silla está el arnés que llevó en el viaje a Hebrón, y sobre el cofre van las cosas necesarias. José camina a su lado, llevando la rienda. ¿Estás cansada?: le pregunta de cuando en cuando.
María lo mira. Le sonríe. Le contesta: « No. » A la tercera vez añade: « Más bien tu debes sentirte cansado con el camino que hemos hecho. »
« ¡Oh, yo ni por nada! Creo que si hubiese encontrado otro asno, podrías venir más cómoda y caminaríamos más pronto. Pero no lo encontré. Todos necesitan en estos días de una cabalgadura. Lo siento. Pronto llegaremos a Belén. Más allá de aquel monte está Efrata. »
Ambos guardan silencio. La Virgen, cuando no habla, parece como si se recogiese en plegaria. Dulcemente se sonríe con un pensamiento que entreteje en sí misma. Si mira a la gente, parece como si no viera lo que hay: hombres, mujeres, ancianos, pastores ricos, pobres, sino lo que Ella sola ve.
« ¿ Tienes frío? » pregunta José, porque sopla el aire. « No. Gracias. »
Pero José no se fía. Le toca los pies que cuelgan al lado del borriquillo, calzados con sandalias y que apenas si se dejan ver a través del largo vestido. Debe haberlos sentido fríos, porque sacude su cabeza y se quita una especie de capa pequeña, y la pone en las rodillas de María, la extiende sobre sus muslos, de modo que sus manitas estén bien calientes bajo ella y bajo el manto.
Encuentran a un pastor que atraviesa con su ganado de un lado a otro. José se le acerca y le dice algo. El pastor dice que sí, José toma el borriquillo y lo lleva detrás del ganado que está paciendo. El pastor toma una rústica taza de su alforja y ordeña una robusta oveja. Entrega a José la taza que la da a María.
« Dios os bendiga» dice María. « A ti por tu amor, y a ti por tu bondad. Rogaré por ti. »
« ¿ Venís de lejos? »
« De Nazaret» responde José.
« ¿Y vais?»
« A Belén. »
El camino es largo para la mujer en este estado. ¿Es tu mujer? »
« Sí. »
«¿ Tenéis a donde ir? »
« No. »
« ¡Va mal todo! Belén está llena de gente que ha llegado de todas partes para empadronarse o para ir a otras partes. No sé si encontréis alojo. ¿Conoces bien el lugar? »
« No muy bien. »
« Bueno.. . te voy a enseñar… porque se trata de Ella (y señala a María). Buscad el alojo. Estará lleno. Te lo digo para darte una idea. Está en una plaza. Es la más grande. Se llega a ella por este camino principal. No podéis equivocaros. Delante de ella hay una fuente. El albergue es grande y bajo con un gran portal. Estará lleno. Pero si no podéis alojaros en él o en alguna casa, dad vuelta por detrás del albergue, como yendo a la campiña. Hay apriscos en el monte. Algunas veces los mercaderes que van a Jerusalén los emplean como albergue. Hay apriscos en el monte, no lo olvidéis: húmedos, fríos y sin puerta, pero siempre son un refugio, porque la mujer… no puede quedarse en la mitad del camino. Tal vez allí encontréis un lugar… y también heno para dormir y para el asno. Que Dios os acompañe. »
« Y a ti te dé su alegría» responde la Virgen. José por su parte dice: « La paz sea contigo. »
Vuelve a continuar su camino. Una concavidad más extensa se deja ver desde la cresta a la que han llegado. En la concavidad, arribo y abajo, a lo largo de las suaves pendientes que la rodean, se ven casas y casas. Es Belén.
« Hemos llegado a la tierra de David, María. Ahora vas a descansar. Me parece que estás muy cansada… »
« No. Pensaba yo… estoy pensando… » María aprieta la mano de José y le dice con una sonrisa de bienaventurada: « Estoy pensando que el momento ha llegado. »
« ¡ Que Dios nos socorra! ¿ Qué vamos a hacer? »
« No temas, José. Ten constancia. ¿ Ves qué tranquila estoy yo? »
« Pero sufres mucho. »
« ¡ Oh no! ». Me encuentro llena de alegría. Una alegría tal, tan fuerte, tan grande, incontenible, que mi corazón palpita muy fuerte y me dice: ” i Va a nacer! ¡ Va a nacer! ” Lo dice a cada palpitar. Es mi Hijo que toca a mi corazón y que dice: “Mamá: ya vine. Vengo a darte un beso de parte de Dios. ¡Oh, qué alegría, José mío! »
Pero José no participa de la misma alegría. Piensa en lo urgente que es encontrar un refugio, y apresura el paso. Puerta tras puerta pide alojo. Nada. Todo está ocupado. Llegan al albergue. Está lleno hasta en los portales, que rodean el patio interior.
José deja a María que sigue sentada sobre el borriquillo en el patio y sale en busca de algunas otras casas. Regresa desconsolado. No hay ningún alojo. El crepúsculo invernal pronto se echa encima y empieza a extender sus velos. José suplica al dueño del albergue. Suplica a viajeros. Ellos son varones y están sanos. Se trata ahora de una mujer próxima a dar a luz. Que tengan piedad. Nada. Hay un rico fariseo que los mira con manifiesto desprecio, y cuando María se acerca, se separa de ella como si se hubiera acercado una leprosa. José lo mira y la indignación le cruza por la cara. María pone su mano sobre la muñeca de José para calmarlo. Le dice: « No insistas. Vámonos. Dios proveerá. »
Salen. Siguen por los muros del albergue. Dan vuelta por una callejuela metida entre ellos y casuchas. Le dan vuelta. Buscan. Allí hay algo como cuevas, bodegas, más bien que apriscos, porque son bajas y húmedas. Las mejores están ya ocupadas. José se siente descorazonado.
« Oye, galileo » le grita por detrás un viejo. « Allá en el fondo, bajo aquellas ruinas, hay una cueva. Tal vez no haya nadie. »
Se apresuran a ir a esa cueva. Y que si es una madriguera. Entre los escombros que se ven hay un agujero, más allá del cual se ve una cueva, una madriguera excavada en el monte, más bien que gruta. Parece que sean los antiguos fundamentos de una vieja construcción, a la que sirven de techo los escombros caídos sobre troncos de árboles.
Como hay muy poca luz y para ver mejor, José saca la yesca y prende una candileja que toma de la alforja que trae sobre la espalda. Entra y un mugido lo saluda. « Ven, María. Está vacía. No hay sino un buey. » José sonríe. « Mejor que nada … »
María baja del borriquillo y entra.
José puso ya la candileja en un clavo que hay sobre un tronco que hace de pilar. Se ve que todo está lleno de telarañas. El suelo, que está batido, revuelto, con hoyos, guijarros, desperdicios, excrementos, tiene paja. En el fondo, un buey se vuelve y mira con sus quietos ojos. Le cuelga hierba del hocico. Hay un rústico asiento y dos piedras en un rincón cerca de una hendidura. Lo negro del rincón dice que allí suele hacerse fuego.
María se acerca al buey. Tiene frío. Le pone las manos sobre su pescuezo para sentir lo tibio de él. El buey muge, pero no hace más, parece como si comprendiera. Lo mismo cuando José lo empuja para tomar mucho heno del pesebre y hacer un lecho para María – el pesebre es doble, esto es, donde come el buey, y arriba una especie de estante con heno de repuesto, y de este toma José – no se opone. Hace lugar aun al borriquillo que cansado y hambriento, se pone al punto a comer. José voltea también un cubo con abolladuras. Sale, porque afuera vio un riachuelo, y vuelve con agua para el borriquillo. Toma un manojo de varas secas que hay en un rincón y se pone a limpiar un poco el suelo. Luego desparrama el heno. Hace una especie de lecho, cerca del buey, en el rincón más seco y más defendido del viento. Pero siente que está húmedo el heno y suspira. Prende fuego, y con una paciencia de trapista, seca poco a poco el heno junto al fuego.
María sentada en el banco, cansada, mira y sonríe. Todo está ya pronto. María se acomoda lo mejor que puede sobre el muelle de heno, con las espaldas apoyadas contra un tronco. José adorna todo aquel… ajuar, pone su manto como una cortina en la entrada que hace de puerta, Una defensa muy pobre. Luego da a la Virgen pan y queso, y le da a beber agua de una cantimplora. « Duerme ahora» le dice. « Yo velaré para que el fuego no se apague. Afortunadamente hay leña. Esperamos que dure y que arda. Así podemos ahorrar el aceite de la lámpara. »
María obediente se acuesta. José la cubre con el manto de ella, y con la capa que tenía antes en los pies.
« Pero tu vas a tener frío… »
« No, María. Estoy cerca del fuego. Trata de descansar. Mañana será mejor. »
María cierra los ojos. No insiste. José se va a su rincón. Se sienta sobre una piedra, con pedazos de leña cerca. Pocos, que no durarán mucho por lo que veo.
Están del siguiente modo: María a la derecha con las espaldas a la… puerta, semi-escondida por el tronco y por el cuerpo del buey que se ha echado en tierra. José a la izquierda y hacia la puera, por lo tanto, diagonalmente, y así su cara da al fuego, con las espaldas a María. Pero de vez en vez se voltea a mirarla y la ve tranquila, como si durmiese. Despacio rompe las varas y las echa una por una en la hoguera pequeña para que no se apague, para que dé luz, y para que la leña dure. No hay más que el brillo del luego que ahora se reaviva, ahora casi está por apagarse. Como está apagada la lámpara de aceite, en la penumbra resaltan sólo la figura del buey, la cara y manos de José. Todo lo demás es un montón que se confunde en la gruesa penumbra.

Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo

(Escrito el 6 de junio de 1944 - María Valtorta)


Veo el interior de este pobre albergue rocoso que María y José comparten con los animales. La pequeña hoguera está a punto de apagarse, como quien la vigila a punto de quedarse dormido. María levanta su cabeza de la especie de lecho y mira. Ve que José tiene la cabeza inclinada sobre el pecho como si estuviese pensando, y está segura que el cansancio ha vencido su deseo de estar despierto. ¡Qué hermosa sonrisa le aflora por los labios! Haciendo menos ruido que haría una mariposa al posarse sobre una rosa, se sienta, y luego se arrodilla. Ora. Es una sonrisa de bienaventurada la que llena su rostro. Ora con los brazos abiertos no en forma de cruz, sino con las palmas hacia arriba y hacia adelante, y parece como si no se cansase con esta posición. Luego se postra contra el heno orando más intensamente. Una larga plegaria.
José se despierta. Ve que el fuego casi se ha apagado y que el lugar está casi oscuro. Echa unas cuantas varas. La llama prende. Le echa unas cuantas ramas gruesas, y luego otras más, porque el frío debe ser agudo. Un frío nocturno invernal que penetra por todas las partes de estas ruinas. El pobre José, como está junto a la puerta – llamemos así a la entrada sobre la que su manto hace las veces de puerta – debe estar congelado. Acerca sus manos al fuego. Se quita las sandalias y acerca los pies al fuego. Cuando ve que éste va bien y que alumbra lo suficiente, se da media vuelta. No ve nada, ni siquiera lo blanco del velo de María que formaba antes una línea clara en el heno oscuro. Se pone de pie y despacio se acerca a donde está María.
« ¿ No te has dormido? » le pregunta. Y por tres veces lo hace, hasta que Ella se estremece, y responde: « Estoy orando. »
« ¿ Te hace falta algo? »
« Nada, José. »
« Trata de dormir un poco. Al menos de descansar. »
« Lo haré. Pero el orar no me cansa. »
« Buenas noches, María. »
« Buenas noches, José».
María vuelve a su antigua posición. José, para no dejarse vencer otra vez del sueño, se pone de rodillas cerca del fuego y ora. Ora con las manos juntas sobre la cara. Las mueve algunas veces para echar más leña al fuego y luego vuelve a su ferviente plegaria. Fuera del rumor de la leña que chisporrotea, y del que produce el borriquillo que algunas veces golpea su pesuña contra el suelo, otra cosa no se oye.
Un rayo de luna se cuela por entre una grieta del techo y parece como hilo plateado que buscase a María. Se alarga, conforme la luna se alza en lo alto del cielo, y finalmente la alcanza. Ahora está sobre su cabeza que ora. La nimba de su candor.
María levanta su cabeza como si de lo alto alguien la llamase, nuevamente se pone de rodillas. ¡Oh, qué bello es aquí! Levanta su cabeza que parece brillar con la luz blanca de la luna, y una sonrisa sobrehumana transforma su rostro. ¿Qué cosa está viendo? ¿Qué oyendo? ¿Qué cosa experimenta? Sólo Ella puede decir lo que vio, sintió y experimentó en la hora dichosa de su Maternidad. Yo sólo veo que a su alrededor la luz aumenta, aumenta, aumenta. Parece como si bajara del cielo, parece como si manara de las pobres cosas que están a su alrededor, sobre todo parece como si de Ella procediese.
Su vestido azul oscuro, ahora parece estar teñido de un suave color de miosotis, sus manos y su rostro parecen tomar el azulino de un zafiro intensamente pálido puesto al fuego. Este color, que me recuerda, aunque muy tenue, el que veo en las visiones del santo paraíso, y el que vi en la visión de cuando vinieron los Magos, se difunde cada vez más sobre todas las cosas, las viste, purifica, las hace brillantes.
La luz emana cada vez con más fuerza del cuerpo de María; absorbe la de la luna, parece como que Ella atrajese hacia sí la que le pudiese venir de lo alto. Ya es la Depositaria de la Luz. La que será la Luz del mundo. Y esta beatífica, incalculable, inconmensurable, eterna, divina Luz que está para darse, se anuncia con un alba, una alborada, un coro de átomos de luz que aumentan, aumentan cual marea, que suben, que suben cual incienso, que bajan como una avenida, que se esparcen cual un velo…
La bóveda, llena de agujeros, telarañas, escombros que por milagro se balancean en el aire y no se caen; la bóveda negra, llena de humo, apestosa, parece la bóveda de una sala real. Cualquier piedra es un macizo de plata, cualquier agujero un brillar de ópalos, cualquier telaraña un preciosismo baldaquín tejido de plata y diamantes. Una lagartija que está entre dos piedras, parece un collar de esmeraldas que alguna reina dejara allí; y unos murciélagos que descansan parecen una hoguera preciosa de ónix. El heno que sale de la parte superior del pesebre, no es más hierba, es hilo de plata y plata pura que se balancea en el aire cual se mece una cabellera suelta.
El pesebre es, en su madera negra, un bloque de plata bruñida. Las paredes están cubiertas con un brocado en que el candor de la seda desaparece ante el recamo de perlas en relieve; y el suelo… ¿ qué es ahora? Un cristal encendido con luz blanca; los salientes parecen rosas de luz tiradas como homenaje a él; y los hoyos, copas preciosas de las que broten aromas y perfumes.
La luz crece cada vez más. Es irresistible a los ojos. En medio de ella desaparece, como absorbida por un velo de incandescencia, la Virgen… y de ella emerge la Madre.
Sí. Cuando soy capaz de ver nuevamente la luz, veo a María con su Hijo recién nacido entre los brazos. Un Pequeñín, de color rosado y gordito, que gesticula y mueve Sus manitas gorditas como capullo de rosa, y Sus piecitos que podrían estar en la corola de una rosa; que llora con una vocecita trémula, como la de un corderito que acaba de nacer, abriendo Su boquita que parece una fresa selvática y que enseña una lengûita que se mueve contra el paladar rosado; que mueve Su cabecita tan rubia que parece como si no tuviese ni un cabello, una cabecita redonda que la Mamá sostiene en la palma de su mano, mientras mira a su Hijito, y lo adora ya sonriendo, ya llorando; se inclina a besarlo no sobre Su cabecita, sino sobre Su pecho, donde palpita Su corazoncito, que palpita por nosotros… allí donde un día recibirá la lanzada. Se la cura de antemano Su Mamita con un beso inmaculado.
El buey, que se ha despertado al ver la claridad, se levanta dando fuertes patadas sobre el suelo y muge. El borrico vuelve su cabeza y rebuzna. Es la luz la que lo despierta, pero yo me imagino que quisieron saludar a su Creador, creador de ellos, creador de todos los animales.
José que oraba tan profundamente que apenas si caía en la cuenta de lo que le rodeaba, se estremece, y por entre sus dedos que tiene ante la cara, ve que se filtra una luz. Se quita las manos de la cara, levanta la cabeza, se voltea. El buey que está parado no deja ver a María. Ella grita: « José, ven. »
José corre. Y cuando ve, se detiene, presa de reverencia, y está para caer de rodillas donde se encuentra, si no es que María insiste: « Ven, José», se sostiene con la mano izquierda sobre el heno, mientras que con la derecha aprieta contra su corazón al Pequeñín. Se levanta y va a José que camina temeroso, entre el deseo de ir y el temor de ser irreverente.
A los pies de la cama de paja ambos esposos se encuentran y se miran con lágrimas llenas de felicidad.
« Ven, ofrezcamos a Jesús al Padre» dice María.
Y mientras José se arrodilla, Ella de pie entre dos troncos que sostienen la bóveda, levanta a su Hijo entre los brazos y dice: « Heme aquí. En Su Nombre, ¡ oh Dios! te digo esto. Heme aquí para hacer Tu Voluntad. Y con El, yo, María y José, mi esposo. Aquí están Tus siervos, Señor. Que siempre hagamos a cada momento, en cualquier cosa, Tu Voluntad, para gloria Tuya y por amor Tuyo. » Luego María se inclina y dice: « Tómalo, José» y ofrece al Pequeñín.
« ¿ Yo? ¿ Me toca a mí? ¡ Oh, no! ¡ No soy digno! » José está terriblemente despavorido, aniquilado ante la idea de tocar a Dios.
Pero María sonriente insiste: « Eres digno de ello. Nadie más que tú, y por eso el Altísimo te escogió. Tómalo, José y tenlo mientras voy a buscar los pañales. »
José, rojo como la púrpura, extiende sus brazos, toma ese montoncito de carne que chilla de frío y cuando lo tiene entre sus brazos no siente más el deseo de tenerlo separado de sí por respeto, se lo estrecha contra el corazón diciendo en medio de un estallido de lágrimas: « ¡ Oh, Señor, Dios mío! » y se inclina a besar los piececitos y los siente fríos. Se sienta, lo pone sobre sus rodillas y con su vestido café, con sus manos procura cubrirlo, calentarlo, defenderlo del viento helado de la noche. Quisiera ir al fuego, pero allí la corriente de aire que entra es peor. Es mejor quedarse aquí. No. Mejor ir entre los dos animales que defienden del aire y que despiden calor. Y se va entre el buey y el asno y se está con las espaldas contra la entrada, inclinado sobre el Recién nacido para hacer de su pecho una hornacina cuyas paredes laterales son una cabeza gris de largas orejas, un grande hocico blanco cuya nariz despide vapor y cuyos ojos miran bonachonamente.
María abrió ya el cofre, y sacó ya lienzos y fajas. Ha ido a la hoguera a calentarlos. Viene a donde está José, envuelve al Niño en lienzos tibios y luego en su velo para proteger Su cabecita. «¿ Dónde lo pondremos ahora?» pregunta.
José mira a su alrededor. Piensa… « Espera » dice. « Vamos a echar más acá a los dos animales y su paja. Tomaremos más de aquella que está allí arriba, y la ponemos aquí dentro. Las tablas del pesebre lo protegerán del aire; el heno le servirá de almohada y el buey con su aliento lo calentará un poco. Mejor el buey. Es más paciente y quieto. » Y se pone hacer lo dicho, entre tanto María arrulla a su Pequeñín apretándoselo contra su corazón, y poniendo sus mejillas sobre la cabecita para darle calor. José vuelve a atizar la hoguera, sin darse descanso, para que se levante una buena llama. Seca el heno y según lo va sintiendo un poco caliente lo mete dentro para que no se enfríe. Cuando tiene suficiente, va al pesebre y lo coloca de modo que sirva para hacer una cunita. « Ya está » dice. « Ahora se necesita una manta, porque el heno espina y para cubrirlo completamente … »
« Toma mi manto » dice María.
« Tendrás frío. »
« ¡ Oh, no importa! La capa es muy tosca; el manto es delicado y caliente. No tengo frío para nada. Con tal de que no sufra Él. »
José toma el ancho manto de delicada lana de color azul oscuro, y lo pone doblado sobre el heno, con una punta que pende fuera del pesebre. El primer lecho del Salvador está ya preparado.
María, con su dulce caminar, lo trae, lo coloca, lo cubre con la extremidad del manto; le envuelve la cabecita desnuda que sobresale del heno y la que protege muy flojamente su velo sutil. Tan solo su rostro pequeñito queda descubierto, gordito como el puño de un hombre, y los dos, inclinados sobre el pesebre, bienaventurados, lo ven dormir su primer sueño, porque el calor de los pañales y del heno han calmado Su llanto y han hecho dormir al dulce Jesús.

Yo, María, redimí a la mujer con mi Maternidad divina

(Escrito el mismo día - María Valtorta)


Dice María:
Yo, María, redimí a la mujer con mi Maternidad divina. Pero no fue sino el principio de su redención. Al haberme negado a casarme por el voto de virginidad, había rechazado cualquier satisfacción de concupiscencia y así merecí la gracia de Dios. Pero no era suficiente. Porque el pecado de Eva era un árbol de cuatro ramas: soberbia, avaricia, glotonería, lujuria. Y las cuatro tenían que cortarse antes de que el árbol fuera hecho estéril en sus raíces.
Humillándome hasta lo profundo, vencí la soberbia. Me humillé delante de todos. No me refiero a mi humildad para con Dios, que toda criatura debe tributarle. Su Verbo la tuvo. También yo, mujer, tenía que tenerla. ¿ Pero has pensado qué humillación debí sufrir, y sin defenderme en modo alguno de parte de los hombres?
Aun José, que era un hombre justo, me había acusado en su corazón. Los demás, que no lo eran, habían pecado de murmuración contra mi estado, y el rumor de sus palabras había llegado cual amarga aura a romperse contra mi persona humana. Y fue el principio de las innumerables humillaciones que mi vida de Madre de Jesús y del linaje humano me proporcionaron. Humillaciones de pobreza, humillaciones de perseguida, humillaciones por los reproches de parientes y amigos que, ignorando la verdad, tomaban como débil mi modo de ser madre para con mi Jesús que se había convertido en un jovenzuelo, humillaciones en los tres años de su ministerio, humillaciones crueles en la hora del Calvario, humillaciones hasta reconocer que no tenía con qué comprar un lugar para sepultar a mi Hijo, ni aromas para envolver su cuerpo.
Vencí la avaricia de los Primeros Padres renunciando anticipadamente a mi Hijo.
Una madre jamás renuncia, a no ser que se vea forzada, a su hijo. Pídasele a su corazón la patria, el amor de esposa, o de Dios mismo, ella se opondrá a tal separación. Es natural. El hijo crece en el seno, y jamás se corta completamente el lazo que une su persona con la nuestra. Aun cuando se corta el ombligo, siempre queda un nervio que parte del corazón de la madre, un nervio espiritual más vivo, más sensible que un nervio físico, que se injerta en el corazón del hijo. Se siente extenderse hasta una aflicción sin nombre, si el amor de Dios o de una criatura, o las necesidades de la patria, alejan al hijo de la madre. Se despedaza hiriendo el corazón, si la muerte arranca a una madre su hijo.
Desde el momento que tuve a mi Hijo renuncié a Él. Lo di a Dios. Lo di a vosotros. Yo me despojé del fruto de mi vientre para reparar el fruto que Eva robó a Dios.
Vencí la glotonería del saber y del gozar, aceptando saber sólo lo que Dios quería que yo supiese, sin preguntarme a mi o a El más de lo que me fuese dicho. Creí sin hacer preguntas.
Vencí la glotonería del placer porque me negué a cualquier experiencia de los sentidos. Mi carne la puse bajo mis pies. La carne, instrumento de Satanás, la puse con Satanás junta bajo mi calcañal para hacer de ella un escabel desde el cual subiese al cielo. El cielo: mi meta. Donde está Dios. Era mi única hambre, hambre que no es gula, sino necesidad que Él bendice y que quiere que siempre lo deseemos.
Vencí la lujuria, que es glotonería llevada hasta la voracidad; pues cualquier vicio que no se refrena, conduce a otro peor. La glotonería de Eva, que era algo ya reprobable, la llevó a la lujuria. No le bastó haberse proporcionado a sí misma una satisfacción. Quiso llevar su crimen a una intensidad refinada y conoció y enseñó a su compañero la lujuria. Yo tergiversé los términos y en vez de descender, subí siempre. En lugar de hacer bajar, siempre he llamado a lo alto, y de mi compañero, que era un hombre justo, hice un ángel.
Ahora que tenia a Dios y con Él sus infinitas riquezas, me apresuré a despojarme de ellas, diciéndole: “Mira: se cumpla en Él y en mi Tu Voluntad”. Casto es el que tiene moderación no sólo en su cuerpo, sino también en sus afectos y pensamientos. Debía yo ser la Casta para borrar la mancha de la carne, del corazón, de la mente. No salí de mi discreción diciendo ni siquiera de mi Hijo – únicamente mío en la tierra como único de Dios en el Cielo – ” Esto es mío y lo quiero “.
Y sin embargo no era suficiente para obtener a la mujer la paz que Eva perdió, la obtuve al pie de la Cruz, cuando vi morir al que acabas de ver nacer. Cuando sentí desgarrarse mis entrañas al grito de mi Hijo que moría, me sentí vacía de todo feminismo: no más carne, sino ángel. María, la Virgen ante el Espíritu Santo, murió en ese momento. Quedó siendo la Madre de la gracia, la que con sus tormentos os la dio. La mujer que había vuelto yo a consagrar en la noche de Navidad, adquirió al pie de la Cruz los medios para convertirse en una criatura del Cielo.
Esto lo hice por vosotros, absteniéndome de toda satisfacción, aun la más santa. A vosotras mujeres a quienes Eva hizo compañeras no superiores a los animales, yo os he hecho, con tal de que lo queráis, las santas de Dios. Por vosotras subí. Os he hecho subir muy arriba como José. La roca del Calvario es mi monte de los Olivos. De allí subí llevando a los Cielos el alma nuevamente santificada de la mujer junto con mi cuerpo glorificado porque llevó al Verbo de Dios y que canceló en mi los últimos vestigios de Eva, la última raíz de aquel árbol de las cuatro ramas venenosas y de la raíz derrotada en los sentidos que había arrastrado al linaje decaído, y que hasta el fin de los siglos y hasta la última mujer, os morderá las entrañas. Os llamo desde ahora, desde donde resplandezco en medio de los rayos del Amor y os señalo la medicina con que os podáis venceros a vosotras mismas: la gracia de mi Señor y la Sangre de mi Hijo.

Adoración de los pastores

(Escrito el 7 de junio de 1944 - María Valtorta)



Veo una extensa campiña. La luna está en el zenit. En un cielo recamado de estrellas va bogando. Parecen otras tantas chapitas de diamantes clavadas en un inmenso baldaquín de color azul subido, y la luna se ríe en medio de ellas con su cara blanquísima de la que bajan ríos de luz que blanquean la tierra. Los árboles que no tienen follaje parecen más altos y negros; mientras que las paredes que hay acá y allá parecen como si fueran de leche; y una casita lejana parece un bloque de mármol de Carrara.
A mi derecha veo un lugar rodeado de una valla de espinos por dos lados y de una pared baja y áspera por los otros dos. Sobre esta pared descansa el techo de una clase de tinglado largo y bajo, que por dentro está construido parte de piedra, parte de madera, algo así como si en el verano se quitase, y el tinglado se cambiase en portal. De este lugar sale de cuando en cuando un balido de muchas ovejas. Estarán durmiendo o tal vez crean que el día ya está cerca por el claror de la luna tan intenso, tan fuerte y que aumenta como si se acercase a la tierra o resplandeciese por un misterioso incendio.
Un pastor se asoma a la puerta, y levantando un brazo a la altura de su frente para ver mejor, mira hacia arriba. Parece imposible que deba protegerse de la claridad de la luna, pero es tan fuerte que deslumbra, sobre todo a quien sale de un lugar cerrado y oscuro. Todo está en calma. Pero esa luz es rara. El pastor llama a sus compañeros. Salen a la puerta. Un grupo de hombres irsutos, de diversas edades. Hay algunos que son jovencillos y otros con canas. Entre si hablan del hecho extraño. Los más jóvenes tienen miedo, sobre todo uno, un niño de 12 años que se pone a llorar, atrayendo sobre si las burlas de los otros.
¿ De qué tienes miedo, tonto? le reprocha el de mayor edad. « ¿ No ves qué aire tan tranquilo? ¿ Nunca habías visto brillar la luna? ¿ Has estado siempre bajo las enaguas de tu mamá como un pollito bajo el ala de la gallina? ¡ Otras cosas verás! Una vez fui por los montes del Líbano, mucho más allá. Era joven entonces y no me costaba trabajo caminar. También era yo rico entonces… Una noche vi una luz tal que pensé que probablemente Elías volvía sobre su carro de fuego. El cielo parecía estar ardiendo. Un viejo – entonces el viejo era él – me dijo: “Gran desventura está por venir al mundo”. Y lo fue, porque llegaron los soldados romanos. ¡Oh, que verás cosas! … ¡ si vives! »
Pero el pastorcillo no lo escucha. Parece como si no tuviese ya miedo, porque sale del umbral, se desliza por detrás de un nervudo pastor, detrás del cual se había refugiado, y avanza a un lugar de hierba que está enfrente del tinglado. Mira en alto, camina como sonámbulo, como hipnotizado por algo que lo atrae. En un cierto punto lanza un «¡Oh!» y se queda como petrificado, con los brazos un poco abiertos. Los otros se miran estupefactos.
« ¿Pero qué le pasa a ese tonto?» pregunta uno.
Mañana lo devuelvo a su madre. No quiero tontos que guarden las ovejas » dice otro.
El viejo que poco antes había hablado, dice: « Vamos a ver antes de juzgar. Llamad a los otros que están durmiendo y tomad garrotes. No sea que vaya a ser una fiera o algunos malhechores. »
Entran, llaman a los otros, salen con antorchas y garrotes. Alcanzan al niño.
¡ Allá, allá! » murmura sonriente. « Más allá del árbol. Mirad esa luz que se acerca. Parece como si caminara sobre los rayos de la luna. Ved que se acerca. ¡Qué bella! »
« Yo veo tan solo una fuerte claridad. »
« Yo también. »
« También yo » dicen otros.
« No. Yo veo algo así como un cuerpo » dice uno y reconozco en él al pastor que dio la leche a María.
« ¡ Es un… es un ángel! … » grita el niño. « Mirad que baja… que se acerca … De rodillas todos ante el Angel de Dios! »
Un « ¡ oh! » largo y lleno de veneración se levanta del grupo de los pastores, que caen de cara hacia el suelo, y los de mayor edad parecen más abatidos. Los más jóvenes están de rodillas, miran al ángel que se acerca cada vez más y que se detiene, sacudiendo sus grandes alas, candor de perla en la claridad de la luna que lo rodea, encima de la pared del lugar.
« No tengáis miedo. No os traigo ninguna desventura. Os traigo el anuncio de una gran alegría para el pueblo de Israel y para todos los pueblos de la tierra. » La voz del ángel es armoniosa cual arpa en la que cantasen ruiseñores.
« Hoy en la ciudad de David, nació el Salvador. » Al decir esto, abre sus grandes alas, las mueve como muestras de alegría, y parece como si una lluvia de oro y piedras preciosas se desprendiesen de ellas. Un hermosísimo arco iris que forma un arco de triunfo en el pobre aprisco.
« El Salvador que es el Mesías. » El ángel brilla con una luz más extraordinaria. Sus dos alas, ahora firmes, extendidas de punta a punta hacia el cielo como dos velas inmóviles sobre el mar azul, parecen dos llamas que subiesen ardiendo.
« ¡ El Mesías, el Señor! » El ángel recoge sus dos resplandecientes alas, se pone como un manto de diamantes en su vestido de perlas, se inclina como si adorase, con los brazos sobre el pecho y su rostro que desaparece, pues lo tiene muy inclinado, entre la sombra de las puntas de las alas plegadas. No se ve sino una larga forma luminosa, inmóvil por el espacio de unos instantes.
Pero ved que se mueve. Abre nuevamente las alas, levanta su rostro en que la luz se une a una sonrisa hermosísima y dice: « Lo reconoceréis por estas señales: detrás de Belén, en un pobre establo encontraréis un niño envuelto en pañales, pues para el Mesías no hubo alojo en la ciudad de David. » El rostro del ángel se pone serio, como triste.
Pero de los cielos vienen muchos, ¡ oh! muchos, pero muchos ángeles semejantes a él, un ejército de ángeles que baja alborozándose y opacando la luna con su resplandor de paraíso. Se unen al ángel que había dado la noticia con un agitar de alas, con un exhalo de perfumes, con arpegio de notas en cuya comparación todas las voces más bellas de la tierra juntas, no serían más que un remedo. Si la pintura es el intento de la materia para ser luz, aquí la melodía es el esfuerzo de la música para bañar completamente a los hombres en la belleza de Dios, y oír esta melodía es conocer el paraíso donde todo es armonía de amor que de Dios mana para alegrar a los bienaventurados, y que de ellos va a El para decirle: « Te amamos. »
El ” Gloria ” angélico se desparrama en ondas siempre más largas por la quieta campiña, y con ella la luz. Los pajaritos unen su cántico que es un saludo a esta luz que ha salido antes, y las ovejas lanzan sus balidos por este sol anticipado. Pero yo me imagino, como en la gruta al hablar del buey y del asno, que los animales saludan a su Creador, que ha venido en medio de ellos para amarlos como Hombre, además de como Dios.
El canto disminuye y la luz también, entre tanto que los ángeles vuelven a subir al cielo… Los pastores vuelven en sí.
« ¿ Oíste? »
« ¿ Vamos a ver? »
« ¿ Y los animales? »
Nada les pasará. ¡Vamos y obedezcamos la palabra de Dios! …» « ¿Pero a dónde vamos? ». « Dijo que nació hoy! ¿Y que no encontró alojo en Belén? » Es el pastor que dio la leche, el que ahora habla. « Venid, yo sé. Vi a la mujer y me dio compasión. Enseñé un lugar para Ella, porque pensé que no encontraría alojo, y al hombre le di leche para Ella. Es muy joven y hermosa. Debe ser buena como el ángel que nos habló. Venid, venid. Vamos a tomar leche, quesos, corderos y pieles curtidas. Deben ser muy pobres… y ¡ quién sabe cuánto frío tendrá Él a quien no me atrevo a nombrar! ¡ Y pensar que yo hablé con Su Madre como si fuese una pobre mujer! »
Van al tinglado; poco después salen unos con jarros de leche, otros con redecillas de esparto entretejido y dentro quesos redondos, otros con cestas en una de las cuales hay un corderito, y otros con pieles curtidas.
« Yo le llevo una oveja. Hace un mes que parió. La leche le hará bien. Les podrá servir si la mujer no tiene leche, me pareció todavía muy joven y tan blanca… ¡Un rostro de jazmín bajo los rayos de la luna! » dice el pastor del camino y los guía. Van bajo la luz de la luna y de antorchas, después de que cerraron el tinglado y el recinto. Caminan por senderos entre vallas de espinos despojados de todo en el invierno. Dan vuelta por detrás de Belén. Llegan al establo, no por la parte por donde llegó María, sino por la parte contraria, de modo que no pasan por delante de los apriscos mejores, sino que es el primero que encuentran. Se acercan a la entrada.
« ¡ Entra! »
« ¡ No me atrevo! »
« ¡Entra tú! »
« No. »
« ¡Asómate al menos! »
« Tú, Leví, que fuiste el primero en ver al ángel, señal de que eres mejor que nosotros, mira. » Antes lo tacharon de tonto… ahora para su conveniencia quieren que haga algo a lo que no se atreven.
El niño titubea, pero se decide. Se acerca a la entrada, separa un poco el manto, mira… y se queda extático.
« ¿ Qué ves? » le preguntan ansiosos en voz baja.
« Veo a una mujer joven y bella y a un hombre inclinados sobre un pesebre… oigo que llora un recién nacido, y la mujer le habla con una voz… ¡ oh ! qué voz! ».
« ¿ Qué le dice? »
« Dice: ” ¡ Jesús mío! Jesús, cariño de tu Mamá! No llores, Pequeñín ” Dice: ” ¡ Oh! pudiera decirte: `Toma leche, Pequeñín’, pero todavía no tengo!” Dice: “¡Tienes mucho frío, amorcito mío! Te molesta el heno. ¡ Qué dolor para tu Mamita oírte llorar así y no poderte consolar!” Dice: “¡Duerme, vidita mía! ¡ Que se me rompe el corazón con oírte llorar y con verte esas lágrimas! ” lo besa, le calienta sus piececitos con sus manos, porque está agachada con los brazos en el pesebre. »
« ¡ Llama! ¡ Haz que te oigan! »
« Yo no. Tú que nos trajiste y la conoces. »
El pastor abre la boca y se limita tan sólo a dar una especie de gañido.
José se voltea, y viene a la puerta. « ¿Quiénes sois? »
« Pastores. Os traemos alimentos y lana. Vinimos a adorar al Salvador. »
« Entrad. »
Entran y el establo se hace más claro a la luz de las antorchas. Los mayores empujan a los jovenzuelos a que caminen ante ellos.
María se vuelve y sonríe. « Venid » dice. « Venid » y los invita con la mano, con la sonrisa, toma al que vio el ángel, lo acerca a sí, contra el pesebre. El niño mira cual un bienaventurado.
Los demás, a quienes también invita José, se acercan con sus presentes y los ponen con pocas palabras, pero llenas de emoción, a los pies de María. Luego contemplan al Niño que llora un poco y conmovidos y felices sonríen.
Uno al final se atreve a decir: « Toma, Madre. Es suave y limpia. La había preparado para mi hijo que va a nacerme, pero te la doy. Pon a tu Hijo en esta lana. Es delicada y caliente. » Le ofrece la piel de una oveja, una bellísima piel lanuda, blanca y grande.
María levanta a Jesús y lo envuelve en ella, Lo enseña a los pastores, que de rodillas sobre el heno del suelo lo contemplan extáticos.
Toman más confianza. Uno propone: « Sería bueno darle un poco de leche. Mejor: agua y miel. Pero no tenemos miel. Se da a los pequeñitos. Tengo siete hijos y conozco… »
« Aquí hay leche. Toma, Mujer. »
« Pero está fría. Se necesita caliente. ¿ Dónde está Elías? El trae la oveja. »
Elías debe ser el hombre del camino. Pero no está. Se quedó afuera, mira por la rendija, y no se le ve por la oscuridad de la noche.
« ¿ Quién os trajo? »
« Un ángel nos dijo que viniéramos y Elías nos guió hasta aquí… Pero ¿dónde está? »
La oveja lo denuncia con un balido.
« Acércate, se te necesita. »
Entra con su oveja, avergonzado de que todos le vean.
« ¿ Tú eres? » dice José que lo reconoce y María con la sonrisa le dice: « Eres bueno. »
Ordeña la oveja y con la punta de un lienzo empapado en leche caliente y espumosa María baña los labios del Recién nacido que chupa. Todos se echan a reír y más cuando, con el pedacito de tela entre los diminutos labios, Jesús se duerme al calor de la lana.
« Pero no podéis estaros aquí. Hace frío y está húmedo. Y. luego… huele mucho a animales. No está bien… y no hace bien al Salvador. »
« Lo sé » dice María con un gran suspiro. « Pero no hay lugar para nosotros en Belén. »
« No te desanimes, Mujer. Te buscaremos una casa. »
« Lo diré a mi dueña » dice el del camino, Elías. « Es buena. Os acogerá, aun cuando tuviera que daros su habitación. Apenas amanezca se lo diré. Tiene la casa llena de gente, pero os dará un lugar. »
Para mi Hijo, al menos. Yo y José podemos estar en el suelo, pero mi Hijito… »
No suspires, Mujer. Yo me encargo de ello. Diremos a muchos lo que se nos dijo. Nada os faltará. Por ahora tomad esto que nuestra pobreza os da. Somos pastores… »
« También nosotros somos pobres, y no podemos recompensaros con algo» dice José.
« ¡ Oh, no queremos ! Y aunque lo pudieseis, no lo aceptaríamos! El Señor ya nos recompensó. Ha prometido la paz a todos. Los ángeles decían : “Paz a los hombres de buena voluntad”. A nosotros ya nos la dio, porque el ángel dijo que este Niño es el Salvador, que es el Mesías, el Señor. Somos pobres e ignorantes, pero sabemos que los Profetas dijeron que el Salvador será el Príncipe de la Paz. A nosotros nos dijo que viniésemos a adorarlo, por esto nos dio Su Paz. ¡ Gloria a Dios en los altísimos Cielos y gloria a este su Mesías, y bendita seas tú, Mujer, que lo engendraste! ¡Eres santa, porque mereciste llevarlo en tu vientre! Mándanos como Reina, que estaremos felices de servirte. ¿ qué podemos hacer por ti? »
« Amar a mi Hijo y conservar siempre en el corazón los pensamientos de ahora. »
« Pero, ¿ tú no deseas nada? ¿ No tienes familiares a los cuales quieras que se les haga hacer saber que ya nació Él? »
« Sí. Me gustaría, pero no están cerca. Están en Hebrón … »
« Yo voy », dice Elías. « ¿ Quiénes son? »
« Zacarías el sacerdote e Isabel mi prima. »
« ¿ Zacarías? ¡Oh, lo conozco bien! En el verano voy por aquellos montes porque los pastizales son buenos y grandes y soy amigo de su pastor. Cuando vea que te has acomodado, voy a ver a Zacarías. »
« Gracias, Elías. »
« No tienes por qué. Es una gran honra para mí, pobre pastor, ir a hablar al sacerdote y decirle: ” Nació ya el Salvador “. »
No. Le dirás: ” Dice María de Nazaret, tu prima, que nació ya Jesús, y que vengas a Belén “. »
« Así se lo diré. »
Dios te lo pague. Me acordaré de ti, y de todos vosotros… »
« ¿ Le hablarás a tu Hijito de nosotros? »
« Le hablaré. »
« Yo soy Elías. » « Yo Leví. » « Yo Samuel. » « Yo Jonás. » « Yo Isaac. » « Yo Tobías. » « Yo Jonatás. »
« Yo Daniel. » « Yo Simeón. » « Yo me llamo Juan. » « Yo soy José y mi hermano es Benjamín, somos gemelos. »
« Me acordaré de vuestros nombres. »
« Ya nos vamos,… pero regresaremos… Traeremos a otros a adorar… »
«¿ Cómo regresar al aprisco dejando al Niño? »
« i Gloria a Dios que nos lo mostró ! »
« Déjanos besar su vestidito » dice Leví con una sonrisa angelical.
María levanta despacio a Jesús, y sentada en el heno, ofrece los piececitos, envueltos en lino, para que los besen. Los pastores se inclinan hasta el suelo y besan esos diminutos pies, envueltos en tela. Quien tiene barba se la hace a un lado, y casi todos lloran y cuando están para irse, salen retrocediendo, sin dar la espalda, dejando dentro su corazón…
La visión termina así: María sentada en la paja con el Niño sobre su seno; y José, apoyado en el pesebre sobre su brazo, lo mira y lo adora.



En los pastores están todos los requisitos necesarios para ser adoradores del Verbo

(Escrito el mismo día - María Valtorta)

Dice Jesús:
« Los pastores fueron los primeros adoradores del Cuerpo de Dios. En ellos están todos los requisitos necesarios para ser adoradores de Mi Cuerpo, almas eucarísticas.
Fe segura: creyeron pronta y ciegamente al ángel.
Generosidad: dieron toda su riqueza a su Señor.
Humildad: se acercan a más pobres que ellos, hablando humanamente, con modestia de gestos que no envilecen, y se profesan sus siervos.
Deseo: cuando no pueden dar porque no tienen, se industrian en buscar por medio del apostolado y de la fatiga.
Pronta obediencia: María desea que se le avise a Zacarías y Elías va al punto. No lo deja para otro día.
Amor, sobre todo no saben separarse de allí. Tu has dicho: “Dejan allí su corazón”. Dijiste bien.
¿ Pero no se necesitaría hacer igual cosa con Mi Sacramento?
Y otra cosa y solo para ti: observa a quién se revela primeramente el ángel y quién merece ser el primero en sentir el cariño de María. Leví: el niño. Dios se muestra a quien tiene alma infantil y le muestra sus misterios y le concede que oiga las palabras divinas y de María. Quien tiene alma de niño, también tiene el santo atrevimiento de Leví, y dice: ” Permíteme que bese el vestido de Jesús “. Lo dice a María. Porque María es siempre la que os da a Jesús. Es Ella la que conduce a la Eucaristía. Es Ella el Copón viviente.

Quien va a María, me encuentra. Quien me pide por medio de Ella, por medio de Ella me recibe. La sonrisa de Mi Madre cuando alguien le dice: “Dame tu Jesús, porque quiero amarlo” hace estremecer los Cielos con un vivo esplendor de alegría, pues se siente feliz Ella. »

Madre mía, ¿Que debo hacer para secar tus lágrimas, para calmar tu dolor, para reconfortar tu Corazón Inmaculado?








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Aparición anual en Medjugorje a Jakov - 25 de Diciembre del 2014

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Aparición anual a Jakov – 25 de diciembre de 2014

Jakov 01En la última aparición diaria del 12 de setiembre de 1998, la Virgen le dijo a Jakov Colo que tendría una aparición cada año, el 25 de Diciembre. Así ha ocurrido también este año. La Virgen vino con el Niño Jesús en brazos. La aparición comenzó a las 14:40, y duró 8 minutos, luego dio el siguiente mensaje:
“¡Queridos hijos! Hoy, en este día de gracia, deseo que el corazón de cada uno de ustedes se convierta en el establo de Belén, donde nació el Salvador del mundo. Yo soy su Madre que los ama inmensamente y que cuida de cada uno de ustedes. Por lo tanto, hijos míos, entréguense a la Madre para que, ante el Niño Jesús, pueda presentar el corazón y la vida de cada uno de ustedes, porque solo así, hijos míos, sus corazones serán testigos del nacimiento cotidiano de Dios en ustedes. Permitan a Dios que con la luz ilumine sus vidas y con la alegría sus corazones, para que ustedes puedan diariamente iluminar el camino, y ser un ejemplo de la verdadera alegría, a otros que viven en la oscuridad y no están abiertos a Dios y a sus gracias. Gracias por haber respondido a mi llamado.”
Annual apparition to Jakov on December 25th 2014
At the last daily apparition to Jakov Colo on September 12th, 1998, Our Lady told him that henceforth he would have one apparition a year, every December 25th, on Christmas Day. This is also how it was this year. The apparition began at 2:40 pm and lasted 8 minutes. Afterwards Jakov transmitted the message:
“Dear children! Today, on this day of grace, I desire for each of your hearts to become a little stable of Bethlehem in which the Savior of the world was born. I am your mother who loves you immeasurably and is concerned for each of you. Therefore, my children, abandon yourselves to the mother, so that she may place each of your hearts and lives before little Jesus; because only in this way, my children, your hearts will be witnesses of God’s daily birth in you. Permit God to illuminate your lives with light and your hearts with joy, so that you may daily illuminate the way and be an example of true joy to others who live in darkness and are not open to God and His graces. Thank you for having responded to my call.”
Apparizione annuale a Jakov Colo del 25 Dicembre 2014
Nell’ultima apparizione quotidiana del 12 Settembre 1998 la Madonna ha detto a Jakov Colo che avrebbe avuto l’apparizione una volta all’anno, il 25 Dicembre, a Natale. Così è avvenuto anche quest’anno. La Madonna e venuta con il Bambino Gesu tra le braccia. L’apparizione è iniziata alle 14 e 40 ed è durata 8 minuti. Jakov , dopo di che , ha trasmesso il messaggio:
“Cari figli, anche oggi in questo giorno di grazia, desidero che il cuore di ciascuno di voi diventi la capanna di Betlemme nella quale è nato il Salvatore del mondo. Io sono vostra Madre che vi ama immensamente e si prende cura di ciascuno di voi. Perciò, figli miei, abbandonatevi alla Madre affinché possa posare davanti a Gesù Bambino il cuore e la vita di ciascuno di voi, perché soltanto così, figli miei, i vostri cuori saranno testimoni della nascita quotidiana di Dio in voi. Permettete a Dio di illuminare le vostre vite con la luce ed i vostri cuori con la gioia affinché il vostro cammino sia illuminato quotidianamente e siate esempio della vera gioia per gli altri che vivono nelle tenebre e non sono aperti verso Dio e verso le Sue grazie. Grazie per aver risposto alla mia chiamata.”

Mensaje de Jesús sobre su Santísima Madre dado al Padre Melvin Doucette

Lunes 22 y 23 de diciembre de 2014


(Lectura del Evangelio de San Lucas 1: 39-45)
“Por aquellos días, poniéndose María en camino, se dirigió presurosa a la montaña, a una ciudad de Judá, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Así que oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, y se llenó Isabel del Espíritu Santo, y exclamó con fuerte voz: -‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!  ¿Y de dónde a mí esta gracia, que venga la madre de mi Señor a mí?  Porque así que sonó la voz de tu saludo en mis oídos, el niño saltó de alegría en mi seno.  Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor’.”
 (Lectura del Evangelio de San Lucas 1: 46-56)
“Y María dijo: -‘Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador;  porque puso sus ojos en la bajeza de su esclava.  He aquí que desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones;  porque ha hecho en mi favor grandes cosas el Poderoso.  Santo es su nombre, y su misericordia llega de generación en generación a los que le temen.
Ha desplegado el poder de su brazo: ha desbaratado a los soberbios con los proyectos de su corazón;  derrocó de su trono a los poderosos y enalteció a los humildes;  llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías.  Socorrió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, según lo había anunciado a nuestros padres, a Abraham y su descendencia para siempre.’
María se quedó con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.”

Queridos amigos:
Nuestro Señor Jesús nos llama a creer en Él.  En el mundo, muchos han rechazado a Nuestro Señor y Salvador, y esto es realmente triste.  Nos exhorta a rezar por todos ellos todos los días.  Rezad para que puedan abrirle sus corazones y Él les pueda dar el don de la fe.  Todos necesitamos ese don maravilloso para que Jesús sea parte de nuestras vidas.

(A continuación encontraréis el mensaje de Nuestro Señor y Salvador entregado al Padre Melvin.   Jesús le habló con estas palabras:)
“Venid en espíritu, Mi hermano Melvin y todos Mis hermanos que seguís a Mi Madre mientras viaja en burro desde Nazaret hasta la casa de Isabel cerca de Jerusalén.  Entró en la casa, saludó a Su prima, y algo maravilloso sucedió.  El niño que estaba en el seno de Isabel saltó de alegría porque Me reconoció espiritualmente en el seno de Mi Madre María.  Isabel, a su vez, fue llenada con el Espíritu Santo y comenzó a hablar.  Esto os prueba que desde el seno materno un niño puede mandar gracias especiales a otro.  Fue así que Juan Bautista saltó al reconocerme como el Salvador.  Juan Bautista es quien fue elegido por Mi Padre para llamar a la gente a prepararse para Mi venida.  Es quien Me presentó al pueblo judío presente en el Rio Jordán, donde fui bautizado por él.  Es un gran profeta y santo que está en el cielo y rezando por todos vosotros.
Su madre Isabel recibió palabras del Espíritu Santo.  Dijo: -‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!’.  Estas palabras las repetís todos los días cuando rezáis el rosario, son parte del Avemaría.  La primera parte del Avemaría son las palabras del Ángel Gabriel que dijo: ‘Salve María, llena de gracia, el Señor está contigo.’  El resto de la primera parte del Avemaría viene de Isabel.  Estos hechos maravillosos ocurrieron cuando Mi Madre llegó a la casa de su prima.  Podéis ver que estaba ya obrando aunque aún no había nacido.  Tenía casi un mes en el vientre de Mi Madre.  Es maravilloso, amigos, leer este pasaje y admirarse ante lo ocurrido.  Celebraréis muy pronto Mi Fiesta de la Navidad.  Preparad vuestro corazón para recibirme otra vez y os bendeciré con gracias especiales.  Os amo a todos.”
“Mi Madre María cantó un cántico maravilloso después de que Su prima Isabel le dijera esas palabras divinamente inspiradas por el Espíritu Santo.  Sus primeras palabras se refieren a Dios Padre, el más importante de todo el mundo.  Se regocija por el hecho de que Dios es Su Salvador.  Se presenta como la servidora del Señor;  esto significa una persona de muy baja condición, llena de humildad.  Debido a Su bajeza, predice que todos La llamarán Bendita.  Es por eso que hoy la Iglesia La llama la Santísima Virgen María.
Es verdad que Dios Padre hizo grandes cosas por Ella, especialmente al elegirla para ser Mi Madre.  Es verdad que el Padre es misericordioso con todos los que Le aman y Lo siguen.  No le gustan los orgullosos.  Si los gobernantes son así, con seguridad se deshará de ellos, pero levantará a los pobres y a los humildes.  Alimentará a los hambrientos pero a los ricos soberbios  los echará.
Fue el Padre quien eligió a los israelitas para ser Su pueblo y les mostró misericordia.  Los ha ayudado muchas veces.  Eligió a Abraham para formar esta gran Nación Judía y los ayudó a lo largo de los años.  Sabéis que Yo, Jesús, nací judío y que Nuestra Madre Santísima también fue judía.  Aunque al final la mayoría de los judíos Me rechazó a Mí, su Salvador, también morí por todos ellos.  Por supuesto que todos los Apóstoles eran judíos y también muchos otros Me siguieron mientras estuve en la tierra, pero no lo hicieron los líderes de los judíos.  Ellos Me hicieron crucificar.  Sufrí Mi Pasión por todos vosotros, para que pudierais ser miembros del Reino de Dios.  Os amo a todos.”

Padre Melvin

Pequeño Santuario de Nuestra Señora de la Isla del Príncipe Eduardo

Mensaje de la Santísima Virgen maría a Luz de María - 24 de Diciembre del 2014

MENSAJE DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
A SU AMADA HIJA LUZ DE MARÍA
24 DE DICIEMBRE DEL 2014




Amados hijos de Mi Corazón Inmaculado:

VIVEN EN MI VIENTRE Y CON MATERNAL AMOR LES PROTEJO.

Mi Divino Hijo ofreció las estrecheces que vivió en Mi Vientre Virginal por cada uno de ustedes… 
para mitigar las estrecheces de Sus hijos.

Mi Divino Hijo oraba por ustedes en Mi Vientre y ofrecía por ustedes…
Él sabía de los desprecios y de los padecimientos que viviría para luchar por la conversión de Su Pueblo.

Mi Divino Hijo vivió en la Voluntad de Su Padre para satisfacer y retribuir a Dios Padre las ofensas de todas las criaturas de todos los tiempos, hasta el fin del mundo.

En este instante llamo a la puerta del corazón de cada uno que lee este Mi Llamado, llamo para entrar…
Mi Hijo va a nacer y algunos aún en este instante no abren la puerta.

DESEO QUE SEAS TÚ EL HIJO QUE BUSCO…
Y QUE PERMITAS QUE MI HIJO NAZCA EN TI PARA TU PROPIA BENDICIÓN.

Son demasiados los que saben de Él, pero no hablan con la Verdad, van en contra de quien es el Camino, la Verdad y la Vida.
PIDO ALBERGUE, PIDO REFUGIO…
MI HIJO ES LA LUZ DEL MUNDO Y NO ENCUENTRO DONDE REPOSE CUANDO NAZCA.  
ÉL  BUSCA EL ALIVIO DEL AMOR DEL CORAZÓN DEL HOMBRE, DE SUS HIJOS.

Mi Hijo no permitirá que caminen solos, Sus hijos poseen vida y vida en abundancia. Sus hijos no son hombres muertos, son hombres de vida.

Llamo a la puerta del corazón de Mis hijos, y es tanto el olor nauseabundo que encuentro ante la poca disposición y la ignorancia espiritual que poseen, que no paso desapercibido, que por estas criaturas Mi Hijo se ofreció en Mi Vientre antes de nacer.

EL HOMBRE NO DESEA ADENTRARSE EN EL CAMINO ESPIRITUAL,
TEME SOLTAR LAS ATADURAS HUMANAS Y LOS PLACERES, AUNQUE ESTO LE LLEVE A PADECER.

Me colocaré ante cada uno para solicitar refugio…

SE PREOCUPAN DEL COMER Y DEL BEBER MÁS QUE DE ELEVAR ORACIONES A MI HIJO… Oraciones no sólo para pedir un favor, sino para que le digan que le aman.  Yo me mantuve en oración junto a Mi Niño, orando en todo instante, no sólo de rodillas sino actuando y obrando en la Voluntad de Dios, orando en obediencia y actuando para dar al Padre Eterno lo que las criaturas humanas no llegarían a entregarle, sino sólo unas pocas criaturas: la voluntad humana.

A ti, que lees Mi Llamado, llamo a tu puerta…
A ti, que escuchas pero no deseas abrir...
A TI TE PIDO QUE NOS ABRAS PARA QUE MI HIJO NAZCA EN TU CORAZÓN.

Mi Hijo nació en un pesebre, ese pesebre es tu corazón que al mantener una relación lejana con Mi Hijo, le envían al lugar menos concurrido del corazón humano para que no les llame a la consciencia, ni a la renuncia, para que vivan falsos amores, egoísmos, desobediencias y placeres que les llevan a una falsa y momentánea felicidad.

MI HIJO SABE DE AMOR, ÉL ES EL AMOR.
MI HIJO SABE DE OBEDIENCIA, ÉL ES LA OBEDIENCIA, ÉL ES EL TIEMPO MISMO, ÉL ES EL INFINITO, ÉL ES ETERNO.

Aquellos que no le dan albergue a Mi Hijo, continúan siendo Mis hijos aunque desconozcan el Amor, la Fe, la Esperanza, la Caridad y la Paz que sólo experimentan permanentemente los que le conocen, le siguen y le aman.

ALGUNOS NOS DAN POSADA A JOSÉ Y A MÍ, PERO DEJAN EL APOSENTO EN PENUMBRAS PARA QUE SUS HERMANOS NO SE ENTEREN QUE TRATAN DE ACERCARSE A UNA NUEVA VIDA. Éstos son los tibios que no encuentran paz, ni serán verdaderos. Éstos se vuelven irreconocibles cuando les invaden los celos espirituales, causando la desunión o permitiendo que la tibieza se transforme en soberbia y les lleve a enaltecerse tanto que suben al peldaño más alto con el fin de dominar, sólo que ninguna de estas criaturas actúa en la Verdad, sino en la mediocridad.

Amados, Mis hijos se reencuentran con Mi Divino Hijo, con el humilde Hijo del carpintero, el mismo a quien José le enseñó a trabajar la madera y la piedra en ocasiones; la madera porque debe tomar en Sus Manos el cincel para sacar las imperfecciones de Sus hijos y la piedra para derribar los corazones de piedra que en este instante sobresalen solapadamente entre ustedes.

MI HIJO LLORA EN EL PESEBRE DEL CORAZÓN HUMANO ANTE LA DECADENCIA DEL HOMBRE, ante la negativa de aceptar Su Palabra que seexplicita en estos Llamados, de los que Me hace partícipe.

MI HIJO SONRÍE POR UN ALMA QUE RETORNA A ÉL, por una sola alma, esa que imploro sea la que en este instante medita esta Mi Palabra dentro de la Voluntad Divina, para Gloria de la Trinidad Sacrosanta.

Hijos:

ÚNANSE EN ORACIÓN A LAS 12 DE LA NOCHE Y COLOQUEN ANTE MI PEQUEÑO Y DIVINO HIJO LA MENTE DE CADA UNO DE LOS HABITANTES DE LA TIERRA Y JUNTO A MIS ÁNGELES CANTEN:

Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad.

Les bendigo.

Mamá María.

AVE MARÍA PURÍSIMA, SIN PECADO CONCEBIDA.
AVE MARÍA PURÍSIMA, SIN PECADO CONCEBIDA.
AVE MARÍA PURÍSIMA, SIN PECADO CONCEBIDA.

   

COMENTARIO DEL INSTRUMENTO

Nuestro Señor Jesucristo y nuestra Madre Santísima se encuentran tan cerca de cada uno de nosotros, que esa cercanía es desapercibida por la mayoría de los hijos de Dios.

En esta fecha el Cielo me permite compartir un regalo que no es personal sino para toda la humanidad:

Miro a Nuestra Madre Santísima, con Su hermosura realzada, Sus Ojos irradiando la luz del mismo Sol, con Su Mirada profunda, enmarcada por unos delineados párpados como con un suave pincel que les dan una forma almendrada.  El color miel de Su Ojos es más radiante, como iluminado con los rayos del Sol. Su Piel de porcelana bendita me lleva a mirar Sus Labios sonrientes, Labios de Madre con la más perfecta forma, hechura del Escultor Divino, con un tono rosado como extraído de los pétalos de una rosa. Rostro de Madre, la más bella de entre todas las mujeres.

Su Cabello castaño resplandece ante los rayos de la luna, que tenuemente le dan un brillo particular. Su Manto Celeste cubierto de estrellas brilla de una forma especial, le miro el vestido de suave caída y con bordados dorados por donde se traslucen los rayos de la luna.

Todo se ha integrado para realzar en este instante a la Madre Celestial. Miro cómo de todas partes se acercan Criaturas Angelicales iluminadas por un halo, todo brilla, todo se envuelve en un aire especial. Escucho en medio del respetuoso silencio una suave pero magistral melodía, que es traída por el viento y entonada por los Coros Celestiales.

Como criatura humana, vivo con el corazón palpitante en una espera que parece interminable, esperando que esos Labios Maternos se abran.  Pero la Madre me sonríe y permanece en silencio mirándome, pero con su mirada me dice:
“Hija amada, te comparto Mi Tesoro”

La Madre bendita se desvanece como entre las nubes que le rodean pero de inmediato la miro. No viene sola, trae en Sus benditos y delicados Brazos Maternos al Niño Jesús con una inexplicable ternura, y me dice:

“Aquí tienes al Rey de reyes, al Señor de señores, en quien se goza el Padre Eterno
y el Espíritu Santo mantiene su morada.

Dentro de ese éxtasis inolvidable para mí, deseo que la Madre me muestre al Niño, pero la Madre me dice:

“Hija, has de saber que todos son amados por Mi Hijo, debes saber que todos son llamados a la Salvación Eterna, pero los que con su voluntad desean encontrar la plenitud, son pocos y cada instante lo serán menos. Tu camino no es fácil, como no lo es para el que es llamado y obedece, no obstante ten presente cómo insultaron a Mi Hijo para que perdiera la Paz, ignorando que Él es la Paz infinita. Así tú, permite que las palabras ofensivas pasen de lejos, cuida tu alma para que continúes siendo instrumento de la Casa de Mi Hijo”.

Luego se acerca la Madre Santísima despacio, yo sólo miro el color del Rostro del Niño Jesús que viene cobijado con hilos plateados que la noche deja caer suavemente rindiendo homenaje a Su Rey. En esta ocasión la noche no es noche sino se ha oscurecido para que únicamente el Rey resplandezca.

Entre los Brazos Maternos se desliza suavemente esa Criatura Divina que ansío mirar, pero la Madre extiende Sus Brazos y yo embelesada ante la belleza Divinal que miro frente a mí, con mis sentidos sumergidos en otro lugar, el Rostro del Niño que destella pureza es irradia luz. Es el Rostro del Amor… ¡Ahora sí he mirado el Amor!, es Él: Jesús Niño ataviado por los Cuerpos Celestes que todos unidos en torno a Él, dejan caer sus destellos para homenajearle. Miro cómo Su ropaje varía de color, leves tonos emanados de las mismas estrellas, la luna emana la esencia de ella misma.

Mi pensamiento arrobado por tanta hermosura no me permite ni por un instante pensar en mi indignidad, tan sólo miro el Amor que lo puede todo, que puede transformar al pecador en un santo, que puede cambiar el mal en bien, que puede revertir el tiempo…, es esa mirada inocente que frente a mis ojos me traspasa el alma y me escudriña con amor.

Miro a la Madre que me lo ofrece y aun en ese estado de éxtasis me detengo, pero nuestra Madre Santísima me mira y me coloca a Su Hijo en mis brazos, ¡oh dulzura, oh hermosura sin igual!, ¡oh amor infinito que todo lo puede, oh misericordioso Niño: Esperanza, Paz y Amor sin igual! Tanta Divinidad ante mi indignidad…

Pero ante la mirada del adorado Niño, entro en esa paz que se desprende de Sus Ojitos color miel, con  infinita ternura y que, aunque escudriña mi alma, vivo un gusto sublime entregando mi espíritu a las delicias de Su Dueño.

Miro las Manos pequeñas moverse y miro la Cruz…. ¿Cómo? Estas Manos Santísimas cargan nuestros pecados… Eso me lo comparte la mirada tierna de ese Pequeño pero gran Dios de Poder y Majestad. Su Boca Divina se mueve y mi alma escucha las Palabras:

“Hija, el hombre es lo que su corazón transmite, el corazón transmite lo que lleva la criatura humana en el interior de su corazón. Mantén ardiendo el deseo de permanecer a Mi lado, cumpliendo la Voluntad de Mi Padre.”

¿Cómo no sentir las entrañas conmoverse ante tan solemnes Palabras? Ese Rostro de perfección sin igual, con Mejillas levemente rosadas, Cabello castaño como Su Madre, me mira, y yo, quedo arrobada por esta belleza, no sólo física sino interior que jamás imaginé mirar y tener en mis brazos, lo que me lleva a comprometerme más con la misión que me ha sido encomendada.

La Madre Santísima se acerca y como si no deseara desprenderme de la esencia del Amor, la miro y Ella me vence con tan gran ternura, que sabiendo que he recibido más de lo que merezco, entrego al Divino Niño, sin que antes y en silencio le pida por los inocentes, por la testarudez humana, la soberbia, la falta de fe, la negación del hombre hacia Él, a la vez le pido perdón por los que no desean reconciliarse con Él y los que le niegan. Mi Divino Niño me dice:

“Los escarmientos de la humanidad no son en vano, al ocurrir lo que Mi Madre ha develado,
rescataré algunas almas de las manos del enemigo. Yo Soy Amor y vengo en busca de amor.
En este instante falta el amor. La humanidad carece de verdad, por eso Yo regreso por los Míos.
Tú transmite la Palabra del Cielo a tiempo y destiempo, el resto entrégalo a Mi Voluntad.”

Nuestra Madre se retira entre las nubes que le cobijan y Me dice:

Dile a Mis hijos que les amo, diles que permitan a Mi Pequeño Hijo que renazca en sus corazones.

Y yo en un total y absoluto silencio me  siento abstraída por tanta Bondad Divina y meditando, guardo silencio…

Amén.


Gracias a todos nuestros hermanos que en la Unidad de los Sagrados Corazones, compartimos este año.
Les deseamos una Santa y  Feliz Navidad.

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