domingo, 28 de diciembre de 2014

NAVIDAD EN MEDIO ORIENTE

  • La victoria de la Navidad frente al terror: el ejemplo de los cristianos perseguidos

    Viven en Irak, Pakistán o China y son cristianos. Saben del riesgo que corren de morir o ser detenidos pero lo asumen sin temor.

    Nacimiento colocado en un campo de refugiados en Irak
    Se acerca la Navidad. Una fiesta en la que los cristianos celebran por todo el mundo gozosos el nacimiento del Salvador. Un día familiar de júbilo, cantos y de reencuentros.
    Es la fecha más señalada en el calendario pero desgraciadamente no en todo el mundo se puede celebrar de la misma manera. Hay millones de personas que no podrán exteriorizar esta alegría como en Occidente. Celebrarán la Navidad con esperanza pero con miedo. Con temor a las bombas, a los disparos, a las redadas de la policía religiosa o del partido único. Hay miedo sí, pero habrá celebración. ¿Seríamos capaces de hacer lo mismo en Occidente?
    Cuando se piensa en estos momentos en los cristianos perseguidos,el pensamiento se dirige rápidamente a Irak, donde de manera más gráfica ha quedado patente su aniquilación.
    La Navidad es lo opuesto al Estado Islámico. Es vida frente a muerte. Por ello, los islamistas se han propuesto que esta fiesta cristiana no se celebre o se tiña de muerte. Y en parte lo han conseguido. En Irak, tierra bíblica y con una iglesia que se remonta a los inicios del cristianismo, hay zonas donde ya no queda piedra sobre piedra, en la que ya no hay ni templos ni cristianos. Han sido asesinados, encarcelados o expulsados de sus tierras. En Mosul, ciudad que albergaba a decenas de miles de cristianos, no habrá Navidad.

    Celebración en los campos de refugiados

    Pero aunque pueda parecer lo contrario los terroristas del ISIS no han ganado puesto que los cristianos de Mosul sí celebrarán la Navidad. Ellos mismos serán como aquel pequeño bebé llamado Jesús, que nació en un pesebre, en un establo y que fue perseguido. Estos miles de cristianos no podrán estar en sus casas pero aún estando en barracones de los campos de refugiados o en los locales de las parroquias que los acogen encenderán sus velas y celebrarán que la vida triunfa sobre la muerte.
    La esperanza es la que les guía en una situación límite pero en la que también perciben pequeños rayos de luz. Y lo ven en pequeños gestos. En la provincia de Kirkuk este año ocurrirá un hecho insólito.El día 25 de diciembre ha sido declarado festivo por las autoridades en solidaridad con los miles de cristianos perseguidos por el Estado Islámico que han llegado en los últimos meses a su territorio.
    Además, organizaciones cristianas de todo el mundo se están volcando con ellos para estas fechas tan señaladas. La fundaciónAyuda a la Iglesia Necesitada ha emprendido una de las campañas más grandes de su historia. En ella destinarán todo el dinero que recauden de los donativos de personas de todo el mundo para conseguir que los cristianos iraquíes tengan unas fiestas dignas de tal, con comida, regalos para los niños, ropa de abrigo para el duro invierno iraquí así como módulos de alojamientos y escuelas.
    Pero no sólo en Irak se vive una situación extrema. En otros países de mayoría musulmana los cristianos viven estas fechas entre la alegría y el temor. Pakistán y Nigeria son sólo dos ejemplos de ello. Este año las autoridades reforzarán de manera notable la seguridad de las iglesias ante posibles atentados. El brutal ataque a la escuela paquistaní ha sido la confirmación de que los islamistas sólo quieren infligir el mayor daño posible. Aún sabiendo que los templos son objetivos prioritarios, las familias cristianas seguirán acudiendo a la Misa del Gallo y a la de Navidad. Todo ello a pesar de que aún tienen en sus retinas los brutales atentados de años anteriores con los que todo el mundo despertó el día de Navidad y que dejaron cientos de muertes. Al igual que en Irak la fe sigue venciendo al miedo.

    El viejo enemigo comunista

    No sólo en los países musulmanes los cristianos tendrán una Navidad diferente. En los estados bajo regímenes comunistas el gran ojo del Estado siempre está al acecho para controlar, prohibir y detener. En Corea del Norte incluso no tendrán ni opción de celebrar esta fiesta pues no se sabe si ya queda algún cristiano tras décadas de férrea dictadura estalinista. Y si alguno quedara aún podrá mirar a la frontera donde las autoridades de Corea del Sur han colocado como ya es tradicional un enorme árbol de Navidad, numerosas luces y altavoces con cantos navideños que conmemoran estas fechas frente a la oscuridad del odio irracional del comunismo.
    También en China los cristianos vivirán una Navidad diferente. Pese a la aparente apertura del régimen comunista sigue habiendo dos iglesias y gran persecución. La Iglesia clandestina fiel a Roma y la oficial controlada por el Partido Comunista. Lo mismo ocurre con los protestantes que no aceptan servir a la dictadura. Sus celebraciones serán por tanto objeto de búsqueda y eliminación al igual que pasaba hace siglos en las catacumbas.






Lea la carta íntegra del Papa a los cristianos perseguidos en Oriente Medio
  • Asegura que el diálogo interreligioso es el mejor antídoto contra la tentación del fundamentalismo.

Queridos hermanos y hermanas
¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios! (2 Co 1,3-4).
Fueron estas palabras del apóstol Pablo las que se me vinieron a la mente cuando pensaba dirigirme a vosotros, hermanos cristianos de Oriente Medio. Lo hago a las puertas de la Navidad, a sabiendas de que para muchos de vosotros las notas de los villancicos estarán mezcladas con lágrimas y suspiros. Sin embargo, el nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne humana es un misterio inefable de consolación: Pues se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres (Tt 2,11).
Por desgracia, nunca han faltado tribulación ni aflicción en Oriente Medio tanto en el pasado como recientemente. En los últimos meses se han agravado debido a los conflictos que afligen a la Región, pero especialmente por la actividad de una reciente y preocupante organización terrorista, de unas dimensiones nunca antes vistas, que comete todo tipo de abusos y prácticas inhumanas, golpeando especialmente a aquellos de vosotros que han sido brutalmente expulsados de sus tierras, en las que los cristianos están presentes desde la época apostólica.
Al dirigirme a vosotros, no puedo olvidarme de otros grupos religiosos y étnicos que sufren también la persecución y las consecuencias de estos conflictos. Sigo cada día las noticias del inmenso sufrimiento de tantas personas en Oriente Medio. Pienso especialmente en los niños, las madres, los ancianos, los desplazados y refugiados, los que pasan hambre, los que tienen que soportar la dureza del invierno sin un techo bajo el que protegerse. Este sufrimiento clama a Dios y apela al compromiso de todos nosotros, con la oración y todo tipo de iniciativas. Deseo hacer llegar a todos mi cercanía y solidaridad, así como la de la Iglesia, y dar una palabra de consuelo y esperanza.
Queridos hermanos y hermanas, que con valentía dais testimonio de Jesús en vuestra tierra bendecida por el Señor, nuestro consuelo y nuestra esperanza es Cristo. Por tanto, os animo a permanecer unidos a Él, como los sarmientos a la vid, seguros de que ni la tribulación, la angustia o la persecución podrán separarnos de Él (cf. Rm 8,35). Que la prueba que estáis atravesando fortalezca vuestra fe y fidelidad.
Rezo para que viváis la comunión fraterna a ejemplo de la primera comunidad de Jerusalén. La unidad querida por nuestro Señor es más necesaria que nunca en estos tiempos difíciles; es un don de Dios que interpela a nuestra libertad y espera nuestra respuesta. Que la Palabra de Dios, los sacramentos, la oración y la fraternidad, alimenten y renueven continuamente vuestras comunidades.
La situación en que vivís es una fuerte llamada a la santidad de vida, como así lo han atestiguado los santos y mártires de diversa pertenencia eclesial. Recuerdo con afecto y veneración a los Pastores y fieles a los que en los últimos tiempos se les ha pedido el sacrificio de la vida, a menudo por el mero hecho de ser cristianos. También pienso en las personas secuestradas, entre las cuales se encuentran algunos Obispos ortodoxos y sacerdotes de diversos ritos. ¡Ojalá puedan volver pronto sanos y salvos a sus casas y comunidades! Le pido a Dios que tanto sufrimiento unido a la cruz del Señor dé frutos abundantes para la Iglesia y los pueblos de Oriente Medio.
En medio de las enemistades y los conflictos, la comunión vivida entre vosotros, con fraternidad y sencillez, es un signo del Reino de Dios. Me alegro de las buenas relaciones y la cooperación entre los Patriarcas de las Iglesias orientales católicas y los Ortodoxos, así como entre los fieles de las diversas Iglesias. El sufrimiento que padecen los cristianos constituye una aportación inestimable a la causa de la unidad. Se trata del ecumenismo de la sangre, que requiere abandonarse confiadamente a la acción del Espíritu Santo.
¡Que podáis dar siempre testimonio de Jesús en medio de las dificultades! Vuestra presencia es valiosa para Oriente Medio. Sois un pequeño rebaño, pero con una gran responsabilidad en la tierra en que nació y se extendió el cristianismo. Sois como la levadura en la masa. Antes que cualquiera de las actividades de la Iglesia en el ámbito de educativo, sanitario o asistencial, tan valoradas por todos, la mayor riqueza para la región son los cristianos, sois vosotros. Gracias por vuestra perseverancia.
Vuestros intentos por colaborar con personas de otras religiones, con judíos y musulmanes, es otro signo del Reino de Dios. El diálogo interreligioso es tanto más necesario cuanto más difícil es la situación. No hay otro camino. El diálogo basado en una actitud de apertura, en la verdad y el amor, es también el mejor antídoto contra la tentación del fundamentalismo religioso, que es una amenaza para los creyentes de todas las religiones. El diálogo es a la vez un servicio a la justicia y una condición necesaria para la tan deseada paz.
La mayor parte de vosotros vive en un ambiente de mayoría musulmana. Podéis ayudar a vuestros conciudadanos musulmanes a presentar con discernimiento una imagen más auténtica del Islam, como quieren muchos de ellos, que repiten que el Islam es una religión de paz, que se puede armonizar con el respeto de los derechos humanos y favorecer la convivencia de todos. Será algo bueno para ellos y para toda la sociedad. La dramática situación que viven nuestros hermanos cristianos en Irak, y también los Yazidíes y los miembros de otras comunidades religiosas y étnicas, exige por parte de todos los líderes religiosos una postura clara y valiente, para condenar unánimemente y sin rodeos esos crimines, y denunciar la práctica de invocar la religión para justificarlos.
Queridos hermanos, casi todos vosotros sois ciudadanos nativos de vuestros países y, por lo tanto, tenéis el deber y el derecho de participar plenamente en la vida y crecimiento de vuestra nación. En la Región estáis llamados a ser constructores de paz, de reconciliación y desarrollo, a promover el diálogo, construir puentes, según el espíritu de las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12), a proclamar el evangelio de la paz, dispuestos a colaborar con todas las autoridades nacionales e internacionales.
Deseo expresar mi especial reconocimiento y gratitud a todos vosotros, queridos hermanos Patriarcas, Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, que acompañáis con solicitud el camino de vuestras comunidades. ¡Qué preciosa es la presencia y actividad de los que se han consagrado totalmente al Señor y lo sirven en los hermanos, especialmente en los más necesitados, testimoniando su grandeza y su amor infinito! ¡Qué importante es la presencia de los Pastores junto a su rebaño, especialmente en los momentos de dificultad!
A vosotros, jóvenes, os mando un abrazo paternal. Rezo por vuestra fe, por vuestro crecimiento humano y cristiano, y para que vuestros mejores proyectos se cumplan. Y os repito: «No tengáis miedo ni vergüenza de ser cristianos. La relación con Jesús os hará disponibles para colaborar sin reservas con vuestros conciudadanos, con independencia de su afiliación religiosa» (Exh. ap. Ecclesia in Medio Oriente, 63).
A vosotros, ancianos, os hago llegar mis sentimientos de aprecio. Sois la memoria de vuestros pueblos; espero que esta memoria sea semilla de crecimiento para las nuevas generaciones.
Me gustaría alentar a aquellos de vosotros que trabajan en las áreas tan importantes de la caridad y de la educación. Admiro el trabajo que estáis haciendo, especialmente a través de Cáritas y con la ayuda de otras organizaciones caritativas católicas de diferentes países, ayudando a todos sin distinción. A través del testimonio de la caridad, ofrecéis el apoyo más valioso a la vida social y también contribuís a la paz, de la que la Región está tan hambrienta como de pan. Pero también en el ámbito de la educación está en juego el futuro de la sociedad. Qué importante es la educación en la cultura del encuentro, del respeto de la dignidad de la persona y del valor absoluto de todo ser humano.
Queridos hermanos, aunque pocos en número, sois protagonistas de la vida de la Iglesia y de los países en los que vivís. Toda la Iglesia está con vosotros y os apoya, con gran afecto y estima por vuestras comunidades y vuestra misión. Vamos a seguir ayudándoos con la oración y otros medios disponibles.
Al mismo tiempo, sigo instando a la Comunidad internacional para que venga en ayuda de vuestras necesidades y de las otras minorías que sufren; en primer lugar, promoviendo la paz a través de la negociación y la actividad diplomática, tratando de atajar y detener cuanto antes la violencia que ya ha causado demasiado daño. Reitero la más firme condena del tráfico de armas. Necesitamos en cambio proyectos e iniciativas de paz, para promover una solución global a los problemas de la Región. ¿Hasta cuándo tendrá que seguir sufriendo Oriente Medio por la falta de paz? No podemos resignarnos a los conflictos como si no fuera posible un cambio. En sintonía con mi peregrinación a Tierra Santa y el posterior encuentro de oración en el Vaticano con los Presidentes israelita y palestino, os invito a seguir orando por la paz en Oriente Medio. Que quien se vio obligado a abandonar sus tierras, pueda regresar y vivir con dignidad y seguridad. Que la asistencia humanitaria se incremente, siempre buscando el bien de la persona y de cada país, respetando su propia identidad, sin anteponer otros intereses. Que toda la Iglesia y la Comunidad internacional sean cada vez más conscientes de la importancia de vuestra presencia en la Región.
Queridos hermanas y hermanos cristianos de Oriente Medio, tenéis una gran responsabilidad y no estáis solos frente a ella. Por eso he querido escribiros para animaros y para deciros lo valiosa que es vuestra presencia y vuestra misión en esta tierra bendecida por el Señor. Vuestro testimonio me hace mucho bien. Gracias. Todos los días rezo por vosotros y vuestras intenciones. Os doy las gracias porque sé que vosotros, en vuestros sufrimientos, rezáis por mí y por mi servicio a la Iglesia. Realmente espero tener la gracia de ir en persona a visitaros y confortaros. Que la Virgen María, la Santísima Madre de Dios y Madre nuestra, os acompañe y proteja siempre con su ternura. A todos vosotros y a vuestras familias imparto la Bendición Apostólica con el deseo de que viváis la Santa Navidad en el amor y la paz de Cristo Salvador.

viernes, 26 de diciembre de 2014

NACIMIENTO DE JESÚS - MARÍA VALTORTA

El viaje a Belén

(Escrito el 5 de junio de 1944 - Maria Valtorta)



Veo un camino principal. Viene por él mucha gente. Borriquillos cargados de utensilios y de personas. Borriquillos que regresan. La gente los espolea. Quien va a pie, va aprisa porque hace frío.
El aire es limpio y seco. El cielo está sereno, pero tiene ese frío cortante de los días invernales. La campiña sin hojas parece más extensa, y los pastizales apenas si tienen hierba un poco crecida, quemada con los vientos invernales; en los pastizales las ovejas buscan algo de comer y buscan el sol que poco a poco se levanta; se estrechan una a la otra, porque también ellas tienen frío y balan levantando su trompa hacia el sol como si le dijesen: “ Baja pronto, ¡que hace frío! “. El terreno tiene ondulaciones que cada vez son más claras. Es en realidad un terreno de colinas. Hay concavidades con hierba lo mismo que valles pequeños. El camino pasa por en medio de ellos y se dirige hacia el sureste.
María viene montada en un borriquillo gris. Envuelta en un manto pesado. Delante de la silla está el arnés que llevó en el viaje a Hebrón, y sobre el cofre van las cosas necesarias. José camina a su lado, llevando la rienda. ¿Estás cansada?: le pregunta de cuando en cuando.
María lo mira. Le sonríe. Le contesta: « No. » A la tercera vez añade: « Más bien tu debes sentirte cansado con el camino que hemos hecho. »
« ¡Oh, yo ni por nada! Creo que si hubiese encontrado otro asno, podrías venir más cómoda y caminaríamos más pronto. Pero no lo encontré. Todos necesitan en estos días de una cabalgadura. Lo siento. Pronto llegaremos a Belén. Más allá de aquel monte está Efrata. »
Ambos guardan silencio. La Virgen, cuando no habla, parece como si se recogiese en plegaria. Dulcemente se sonríe con un pensamiento que entreteje en sí misma. Si mira a la gente, parece como si no viera lo que hay: hombres, mujeres, ancianos, pastores ricos, pobres, sino lo que Ella sola ve.
« ¿ Tienes frío? » pregunta José, porque sopla el aire. « No. Gracias. »
Pero José no se fía. Le toca los pies que cuelgan al lado del borriquillo, calzados con sandalias y que apenas si se dejan ver a través del largo vestido. Debe haberlos sentido fríos, porque sacude su cabeza y se quita una especie de capa pequeña, y la pone en las rodillas de María, la extiende sobre sus muslos, de modo que sus manitas estén bien calientes bajo ella y bajo el manto.
Encuentran a un pastor que atraviesa con su ganado de un lado a otro. José se le acerca y le dice algo. El pastor dice que sí, José toma el borriquillo y lo lleva detrás del ganado que está paciendo. El pastor toma una rústica taza de su alforja y ordeña una robusta oveja. Entrega a José la taza que la da a María.
« Dios os bendiga» dice María. « A ti por tu amor, y a ti por tu bondad. Rogaré por ti. »
« ¿ Venís de lejos? »
« De Nazaret» responde José.
« ¿Y vais?»
« A Belén. »
El camino es largo para la mujer en este estado. ¿Es tu mujer? »
« Sí. »
«¿ Tenéis a donde ir? »
« No. »
« ¡Va mal todo! Belén está llena de gente que ha llegado de todas partes para empadronarse o para ir a otras partes. No sé si encontréis alojo. ¿Conoces bien el lugar? »
« No muy bien. »
« Bueno.. . te voy a enseñar… porque se trata de Ella (y señala a María). Buscad el alojo. Estará lleno. Te lo digo para darte una idea. Está en una plaza. Es la más grande. Se llega a ella por este camino principal. No podéis equivocaros. Delante de ella hay una fuente. El albergue es grande y bajo con un gran portal. Estará lleno. Pero si no podéis alojaros en él o en alguna casa, dad vuelta por detrás del albergue, como yendo a la campiña. Hay apriscos en el monte. Algunas veces los mercaderes que van a Jerusalén los emplean como albergue. Hay apriscos en el monte, no lo olvidéis: húmedos, fríos y sin puerta, pero siempre son un refugio, porque la mujer… no puede quedarse en la mitad del camino. Tal vez allí encontréis un lugar… y también heno para dormir y para el asno. Que Dios os acompañe. »
« Y a ti te dé su alegría» responde la Virgen. José por su parte dice: « La paz sea contigo. »
Vuelve a continuar su camino. Una concavidad más extensa se deja ver desde la cresta a la que han llegado. En la concavidad, arribo y abajo, a lo largo de las suaves pendientes que la rodean, se ven casas y casas. Es Belén.
« Hemos llegado a la tierra de David, María. Ahora vas a descansar. Me parece que estás muy cansada… »
« No. Pensaba yo… estoy pensando… » María aprieta la mano de José y le dice con una sonrisa de bienaventurada: « Estoy pensando que el momento ha llegado. »
« ¡ Que Dios nos socorra! ¿ Qué vamos a hacer? »
« No temas, José. Ten constancia. ¿ Ves qué tranquila estoy yo? »
« Pero sufres mucho. »
« ¡ Oh no! ». Me encuentro llena de alegría. Una alegría tal, tan fuerte, tan grande, incontenible, que mi corazón palpita muy fuerte y me dice: ” i Va a nacer! ¡ Va a nacer! ” Lo dice a cada palpitar. Es mi Hijo que toca a mi corazón y que dice: “Mamá: ya vine. Vengo a darte un beso de parte de Dios. ¡Oh, qué alegría, José mío! »
Pero José no participa de la misma alegría. Piensa en lo urgente que es encontrar un refugio, y apresura el paso. Puerta tras puerta pide alojo. Nada. Todo está ocupado. Llegan al albergue. Está lleno hasta en los portales, que rodean el patio interior.
José deja a María que sigue sentada sobre el borriquillo en el patio y sale en busca de algunas otras casas. Regresa desconsolado. No hay ningún alojo. El crepúsculo invernal pronto se echa encima y empieza a extender sus velos. José suplica al dueño del albergue. Suplica a viajeros. Ellos son varones y están sanos. Se trata ahora de una mujer próxima a dar a luz. Que tengan piedad. Nada. Hay un rico fariseo que los mira con manifiesto desprecio, y cuando María se acerca, se separa de ella como si se hubiera acercado una leprosa. José lo mira y la indignación le cruza por la cara. María pone su mano sobre la muñeca de José para calmarlo. Le dice: « No insistas. Vámonos. Dios proveerá. »
Salen. Siguen por los muros del albergue. Dan vuelta por una callejuela metida entre ellos y casuchas. Le dan vuelta. Buscan. Allí hay algo como cuevas, bodegas, más bien que apriscos, porque son bajas y húmedas. Las mejores están ya ocupadas. José se siente descorazonado.
« Oye, galileo » le grita por detrás un viejo. « Allá en el fondo, bajo aquellas ruinas, hay una cueva. Tal vez no haya nadie. »
Se apresuran a ir a esa cueva. Y que si es una madriguera. Entre los escombros que se ven hay un agujero, más allá del cual se ve una cueva, una madriguera excavada en el monte, más bien que gruta. Parece que sean los antiguos fundamentos de una vieja construcción, a la que sirven de techo los escombros caídos sobre troncos de árboles.
Como hay muy poca luz y para ver mejor, José saca la yesca y prende una candileja que toma de la alforja que trae sobre la espalda. Entra y un mugido lo saluda. « Ven, María. Está vacía. No hay sino un buey. » José sonríe. « Mejor que nada … »
María baja del borriquillo y entra.
José puso ya la candileja en un clavo que hay sobre un tronco que hace de pilar. Se ve que todo está lleno de telarañas. El suelo, que está batido, revuelto, con hoyos, guijarros, desperdicios, excrementos, tiene paja. En el fondo, un buey se vuelve y mira con sus quietos ojos. Le cuelga hierba del hocico. Hay un rústico asiento y dos piedras en un rincón cerca de una hendidura. Lo negro del rincón dice que allí suele hacerse fuego.
María se acerca al buey. Tiene frío. Le pone las manos sobre su pescuezo para sentir lo tibio de él. El buey muge, pero no hace más, parece como si comprendiera. Lo mismo cuando José lo empuja para tomar mucho heno del pesebre y hacer un lecho para María – el pesebre es doble, esto es, donde come el buey, y arriba una especie de estante con heno de repuesto, y de este toma José – no se opone. Hace lugar aun al borriquillo que cansado y hambriento, se pone al punto a comer. José voltea también un cubo con abolladuras. Sale, porque afuera vio un riachuelo, y vuelve con agua para el borriquillo. Toma un manojo de varas secas que hay en un rincón y se pone a limpiar un poco el suelo. Luego desparrama el heno. Hace una especie de lecho, cerca del buey, en el rincón más seco y más defendido del viento. Pero siente que está húmedo el heno y suspira. Prende fuego, y con una paciencia de trapista, seca poco a poco el heno junto al fuego.
María sentada en el banco, cansada, mira y sonríe. Todo está ya pronto. María se acomoda lo mejor que puede sobre el muelle de heno, con las espaldas apoyadas contra un tronco. José adorna todo aquel… ajuar, pone su manto como una cortina en la entrada que hace de puerta, Una defensa muy pobre. Luego da a la Virgen pan y queso, y le da a beber agua de una cantimplora. « Duerme ahora» le dice. « Yo velaré para que el fuego no se apague. Afortunadamente hay leña. Esperamos que dure y que arda. Así podemos ahorrar el aceite de la lámpara. »
María obediente se acuesta. José la cubre con el manto de ella, y con la capa que tenía antes en los pies.
« Pero tu vas a tener frío… »
« No, María. Estoy cerca del fuego. Trata de descansar. Mañana será mejor. »
María cierra los ojos. No insiste. José se va a su rincón. Se sienta sobre una piedra, con pedazos de leña cerca. Pocos, que no durarán mucho por lo que veo.
Están del siguiente modo: María a la derecha con las espaldas a la… puerta, semi-escondida por el tronco y por el cuerpo del buey que se ha echado en tierra. José a la izquierda y hacia la puera, por lo tanto, diagonalmente, y así su cara da al fuego, con las espaldas a María. Pero de vez en vez se voltea a mirarla y la ve tranquila, como si durmiese. Despacio rompe las varas y las echa una por una en la hoguera pequeña para que no se apague, para que dé luz, y para que la leña dure. No hay más que el brillo del luego que ahora se reaviva, ahora casi está por apagarse. Como está apagada la lámpara de aceite, en la penumbra resaltan sólo la figura del buey, la cara y manos de José. Todo lo demás es un montón que se confunde en la gruesa penumbra.

Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo

(Escrito el 6 de junio de 1944 - María Valtorta)


Veo el interior de este pobre albergue rocoso que María y José comparten con los animales. La pequeña hoguera está a punto de apagarse, como quien la vigila a punto de quedarse dormido. María levanta su cabeza de la especie de lecho y mira. Ve que José tiene la cabeza inclinada sobre el pecho como si estuviese pensando, y está segura que el cansancio ha vencido su deseo de estar despierto. ¡Qué hermosa sonrisa le aflora por los labios! Haciendo menos ruido que haría una mariposa al posarse sobre una rosa, se sienta, y luego se arrodilla. Ora. Es una sonrisa de bienaventurada la que llena su rostro. Ora con los brazos abiertos no en forma de cruz, sino con las palmas hacia arriba y hacia adelante, y parece como si no se cansase con esta posición. Luego se postra contra el heno orando más intensamente. Una larga plegaria.
José se despierta. Ve que el fuego casi se ha apagado y que el lugar está casi oscuro. Echa unas cuantas varas. La llama prende. Le echa unas cuantas ramas gruesas, y luego otras más, porque el frío debe ser agudo. Un frío nocturno invernal que penetra por todas las partes de estas ruinas. El pobre José, como está junto a la puerta – llamemos así a la entrada sobre la que su manto hace las veces de puerta – debe estar congelado. Acerca sus manos al fuego. Se quita las sandalias y acerca los pies al fuego. Cuando ve que éste va bien y que alumbra lo suficiente, se da media vuelta. No ve nada, ni siquiera lo blanco del velo de María que formaba antes una línea clara en el heno oscuro. Se pone de pie y despacio se acerca a donde está María.
« ¿ No te has dormido? » le pregunta. Y por tres veces lo hace, hasta que Ella se estremece, y responde: « Estoy orando. »
« ¿ Te hace falta algo? »
« Nada, José. »
« Trata de dormir un poco. Al menos de descansar. »
« Lo haré. Pero el orar no me cansa. »
« Buenas noches, María. »
« Buenas noches, José».
María vuelve a su antigua posición. José, para no dejarse vencer otra vez del sueño, se pone de rodillas cerca del fuego y ora. Ora con las manos juntas sobre la cara. Las mueve algunas veces para echar más leña al fuego y luego vuelve a su ferviente plegaria. Fuera del rumor de la leña que chisporrotea, y del que produce el borriquillo que algunas veces golpea su pesuña contra el suelo, otra cosa no se oye.
Un rayo de luna se cuela por entre una grieta del techo y parece como hilo plateado que buscase a María. Se alarga, conforme la luna se alza en lo alto del cielo, y finalmente la alcanza. Ahora está sobre su cabeza que ora. La nimba de su candor.
María levanta su cabeza como si de lo alto alguien la llamase, nuevamente se pone de rodillas. ¡Oh, qué bello es aquí! Levanta su cabeza que parece brillar con la luz blanca de la luna, y una sonrisa sobrehumana transforma su rostro. ¿Qué cosa está viendo? ¿Qué oyendo? ¿Qué cosa experimenta? Sólo Ella puede decir lo que vio, sintió y experimentó en la hora dichosa de su Maternidad. Yo sólo veo que a su alrededor la luz aumenta, aumenta, aumenta. Parece como si bajara del cielo, parece como si manara de las pobres cosas que están a su alrededor, sobre todo parece como si de Ella procediese.
Su vestido azul oscuro, ahora parece estar teñido de un suave color de miosotis, sus manos y su rostro parecen tomar el azulino de un zafiro intensamente pálido puesto al fuego. Este color, que me recuerda, aunque muy tenue, el que veo en las visiones del santo paraíso, y el que vi en la visión de cuando vinieron los Magos, se difunde cada vez más sobre todas las cosas, las viste, purifica, las hace brillantes.
La luz emana cada vez con más fuerza del cuerpo de María; absorbe la de la luna, parece como que Ella atrajese hacia sí la que le pudiese venir de lo alto. Ya es la Depositaria de la Luz. La que será la Luz del mundo. Y esta beatífica, incalculable, inconmensurable, eterna, divina Luz que está para darse, se anuncia con un alba, una alborada, un coro de átomos de luz que aumentan, aumentan cual marea, que suben, que suben cual incienso, que bajan como una avenida, que se esparcen cual un velo…
La bóveda, llena de agujeros, telarañas, escombros que por milagro se balancean en el aire y no se caen; la bóveda negra, llena de humo, apestosa, parece la bóveda de una sala real. Cualquier piedra es un macizo de plata, cualquier agujero un brillar de ópalos, cualquier telaraña un preciosismo baldaquín tejido de plata y diamantes. Una lagartija que está entre dos piedras, parece un collar de esmeraldas que alguna reina dejara allí; y unos murciélagos que descansan parecen una hoguera preciosa de ónix. El heno que sale de la parte superior del pesebre, no es más hierba, es hilo de plata y plata pura que se balancea en el aire cual se mece una cabellera suelta.
El pesebre es, en su madera negra, un bloque de plata bruñida. Las paredes están cubiertas con un brocado en que el candor de la seda desaparece ante el recamo de perlas en relieve; y el suelo… ¿ qué es ahora? Un cristal encendido con luz blanca; los salientes parecen rosas de luz tiradas como homenaje a él; y los hoyos, copas preciosas de las que broten aromas y perfumes.
La luz crece cada vez más. Es irresistible a los ojos. En medio de ella desaparece, como absorbida por un velo de incandescencia, la Virgen… y de ella emerge la Madre.
Sí. Cuando soy capaz de ver nuevamente la luz, veo a María con su Hijo recién nacido entre los brazos. Un Pequeñín, de color rosado y gordito, que gesticula y mueve Sus manitas gorditas como capullo de rosa, y Sus piecitos que podrían estar en la corola de una rosa; que llora con una vocecita trémula, como la de un corderito que acaba de nacer, abriendo Su boquita que parece una fresa selvática y que enseña una lengûita que se mueve contra el paladar rosado; que mueve Su cabecita tan rubia que parece como si no tuviese ni un cabello, una cabecita redonda que la Mamá sostiene en la palma de su mano, mientras mira a su Hijito, y lo adora ya sonriendo, ya llorando; se inclina a besarlo no sobre Su cabecita, sino sobre Su pecho, donde palpita Su corazoncito, que palpita por nosotros… allí donde un día recibirá la lanzada. Se la cura de antemano Su Mamita con un beso inmaculado.
El buey, que se ha despertado al ver la claridad, se levanta dando fuertes patadas sobre el suelo y muge. El borrico vuelve su cabeza y rebuzna. Es la luz la que lo despierta, pero yo me imagino que quisieron saludar a su Creador, creador de ellos, creador de todos los animales.
José que oraba tan profundamente que apenas si caía en la cuenta de lo que le rodeaba, se estremece, y por entre sus dedos que tiene ante la cara, ve que se filtra una luz. Se quita las manos de la cara, levanta la cabeza, se voltea. El buey que está parado no deja ver a María. Ella grita: « José, ven. »
José corre. Y cuando ve, se detiene, presa de reverencia, y está para caer de rodillas donde se encuentra, si no es que María insiste: « Ven, José», se sostiene con la mano izquierda sobre el heno, mientras que con la derecha aprieta contra su corazón al Pequeñín. Se levanta y va a José que camina temeroso, entre el deseo de ir y el temor de ser irreverente.
A los pies de la cama de paja ambos esposos se encuentran y se miran con lágrimas llenas de felicidad.
« Ven, ofrezcamos a Jesús al Padre» dice María.
Y mientras José se arrodilla, Ella de pie entre dos troncos que sostienen la bóveda, levanta a su Hijo entre los brazos y dice: « Heme aquí. En Su Nombre, ¡ oh Dios! te digo esto. Heme aquí para hacer Tu Voluntad. Y con El, yo, María y José, mi esposo. Aquí están Tus siervos, Señor. Que siempre hagamos a cada momento, en cualquier cosa, Tu Voluntad, para gloria Tuya y por amor Tuyo. » Luego María se inclina y dice: « Tómalo, José» y ofrece al Pequeñín.
« ¿ Yo? ¿ Me toca a mí? ¡ Oh, no! ¡ No soy digno! » José está terriblemente despavorido, aniquilado ante la idea de tocar a Dios.
Pero María sonriente insiste: « Eres digno de ello. Nadie más que tú, y por eso el Altísimo te escogió. Tómalo, José y tenlo mientras voy a buscar los pañales. »
José, rojo como la púrpura, extiende sus brazos, toma ese montoncito de carne que chilla de frío y cuando lo tiene entre sus brazos no siente más el deseo de tenerlo separado de sí por respeto, se lo estrecha contra el corazón diciendo en medio de un estallido de lágrimas: « ¡ Oh, Señor, Dios mío! » y se inclina a besar los piececitos y los siente fríos. Se sienta, lo pone sobre sus rodillas y con su vestido café, con sus manos procura cubrirlo, calentarlo, defenderlo del viento helado de la noche. Quisiera ir al fuego, pero allí la corriente de aire que entra es peor. Es mejor quedarse aquí. No. Mejor ir entre los dos animales que defienden del aire y que despiden calor. Y se va entre el buey y el asno y se está con las espaldas contra la entrada, inclinado sobre el Recién nacido para hacer de su pecho una hornacina cuyas paredes laterales son una cabeza gris de largas orejas, un grande hocico blanco cuya nariz despide vapor y cuyos ojos miran bonachonamente.
María abrió ya el cofre, y sacó ya lienzos y fajas. Ha ido a la hoguera a calentarlos. Viene a donde está José, envuelve al Niño en lienzos tibios y luego en su velo para proteger Su cabecita. «¿ Dónde lo pondremos ahora?» pregunta.
José mira a su alrededor. Piensa… « Espera » dice. « Vamos a echar más acá a los dos animales y su paja. Tomaremos más de aquella que está allí arriba, y la ponemos aquí dentro. Las tablas del pesebre lo protegerán del aire; el heno le servirá de almohada y el buey con su aliento lo calentará un poco. Mejor el buey. Es más paciente y quieto. » Y se pone hacer lo dicho, entre tanto María arrulla a su Pequeñín apretándoselo contra su corazón, y poniendo sus mejillas sobre la cabecita para darle calor. José vuelve a atizar la hoguera, sin darse descanso, para que se levante una buena llama. Seca el heno y según lo va sintiendo un poco caliente lo mete dentro para que no se enfríe. Cuando tiene suficiente, va al pesebre y lo coloca de modo que sirva para hacer una cunita. « Ya está » dice. « Ahora se necesita una manta, porque el heno espina y para cubrirlo completamente … »
« Toma mi manto » dice María.
« Tendrás frío. »
« ¡ Oh, no importa! La capa es muy tosca; el manto es delicado y caliente. No tengo frío para nada. Con tal de que no sufra Él. »
José toma el ancho manto de delicada lana de color azul oscuro, y lo pone doblado sobre el heno, con una punta que pende fuera del pesebre. El primer lecho del Salvador está ya preparado.
María, con su dulce caminar, lo trae, lo coloca, lo cubre con la extremidad del manto; le envuelve la cabecita desnuda que sobresale del heno y la que protege muy flojamente su velo sutil. Tan solo su rostro pequeñito queda descubierto, gordito como el puño de un hombre, y los dos, inclinados sobre el pesebre, bienaventurados, lo ven dormir su primer sueño, porque el calor de los pañales y del heno han calmado Su llanto y han hecho dormir al dulce Jesús.

Yo, María, redimí a la mujer con mi Maternidad divina

(Escrito el mismo día - María Valtorta)


Dice María:
Yo, María, redimí a la mujer con mi Maternidad divina. Pero no fue sino el principio de su redención. Al haberme negado a casarme por el voto de virginidad, había rechazado cualquier satisfacción de concupiscencia y así merecí la gracia de Dios. Pero no era suficiente. Porque el pecado de Eva era un árbol de cuatro ramas: soberbia, avaricia, glotonería, lujuria. Y las cuatro tenían que cortarse antes de que el árbol fuera hecho estéril en sus raíces.
Humillándome hasta lo profundo, vencí la soberbia. Me humillé delante de todos. No me refiero a mi humildad para con Dios, que toda criatura debe tributarle. Su Verbo la tuvo. También yo, mujer, tenía que tenerla. ¿ Pero has pensado qué humillación debí sufrir, y sin defenderme en modo alguno de parte de los hombres?
Aun José, que era un hombre justo, me había acusado en su corazón. Los demás, que no lo eran, habían pecado de murmuración contra mi estado, y el rumor de sus palabras había llegado cual amarga aura a romperse contra mi persona humana. Y fue el principio de las innumerables humillaciones que mi vida de Madre de Jesús y del linaje humano me proporcionaron. Humillaciones de pobreza, humillaciones de perseguida, humillaciones por los reproches de parientes y amigos que, ignorando la verdad, tomaban como débil mi modo de ser madre para con mi Jesús que se había convertido en un jovenzuelo, humillaciones en los tres años de su ministerio, humillaciones crueles en la hora del Calvario, humillaciones hasta reconocer que no tenía con qué comprar un lugar para sepultar a mi Hijo, ni aromas para envolver su cuerpo.
Vencí la avaricia de los Primeros Padres renunciando anticipadamente a mi Hijo.
Una madre jamás renuncia, a no ser que se vea forzada, a su hijo. Pídasele a su corazón la patria, el amor de esposa, o de Dios mismo, ella se opondrá a tal separación. Es natural. El hijo crece en el seno, y jamás se corta completamente el lazo que une su persona con la nuestra. Aun cuando se corta el ombligo, siempre queda un nervio que parte del corazón de la madre, un nervio espiritual más vivo, más sensible que un nervio físico, que se injerta en el corazón del hijo. Se siente extenderse hasta una aflicción sin nombre, si el amor de Dios o de una criatura, o las necesidades de la patria, alejan al hijo de la madre. Se despedaza hiriendo el corazón, si la muerte arranca a una madre su hijo.
Desde el momento que tuve a mi Hijo renuncié a Él. Lo di a Dios. Lo di a vosotros. Yo me despojé del fruto de mi vientre para reparar el fruto que Eva robó a Dios.
Vencí la glotonería del saber y del gozar, aceptando saber sólo lo que Dios quería que yo supiese, sin preguntarme a mi o a El más de lo que me fuese dicho. Creí sin hacer preguntas.
Vencí la glotonería del placer porque me negué a cualquier experiencia de los sentidos. Mi carne la puse bajo mis pies. La carne, instrumento de Satanás, la puse con Satanás junta bajo mi calcañal para hacer de ella un escabel desde el cual subiese al cielo. El cielo: mi meta. Donde está Dios. Era mi única hambre, hambre que no es gula, sino necesidad que Él bendice y que quiere que siempre lo deseemos.
Vencí la lujuria, que es glotonería llevada hasta la voracidad; pues cualquier vicio que no se refrena, conduce a otro peor. La glotonería de Eva, que era algo ya reprobable, la llevó a la lujuria. No le bastó haberse proporcionado a sí misma una satisfacción. Quiso llevar su crimen a una intensidad refinada y conoció y enseñó a su compañero la lujuria. Yo tergiversé los términos y en vez de descender, subí siempre. En lugar de hacer bajar, siempre he llamado a lo alto, y de mi compañero, que era un hombre justo, hice un ángel.
Ahora que tenia a Dios y con Él sus infinitas riquezas, me apresuré a despojarme de ellas, diciéndole: “Mira: se cumpla en Él y en mi Tu Voluntad”. Casto es el que tiene moderación no sólo en su cuerpo, sino también en sus afectos y pensamientos. Debía yo ser la Casta para borrar la mancha de la carne, del corazón, de la mente. No salí de mi discreción diciendo ni siquiera de mi Hijo – únicamente mío en la tierra como único de Dios en el Cielo – ” Esto es mío y lo quiero “.
Y sin embargo no era suficiente para obtener a la mujer la paz que Eva perdió, la obtuve al pie de la Cruz, cuando vi morir al que acabas de ver nacer. Cuando sentí desgarrarse mis entrañas al grito de mi Hijo que moría, me sentí vacía de todo feminismo: no más carne, sino ángel. María, la Virgen ante el Espíritu Santo, murió en ese momento. Quedó siendo la Madre de la gracia, la que con sus tormentos os la dio. La mujer que había vuelto yo a consagrar en la noche de Navidad, adquirió al pie de la Cruz los medios para convertirse en una criatura del Cielo.
Esto lo hice por vosotros, absteniéndome de toda satisfacción, aun la más santa. A vosotras mujeres a quienes Eva hizo compañeras no superiores a los animales, yo os he hecho, con tal de que lo queráis, las santas de Dios. Por vosotras subí. Os he hecho subir muy arriba como José. La roca del Calvario es mi monte de los Olivos. De allí subí llevando a los Cielos el alma nuevamente santificada de la mujer junto con mi cuerpo glorificado porque llevó al Verbo de Dios y que canceló en mi los últimos vestigios de Eva, la última raíz de aquel árbol de las cuatro ramas venenosas y de la raíz derrotada en los sentidos que había arrastrado al linaje decaído, y que hasta el fin de los siglos y hasta la última mujer, os morderá las entrañas. Os llamo desde ahora, desde donde resplandezco en medio de los rayos del Amor y os señalo la medicina con que os podáis venceros a vosotras mismas: la gracia de mi Señor y la Sangre de mi Hijo.

Adoración de los pastores

(Escrito el 7 de junio de 1944 - María Valtorta)



Veo una extensa campiña. La luna está en el zenit. En un cielo recamado de estrellas va bogando. Parecen otras tantas chapitas de diamantes clavadas en un inmenso baldaquín de color azul subido, y la luna se ríe en medio de ellas con su cara blanquísima de la que bajan ríos de luz que blanquean la tierra. Los árboles que no tienen follaje parecen más altos y negros; mientras que las paredes que hay acá y allá parecen como si fueran de leche; y una casita lejana parece un bloque de mármol de Carrara.
A mi derecha veo un lugar rodeado de una valla de espinos por dos lados y de una pared baja y áspera por los otros dos. Sobre esta pared descansa el techo de una clase de tinglado largo y bajo, que por dentro está construido parte de piedra, parte de madera, algo así como si en el verano se quitase, y el tinglado se cambiase en portal. De este lugar sale de cuando en cuando un balido de muchas ovejas. Estarán durmiendo o tal vez crean que el día ya está cerca por el claror de la luna tan intenso, tan fuerte y que aumenta como si se acercase a la tierra o resplandeciese por un misterioso incendio.
Un pastor se asoma a la puerta, y levantando un brazo a la altura de su frente para ver mejor, mira hacia arriba. Parece imposible que deba protegerse de la claridad de la luna, pero es tan fuerte que deslumbra, sobre todo a quien sale de un lugar cerrado y oscuro. Todo está en calma. Pero esa luz es rara. El pastor llama a sus compañeros. Salen a la puerta. Un grupo de hombres irsutos, de diversas edades. Hay algunos que son jovencillos y otros con canas. Entre si hablan del hecho extraño. Los más jóvenes tienen miedo, sobre todo uno, un niño de 12 años que se pone a llorar, atrayendo sobre si las burlas de los otros.
¿ De qué tienes miedo, tonto? le reprocha el de mayor edad. « ¿ No ves qué aire tan tranquilo? ¿ Nunca habías visto brillar la luna? ¿ Has estado siempre bajo las enaguas de tu mamá como un pollito bajo el ala de la gallina? ¡ Otras cosas verás! Una vez fui por los montes del Líbano, mucho más allá. Era joven entonces y no me costaba trabajo caminar. También era yo rico entonces… Una noche vi una luz tal que pensé que probablemente Elías volvía sobre su carro de fuego. El cielo parecía estar ardiendo. Un viejo – entonces el viejo era él – me dijo: “Gran desventura está por venir al mundo”. Y lo fue, porque llegaron los soldados romanos. ¡Oh, que verás cosas! … ¡ si vives! »
Pero el pastorcillo no lo escucha. Parece como si no tuviese ya miedo, porque sale del umbral, se desliza por detrás de un nervudo pastor, detrás del cual se había refugiado, y avanza a un lugar de hierba que está enfrente del tinglado. Mira en alto, camina como sonámbulo, como hipnotizado por algo que lo atrae. En un cierto punto lanza un «¡Oh!» y se queda como petrificado, con los brazos un poco abiertos. Los otros se miran estupefactos.
« ¿Pero qué le pasa a ese tonto?» pregunta uno.
Mañana lo devuelvo a su madre. No quiero tontos que guarden las ovejas » dice otro.
El viejo que poco antes había hablado, dice: « Vamos a ver antes de juzgar. Llamad a los otros que están durmiendo y tomad garrotes. No sea que vaya a ser una fiera o algunos malhechores. »
Entran, llaman a los otros, salen con antorchas y garrotes. Alcanzan al niño.
¡ Allá, allá! » murmura sonriente. « Más allá del árbol. Mirad esa luz que se acerca. Parece como si caminara sobre los rayos de la luna. Ved que se acerca. ¡Qué bella! »
« Yo veo tan solo una fuerte claridad. »
« Yo también. »
« También yo » dicen otros.
« No. Yo veo algo así como un cuerpo » dice uno y reconozco en él al pastor que dio la leche a María.
« ¡ Es un… es un ángel! … » grita el niño. « Mirad que baja… que se acerca … De rodillas todos ante el Angel de Dios! »
Un « ¡ oh! » largo y lleno de veneración se levanta del grupo de los pastores, que caen de cara hacia el suelo, y los de mayor edad parecen más abatidos. Los más jóvenes están de rodillas, miran al ángel que se acerca cada vez más y que se detiene, sacudiendo sus grandes alas, candor de perla en la claridad de la luna que lo rodea, encima de la pared del lugar.
« No tengáis miedo. No os traigo ninguna desventura. Os traigo el anuncio de una gran alegría para el pueblo de Israel y para todos los pueblos de la tierra. » La voz del ángel es armoniosa cual arpa en la que cantasen ruiseñores.
« Hoy en la ciudad de David, nació el Salvador. » Al decir esto, abre sus grandes alas, las mueve como muestras de alegría, y parece como si una lluvia de oro y piedras preciosas se desprendiesen de ellas. Un hermosísimo arco iris que forma un arco de triunfo en el pobre aprisco.
« El Salvador que es el Mesías. » El ángel brilla con una luz más extraordinaria. Sus dos alas, ahora firmes, extendidas de punta a punta hacia el cielo como dos velas inmóviles sobre el mar azul, parecen dos llamas que subiesen ardiendo.
« ¡ El Mesías, el Señor! » El ángel recoge sus dos resplandecientes alas, se pone como un manto de diamantes en su vestido de perlas, se inclina como si adorase, con los brazos sobre el pecho y su rostro que desaparece, pues lo tiene muy inclinado, entre la sombra de las puntas de las alas plegadas. No se ve sino una larga forma luminosa, inmóvil por el espacio de unos instantes.
Pero ved que se mueve. Abre nuevamente las alas, levanta su rostro en que la luz se une a una sonrisa hermosísima y dice: « Lo reconoceréis por estas señales: detrás de Belén, en un pobre establo encontraréis un niño envuelto en pañales, pues para el Mesías no hubo alojo en la ciudad de David. » El rostro del ángel se pone serio, como triste.
Pero de los cielos vienen muchos, ¡ oh! muchos, pero muchos ángeles semejantes a él, un ejército de ángeles que baja alborozándose y opacando la luna con su resplandor de paraíso. Se unen al ángel que había dado la noticia con un agitar de alas, con un exhalo de perfumes, con arpegio de notas en cuya comparación todas las voces más bellas de la tierra juntas, no serían más que un remedo. Si la pintura es el intento de la materia para ser luz, aquí la melodía es el esfuerzo de la música para bañar completamente a los hombres en la belleza de Dios, y oír esta melodía es conocer el paraíso donde todo es armonía de amor que de Dios mana para alegrar a los bienaventurados, y que de ellos va a El para decirle: « Te amamos. »
El ” Gloria ” angélico se desparrama en ondas siempre más largas por la quieta campiña, y con ella la luz. Los pajaritos unen su cántico que es un saludo a esta luz que ha salido antes, y las ovejas lanzan sus balidos por este sol anticipado. Pero yo me imagino, como en la gruta al hablar del buey y del asno, que los animales saludan a su Creador, que ha venido en medio de ellos para amarlos como Hombre, además de como Dios.
El canto disminuye y la luz también, entre tanto que los ángeles vuelven a subir al cielo… Los pastores vuelven en sí.
« ¿ Oíste? »
« ¿ Vamos a ver? »
« ¿ Y los animales? »
Nada les pasará. ¡Vamos y obedezcamos la palabra de Dios! …» « ¿Pero a dónde vamos? ». « Dijo que nació hoy! ¿Y que no encontró alojo en Belén? » Es el pastor que dio la leche, el que ahora habla. « Venid, yo sé. Vi a la mujer y me dio compasión. Enseñé un lugar para Ella, porque pensé que no encontraría alojo, y al hombre le di leche para Ella. Es muy joven y hermosa. Debe ser buena como el ángel que nos habló. Venid, venid. Vamos a tomar leche, quesos, corderos y pieles curtidas. Deben ser muy pobres… y ¡ quién sabe cuánto frío tendrá Él a quien no me atrevo a nombrar! ¡ Y pensar que yo hablé con Su Madre como si fuese una pobre mujer! »
Van al tinglado; poco después salen unos con jarros de leche, otros con redecillas de esparto entretejido y dentro quesos redondos, otros con cestas en una de las cuales hay un corderito, y otros con pieles curtidas.
« Yo le llevo una oveja. Hace un mes que parió. La leche le hará bien. Les podrá servir si la mujer no tiene leche, me pareció todavía muy joven y tan blanca… ¡Un rostro de jazmín bajo los rayos de la luna! » dice el pastor del camino y los guía. Van bajo la luz de la luna y de antorchas, después de que cerraron el tinglado y el recinto. Caminan por senderos entre vallas de espinos despojados de todo en el invierno. Dan vuelta por detrás de Belén. Llegan al establo, no por la parte por donde llegó María, sino por la parte contraria, de modo que no pasan por delante de los apriscos mejores, sino que es el primero que encuentran. Se acercan a la entrada.
« ¡ Entra! »
« ¡ No me atrevo! »
« ¡Entra tú! »
« No. »
« ¡Asómate al menos! »
« Tú, Leví, que fuiste el primero en ver al ángel, señal de que eres mejor que nosotros, mira. » Antes lo tacharon de tonto… ahora para su conveniencia quieren que haga algo a lo que no se atreven.
El niño titubea, pero se decide. Se acerca a la entrada, separa un poco el manto, mira… y se queda extático.
« ¿ Qué ves? » le preguntan ansiosos en voz baja.
« Veo a una mujer joven y bella y a un hombre inclinados sobre un pesebre… oigo que llora un recién nacido, y la mujer le habla con una voz… ¡ oh ! qué voz! ».
« ¿ Qué le dice? »
« Dice: ” ¡ Jesús mío! Jesús, cariño de tu Mamá! No llores, Pequeñín ” Dice: ” ¡ Oh! pudiera decirte: `Toma leche, Pequeñín’, pero todavía no tengo!” Dice: “¡Tienes mucho frío, amorcito mío! Te molesta el heno. ¡ Qué dolor para tu Mamita oírte llorar así y no poderte consolar!” Dice: “¡Duerme, vidita mía! ¡ Que se me rompe el corazón con oírte llorar y con verte esas lágrimas! ” lo besa, le calienta sus piececitos con sus manos, porque está agachada con los brazos en el pesebre. »
« ¡ Llama! ¡ Haz que te oigan! »
« Yo no. Tú que nos trajiste y la conoces. »
El pastor abre la boca y se limita tan sólo a dar una especie de gañido.
José se voltea, y viene a la puerta. « ¿Quiénes sois? »
« Pastores. Os traemos alimentos y lana. Vinimos a adorar al Salvador. »
« Entrad. »
Entran y el establo se hace más claro a la luz de las antorchas. Los mayores empujan a los jovenzuelos a que caminen ante ellos.
María se vuelve y sonríe. « Venid » dice. « Venid » y los invita con la mano, con la sonrisa, toma al que vio el ángel, lo acerca a sí, contra el pesebre. El niño mira cual un bienaventurado.
Los demás, a quienes también invita José, se acercan con sus presentes y los ponen con pocas palabras, pero llenas de emoción, a los pies de María. Luego contemplan al Niño que llora un poco y conmovidos y felices sonríen.
Uno al final se atreve a decir: « Toma, Madre. Es suave y limpia. La había preparado para mi hijo que va a nacerme, pero te la doy. Pon a tu Hijo en esta lana. Es delicada y caliente. » Le ofrece la piel de una oveja, una bellísima piel lanuda, blanca y grande.
María levanta a Jesús y lo envuelve en ella, Lo enseña a los pastores, que de rodillas sobre el heno del suelo lo contemplan extáticos.
Toman más confianza. Uno propone: « Sería bueno darle un poco de leche. Mejor: agua y miel. Pero no tenemos miel. Se da a los pequeñitos. Tengo siete hijos y conozco… »
« Aquí hay leche. Toma, Mujer. »
« Pero está fría. Se necesita caliente. ¿ Dónde está Elías? El trae la oveja. »
Elías debe ser el hombre del camino. Pero no está. Se quedó afuera, mira por la rendija, y no se le ve por la oscuridad de la noche.
« ¿ Quién os trajo? »
« Un ángel nos dijo que viniéramos y Elías nos guió hasta aquí… Pero ¿dónde está? »
La oveja lo denuncia con un balido.
« Acércate, se te necesita. »
Entra con su oveja, avergonzado de que todos le vean.
« ¿ Tú eres? » dice José que lo reconoce y María con la sonrisa le dice: « Eres bueno. »
Ordeña la oveja y con la punta de un lienzo empapado en leche caliente y espumosa María baña los labios del Recién nacido que chupa. Todos se echan a reír y más cuando, con el pedacito de tela entre los diminutos labios, Jesús se duerme al calor de la lana.
« Pero no podéis estaros aquí. Hace frío y está húmedo. Y. luego… huele mucho a animales. No está bien… y no hace bien al Salvador. »
« Lo sé » dice María con un gran suspiro. « Pero no hay lugar para nosotros en Belén. »
« No te desanimes, Mujer. Te buscaremos una casa. »
« Lo diré a mi dueña » dice el del camino, Elías. « Es buena. Os acogerá, aun cuando tuviera que daros su habitación. Apenas amanezca se lo diré. Tiene la casa llena de gente, pero os dará un lugar. »
Para mi Hijo, al menos. Yo y José podemos estar en el suelo, pero mi Hijito… »
No suspires, Mujer. Yo me encargo de ello. Diremos a muchos lo que se nos dijo. Nada os faltará. Por ahora tomad esto que nuestra pobreza os da. Somos pastores… »
« También nosotros somos pobres, y no podemos recompensaros con algo» dice José.
« ¡ Oh, no queremos ! Y aunque lo pudieseis, no lo aceptaríamos! El Señor ya nos recompensó. Ha prometido la paz a todos. Los ángeles decían : “Paz a los hombres de buena voluntad”. A nosotros ya nos la dio, porque el ángel dijo que este Niño es el Salvador, que es el Mesías, el Señor. Somos pobres e ignorantes, pero sabemos que los Profetas dijeron que el Salvador será el Príncipe de la Paz. A nosotros nos dijo que viniésemos a adorarlo, por esto nos dio Su Paz. ¡ Gloria a Dios en los altísimos Cielos y gloria a este su Mesías, y bendita seas tú, Mujer, que lo engendraste! ¡Eres santa, porque mereciste llevarlo en tu vientre! Mándanos como Reina, que estaremos felices de servirte. ¿ qué podemos hacer por ti? »
« Amar a mi Hijo y conservar siempre en el corazón los pensamientos de ahora. »
« Pero, ¿ tú no deseas nada? ¿ No tienes familiares a los cuales quieras que se les haga hacer saber que ya nació Él? »
« Sí. Me gustaría, pero no están cerca. Están en Hebrón … »
« Yo voy », dice Elías. « ¿ Quiénes son? »
« Zacarías el sacerdote e Isabel mi prima. »
« ¿ Zacarías? ¡Oh, lo conozco bien! En el verano voy por aquellos montes porque los pastizales son buenos y grandes y soy amigo de su pastor. Cuando vea que te has acomodado, voy a ver a Zacarías. »
« Gracias, Elías. »
« No tienes por qué. Es una gran honra para mí, pobre pastor, ir a hablar al sacerdote y decirle: ” Nació ya el Salvador “. »
No. Le dirás: ” Dice María de Nazaret, tu prima, que nació ya Jesús, y que vengas a Belén “. »
« Así se lo diré. »
Dios te lo pague. Me acordaré de ti, y de todos vosotros… »
« ¿ Le hablarás a tu Hijito de nosotros? »
« Le hablaré. »
« Yo soy Elías. » « Yo Leví. » « Yo Samuel. » « Yo Jonás. » « Yo Isaac. » « Yo Tobías. » « Yo Jonatás. »
« Yo Daniel. » « Yo Simeón. » « Yo me llamo Juan. » « Yo soy José y mi hermano es Benjamín, somos gemelos. »
« Me acordaré de vuestros nombres. »
« Ya nos vamos,… pero regresaremos… Traeremos a otros a adorar… »
«¿ Cómo regresar al aprisco dejando al Niño? »
« i Gloria a Dios que nos lo mostró ! »
« Déjanos besar su vestidito » dice Leví con una sonrisa angelical.
María levanta despacio a Jesús, y sentada en el heno, ofrece los piececitos, envueltos en lino, para que los besen. Los pastores se inclinan hasta el suelo y besan esos diminutos pies, envueltos en tela. Quien tiene barba se la hace a un lado, y casi todos lloran y cuando están para irse, salen retrocediendo, sin dar la espalda, dejando dentro su corazón…
La visión termina así: María sentada en la paja con el Niño sobre su seno; y José, apoyado en el pesebre sobre su brazo, lo mira y lo adora.



En los pastores están todos los requisitos necesarios para ser adoradores del Verbo

(Escrito el mismo día - María Valtorta)

Dice Jesús:
« Los pastores fueron los primeros adoradores del Cuerpo de Dios. En ellos están todos los requisitos necesarios para ser adoradores de Mi Cuerpo, almas eucarísticas.
Fe segura: creyeron pronta y ciegamente al ángel.
Generosidad: dieron toda su riqueza a su Señor.
Humildad: se acercan a más pobres que ellos, hablando humanamente, con modestia de gestos que no envilecen, y se profesan sus siervos.
Deseo: cuando no pueden dar porque no tienen, se industrian en buscar por medio del apostolado y de la fatiga.
Pronta obediencia: María desea que se le avise a Zacarías y Elías va al punto. No lo deja para otro día.
Amor, sobre todo no saben separarse de allí. Tu has dicho: “Dejan allí su corazón”. Dijiste bien.
¿ Pero no se necesitaría hacer igual cosa con Mi Sacramento?
Y otra cosa y solo para ti: observa a quién se revela primeramente el ángel y quién merece ser el primero en sentir el cariño de María. Leví: el niño. Dios se muestra a quien tiene alma infantil y le muestra sus misterios y le concede que oiga las palabras divinas y de María. Quien tiene alma de niño, también tiene el santo atrevimiento de Leví, y dice: ” Permíteme que bese el vestido de Jesús “. Lo dice a María. Porque María es siempre la que os da a Jesús. Es Ella la que conduce a la Eucaristía. Es Ella el Copón viviente.

Quien va a María, me encuentra. Quien me pide por medio de Ella, por medio de Ella me recibe. La sonrisa de Mi Madre cuando alguien le dice: “Dame tu Jesús, porque quiero amarlo” hace estremecer los Cielos con un vivo esplendor de alegría, pues se siente feliz Ella. »

Madre mía, ¿Que debo hacer para secar tus lágrimas, para calmar tu dolor, para reconfortar tu Corazón Inmaculado?








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Aparición anual en Medjugorje a Jakov - 25 de Diciembre del 2014

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Aparición anual a Jakov – 25 de diciembre de 2014

Jakov 01En la última aparición diaria del 12 de setiembre de 1998, la Virgen le dijo a Jakov Colo que tendría una aparición cada año, el 25 de Diciembre. Así ha ocurrido también este año. La Virgen vino con el Niño Jesús en brazos. La aparición comenzó a las 14:40, y duró 8 minutos, luego dio el siguiente mensaje:
“¡Queridos hijos! Hoy, en este día de gracia, deseo que el corazón de cada uno de ustedes se convierta en el establo de Belén, donde nació el Salvador del mundo. Yo soy su Madre que los ama inmensamente y que cuida de cada uno de ustedes. Por lo tanto, hijos míos, entréguense a la Madre para que, ante el Niño Jesús, pueda presentar el corazón y la vida de cada uno de ustedes, porque solo así, hijos míos, sus corazones serán testigos del nacimiento cotidiano de Dios en ustedes. Permitan a Dios que con la luz ilumine sus vidas y con la alegría sus corazones, para que ustedes puedan diariamente iluminar el camino, y ser un ejemplo de la verdadera alegría, a otros que viven en la oscuridad y no están abiertos a Dios y a sus gracias. Gracias por haber respondido a mi llamado.”
Annual apparition to Jakov on December 25th 2014
At the last daily apparition to Jakov Colo on September 12th, 1998, Our Lady told him that henceforth he would have one apparition a year, every December 25th, on Christmas Day. This is also how it was this year. The apparition began at 2:40 pm and lasted 8 minutes. Afterwards Jakov transmitted the message:
“Dear children! Today, on this day of grace, I desire for each of your hearts to become a little stable of Bethlehem in which the Savior of the world was born. I am your mother who loves you immeasurably and is concerned for each of you. Therefore, my children, abandon yourselves to the mother, so that she may place each of your hearts and lives before little Jesus; because only in this way, my children, your hearts will be witnesses of God’s daily birth in you. Permit God to illuminate your lives with light and your hearts with joy, so that you may daily illuminate the way and be an example of true joy to others who live in darkness and are not open to God and His graces. Thank you for having responded to my call.”
Apparizione annuale a Jakov Colo del 25 Dicembre 2014
Nell’ultima apparizione quotidiana del 12 Settembre 1998 la Madonna ha detto a Jakov Colo che avrebbe avuto l’apparizione una volta all’anno, il 25 Dicembre, a Natale. Così è avvenuto anche quest’anno. La Madonna e venuta con il Bambino Gesu tra le braccia. L’apparizione è iniziata alle 14 e 40 ed è durata 8 minuti. Jakov , dopo di che , ha trasmesso il messaggio:
“Cari figli, anche oggi in questo giorno di grazia, desidero che il cuore di ciascuno di voi diventi la capanna di Betlemme nella quale è nato il Salvatore del mondo. Io sono vostra Madre che vi ama immensamente e si prende cura di ciascuno di voi. Perciò, figli miei, abbandonatevi alla Madre affinché possa posare davanti a Gesù Bambino il cuore e la vita di ciascuno di voi, perché soltanto così, figli miei, i vostri cuori saranno testimoni della nascita quotidiana di Dio in voi. Permettete a Dio di illuminare le vostre vite con la luce ed i vostri cuori con la gioia affinché il vostro cammino sia illuminato quotidianamente e siate esempio della vera gioia per gli altri che vivono nelle tenebre e non sono aperti verso Dio e verso le Sue grazie. Grazie per aver risposto alla mia chiamata.”